Desde España, la danza nos lleva a Julio Boca
El mundo de la danza es muy particular entre las disciplinas artísticas. Por rigurosidad en el aprendizaje, condiciones físicas que exige, convicción y entrega. Estas son algunas de las razones por las que la Danza clásica en particular ha tenido y tiene serios exponentes en el mundo y no siempre destacados en la historia de la danza.
Para la Argentina, Julio Boca ha sido y será un representante insoslayable de la Danza clásica profesional. Muchas razones lo llevaron por el mundo: la difusión de este arte, su trabajo en la realización artística , su entrega como docente. Hoy se encuentra haciendo su tarea de coreógrafo, maestro, bailarín sin abandonar su relación con el mundo. Compartimos una entrevista realizada por el diario La Opinión de España, anunciando dos master class que dará en la Coruña en el mes de Mayo.
“Tengo un sueño: que las escuelas incluyan el baile y la música como parte de la educación”
El trabajo de los maestros es que los jóvenes no pierdan el misterio y el amor por la danza.
En algún momento de la conversación, al oír hablar a Julio Bocca es fácil imaginárselo bailando. Por la cadencia de su discurso, por los silencios al pensar lo que quiere decir, por algún que otro sobresalto de expresividad, por cómo mueve las manos para enfatizar un sentimiento o ayudar a explicar una idea que en las palabras le resbala.
A través de una videoconferencia, LA OPINIÓN charla con una institución mundial de la danza, célebre bailarín, director, coreógrafo y maestro. Bocca (Buenos Aires, 1967) se retiró de los escenarios en 2007, pero difunde la pasión por la danza por todo el mundo, allí donde le invitan a compartir enseñanzas sobre el arte y la vida. En mayo visita A Coruña para impartir dos clases magistrales gratuitas, en el Conservatorio Profesional de Danza de la Diputación de A Coruña para sus alumnos y en el teatro Colón para el público. Su visita se enmarca en la celebración de los 30 años del conservatorio y en el ciclo Mar en danza y casi coincide con el Día Internacional de la Danza, el 29 de abril.
¿Qué enseñanza principal, por encima de cualquier lección, le transmite a sus alumnos?
Cuando en 2010, tres años después de mi retirada, tomé la dirección de una compañía, empecé a entender a la gente joven y su nueva forma de comunicarse. Lo primero que yo quiero transmitir es lo que aprendí durante tantos años de la experiencia de haber estado con grandes figuras de la danza, de los viajes, de las giras, de estar en un escenario. Pero sobre todo, y más ahora, en estos tiempos, me preocupa que los jóvenes vayan buscando su propia personalidad: que sean ellos, que no copien. Es lógico que yo les enseñe los tics técnicos que mi maestro me enseñaba, pero para que los incorporen a sus propios estilos. ¿Ves este paso, este gesto? Hazlo, pero hazlo diferente. Un alumno tiene que disfrutar de lo que está haciendo y aprendiendo, no encerrarse en sí mismo.
¿Ha cambiado el modo de enseñanza o usted enseña como lo hacía su maestro?
Yo vengo de una disciplina muy rígida, y la danza necesita disciplina y constancia desde el momento en que se empieza. Yo hacía lo que me pedía el maestro y no decía nada, ahora los alumnos contestan y preguntan, lo cual está bien porque hacen pensar al maestro cómo debe transmitir algunas cosas para que se le entienda bien. No quiero decir que lo de antes sea mejor que lo de ahora, todo evoluciona. Noto que hoy un maestro, por no ser exigente, se acomoda a las necesidades del alumno y no le exige la búsqueda de la excelencia.
¿Tiene hoy un niño tanta pasión y ganas por la danza como la tuvo usted y su generación?
La pasión en un niño es la misma antes y ahora. El problema se da cuando alumnos de entre 15 y 19 años tienen mucha formación pero no pueden entrar en una compañía. Entonces entran en una fase de frustración en la que ha de intervenir el maestro incentivándolos. Antes te contrataban con 15 años, ahora por distintas razones, entre ellas legales, no se contrata a menores.
¿Cómo son los alumnos de hoy? ¿Se comportan igual?
La confianza en el maestro es ahora más cercana, antes había más respeto y distancia: el maestro era El Maestro, ahora es como uno más, y a veces eso hace que se pierda lo principal, que es la curiosidad, el misterio. Mantener ese misterio le es mucho más difícil a la juventud de hoy, que lo tiene todo más al alcance, más servido. Nuestro trabajo como maestros es tratar de que los chicos no pierdan la curiosidad ni el amor por lo que uno hace, por la danza.
La danza es un ámbito muy competitivo. ¿Cómo hay que educar a los chicos en competitividad?
