Aquellas frases...
Son frases, simplemente frases, un montón de palabras para nombrar algo, para que te persigan, para que te atrapen y te suelten dejándote desvalida, perdida y ¿después?, otra más, y más y se cierran los ojos y los oídos explotan ante el ruido del recuerdo y la campana de la memoria.
Frases, “llévate el abrigo que hace frío nena”, y el invierno se hace nieve como copos para acariciarme mamá y acariciarte.
Frases: “no está muerto quien pelea”, y el padre se hunde en la batalla cotidiana para ganarse unos mangos hasta fin de mes; y viene la otra para sentirte otro: “cuando seas grande me vas a entender”, entonces me acurrucaba en el regazo empecinadamente niña.
Las calles siguen siendo calles y hay avenidas y también las hay de tierra y barro y las frases siguen ese camino sin pausa para abrirse a la esperanza:
“no hay que aflojar” y el zapato se entierra y cuesta levantarlo; “no seas pecho frío” y una llama se eleva desde el punto cardinal del desafío y arrasamos con el día como se puede.
Frases, simplemente frases: “otro gallo cantará” y nos asomamos para espiar la madrugada silenciosa, vacía; “ya vendrán tiempos mejores” y se enciende la sonrisa porque ya pasaron todos los tiempos, los mejores y de los otros, ya pasaron y no se sabe más que eso.
Frases, palabras que se juntan para marcarnos, para que la señal no se mueva, para advertirnos: “lo más importante es ser honesto”, y buscamos entre las ollas, los cuadernos, la ropa sucia, detrás de las puertas, eso que se llama así.
Frases… "el amor mueve al mundo”, “obras son amores”, “el que calla, otorga”, “a los enemigos, ni perdón”, “callar es de sabio”…
Frases, millones de palabras, de consignas, de mandatos, de esas cosas que seguimos buscando en la memoria porque después de todo, tal vez: “lo mejor está por venir”.
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