Las tres películas de esa Argentina coherente
Tal vez no sea casualidad que las películas argentinas más ganadoras de premios en el mundo tengan que ver directamente con la historia y la cultura de este país al sur de la desgracia. Así fue con La Historia Oficial; y con El secreto de sus Ojos; y, ahora, parece que volverá a suceder con Argentina 1985, ganadora del Globo de Oro y seria aspirante, por lo tanto, a un nuevo Oscar para el cine criollo.
La Historia Oficial (Luis Puenzo) fue, gran coincidencia, estrenada en 1985, justo en el año del juicio a las Juntas militares que la ahora galardonada película de Santiago Mitre utiliza como nudo argumental y justificación para contar una buena historia. La obra de Juan José Campanella, El Secreto de sus Ojos, también parte de una historia de los tiempos oscuros, con escenario asimismo en los tribunales argentinos.
Las tres películas son sólidas cinematográficamente hablando, huelga decirlo. Son potentes no solo por el tema elegido para hacer de la ficción una excusa para contar la realidad: buenos guiones, buenos actores, buena fotografía, puesta en escena cuidada. Pero, es innegable que son, ante todo, narradoras de una historia argentina que despierta adhesiones inmediatas por la sinceridad y la profundidad de la herida; no solo aquí, sino en el mundo.
Puenzo, Campanella, y Mitre, tuvieron el ojo y el tino de apuntar a esa historia tan nuestra y que tanto dolor sigue despertando. Dolor, emoción, reivindicación de lo que es justo. En distintos momentos del presente político nacional, construyeron un cine que podrá, en el futuro, ser unido por una línea de coherencia. Un cine político que prescinde del egoísmo de las peleas partidarias, de lo que se llama últimamente “grieta”, para hundirse en lo trascendente.
En los 38 años que constituyen el tiempo que ampara a las tres películas, muchas pruebas ha pasado, y superado, la “nueva” democracia argentina; y, cada uno de estos filmes, ha tenido como contexto contemporáneo una realidad difícil, tan diversa como coincidente en las cuestiones esenciales.
Es posible que alguna enseñanza pueda sacarse de esta asombrosa coincidencia de casi cuatro décadas; y, que esa enseñanza, pueda aplicarse, aunque sea en dosis pequeñas, a la solución de los cíclicos dramas nacionales.
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