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Adiós al poeta del blues argentino

El sábado 4 de mayo cuando caía la tarde, emprendió vuelo. Se fue como hizo toda su vida: cuando ya las luces de la tarde se vuelven tenues y las sombras de la noche cercana, confunden.


Javier Martínez siempre tuvo un espíritu nocturno. Desde las interminables noches en “La Cueva de Pasarotus” que inevitablemente cerraban en “La Perla” de Once, la pizzería que tenía como clientes habituales desde buscavidas que se subían a cada colectivo con las ofertas del día, pasando por parroquianos ocasionales, estudiantes que se juntaban a debatir sus teorías académicas hasta esos “hippies ruidosos con veleidades de artistas” que con un café (con suerte) intentaban pasar horas y horas.


“La Cueva” o “La Perla” nunca serán consideradas como los probables lugares donde comenzó a incubarse el germen del blues criollo. Porque Javier Martínez, el flaco de lentes que tocaba la batería y eventualmente aparecía con una guitarra, traía en los genes de su padre (uruguayo el hombre), el sonido ancestral de los tambores y una negritud implícita, a pesar de tener piel clara.


Y cuando comenzaron a llegar los primeros discos de blues, generalmente de músicos blancos y británicos, Martínez hacía tiempo que “tenía los blues”, que musicalmente tenían coincidencias armónicas y rítmicas con los blues que componían John Mayall, Alexis Korner o Eric Clapton, pero sus letras tenían un sentimiento diferente.


Tal vez, parafraseando sin querer a Leon Tolstoi cuando dijo “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”, Javier Martínez formó el trío Manal, donde escribió y describió como nadie en esos años (1968/ 1969) en tiempo de blues, esa postal urbana que representaba aquella Avellaneda que hoy ya no existe.


Martínez, ni en sus sueños más felices pensó que “Avellaneda Blues” sería una pintura que vencería el tiempo y las modas: “Vía muerta, calle con asfalto siempre destrozado/. Tren de carga, el humo y el hollín están por todos lados/ Hoy llovió y todavía está nublado/ Sur y aceite, barriles en el barro, galpón abandonado/ Charco sucio, el agua va pudriendo un zapato olvidado/. Un camión interrumpe el triste descampado/ Luz que muere, la fábrica parece un duende de hormigón/y la grúa, su lágrima de carga inclina sobre el dock (…).



Manal, tuvo una vida muy corta en el incipiente rock nacional. Al separarse, Javier Martínez al igual que Claudio Gabis y Alejandro Medina se fueron por algún tiempo del país. Tentados para un regreso, tal vez impresionados por el enorme suceso que fue el retorno de Almendra, volvieron a escena, pero nada sería igual. Lo único que no había cambiado, era el sentimiento de negritud y de blues que tenían los temas que componía Martínez, a quien ya la prensa delos ’80 consideraba el “padre del blues argento”.


Más allá de las modas y estilos que atravesó la música argentina, Javier Martínez fue de los tres, el que mantuvo aquel espíritu rebelde de fines de los ’60 y siguió fiel a su pasión por el blues. El recordado “Samovar de Rasputín” en La Boca, solía recibirlo en interminables noches de blues y rock donde era considerado y reverenciado como un patriarca del género, situación que muchas veces lo incomodaba, pero de la que no renegaba. Y a pesar de no tener una carrera discográfica constante ni presentaciones permanentes, Javier Martínez está considerado (y así será por siempre) como el baterista, compositor y cantante quien desde un trío, mostró a varias generaciones que todos “podemos tener los blues”.


La Municipalidad de Berazategui (su lugar de nacimiento) en 2010, lo designó “Ciudadano Ilustre” de la ciudad. Tal vez el barrio extrañe su potente voz ronca cantando por las tardes “Hola doña Laura/ necesito un gran favor/ sabe lo que pasa/ lo que pasa es que hoy/ ya no tengo/ ya no tengo un peso más/. Hola doña Laura/ necesito un gran favor/ la próxima semana/ pagaré con gran dolor/ no me eche/ déjeme la habitación…”.


Este domingo de poco sol, su cuerpo fue despedido con sentidas manifestaciones de dolor. Tal vez de fondo, sin que nadie toque una sola nota, el aire dejó sonar dos versos: “Siempre hay que crear un mundo nuevo/ ese que es más viejo que los sueños” decía la voz de javier, ya espíritu eterno, ya parte de nuestra memoria cultural viva, por siempre.



Autor: Jorge Rubén Sosa (exclusivo para layapaweb)

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