A mí me gusta llevar para arriba a los que más les cuesta. La competencia debe ser sana. Hay quien tiene un bailarín muy bueno y lo lleva a todos los concursos y llega un momento en que esa dinámica no aporta nada nuevo, nada diferente. Eso no va a ayudar al bailarín, hay que cuidarlo para qué él también sepa prepararse. Hay quien es muy bueno para las competiciones, pero no sirve para estar en una compañía, donde tiene que saber coordinarse con el resto y tener una visión en la que él no es el primero. Es mucho más difícil ser un buen cuerpo de baile que un buen solista, y a esto a veces los bailarines no le dan importancia.
Cuando se alcanza el éxito muy joven, como fue su caso, ¿cómo debe enseñarse a digerirlo?
Empecé muy joven con contrato, a los 14 años, me fui al año siguiente a Venezuela, luego a Río como bailarín principal y a los 19 era primera figura del American Ballet. De golpe, vuelves a tu país y te sigue toda la prensa, tienes seguidores en todas partes. Eso alimenta el ego de manera impresionante. Tuve la suerte entonces, y luego toda la vida, de tener un gran manager, que cuando empezó a ver que estaba maltratando a mi familia, a mis amigos, a él, teniendo aires de grandeza, me dio el número de teléfono de un psicólogo para que fuera cuando quisiera. ¿Por qué me mandaba a un psicólogo? Ahí me di cuenta de que respondía cosas a mi madre que no estaban bien. Fui al psicólogo y me ayudó mucho, me puso los pies en la tierra y la cabeza en mi lugar. No solo eso, me hizo ver de quién me rodeaba para que supiera elegir bien a mis maestros.
Hubo una época en la que no paraba de bailar, tenía más de 200 funciones al año. Eso parece duro de llevar.
Estuve casi seis años sin vacaciones. Me llamaban de la Ópera de París, del Covent Garden, la Scala, el Bolshoi. ¿Iba a decir que no? Pero llegó un momento en que terminaba una función y sentía un vacío… no disfrutaba de lo que hacía. Entonces aprendí a decir que no, una palabra tan sencilla que antes no me salía por miedo a perder lo que tenía. Me obligué a tener al menos dos semanas de vacaciones cada año; me tomé tres meses y me fui solo al Caribe, pero volví a los pocos días. Lo que necesitaba era desconectar un poco de las giras y los viajes. Esas desconexiones me ayudaron a crecer. En la vida puedes tener talento y triunfar o tenerlo y no triunfar; o no tener talento pero trabajarlo y triunfar o no. La cabeza y el contexto que te rodea tiene mucho que ver en ello.
¿Qué es lo mejor que le ha dado la danza, tanto antes como después de su retirada?
La verdad es que el ballet me lo dio todo, el aprendizaje de muchísimas cosas. Y me lo sigue dando. Llegué a lo más alto y me retiré en lo más alto de mi carrera. Lo amo y lo respeto porque me enseñó a vivir. La danza fue como mi coraza ante los temores que causa la vida, hasta que aprendes con tus experiencias. Ojo, la danza es mi vida, pero no es toda mi vida. También hay que incorporar cosas de la vida cotidiana a la danza. Quizá el haber empezado tan pronto me quitó parte de la vida de un niño y un adolescente. No me quejo, a los 15 años estaba viajando por todo el mundo y cobrando, pero en cambio no hice secundaria porque ya trabajaba con un contrato, y me hubiera gustado ir a la escuela, a las fiestas, a excursiones… Mi hermano murió con 28 años y yo estaba en Dinamarca y no pude despedirlo, lo que me dejó un gran vacío.
¿Bailar es una necesidad comparable a la de jugar, leer o escuchar música?
Para mí bailar era una necesidad. Bueno, jugar también, no me preguntes sobre leer o escuchar música. Porque bailar era, es, como un juego. Sí, claro que me fascina la música, es el 50% de nuestro arte. Mismo ahora, en este mundo de pandemia que vivimos, te das cuenta de la cantidad de gente que se ha grabado en vídeo bailando y quizá antes nunca bailaba, el baile no le salía de dentro. Que sigan, que no paren. La danza y el movimiento son parte de nuestra vida cotidiana. Tengo un sueño: que las escuelas, ya desde Primaria, incluyan el baile, la música o el teatro como parte e instrumento de la educación, no como un hobby sino como algo serio, como una elección de vida, un trabajo, como yo elegí.
Cuando no baila, ¿qué música le gusta escuchar?
Me gusta mucho la música clásica, por supuesto. También la salsa, la música latina. Me puede fascinar un cantante, pero tengo variedad de gustos: Rosanna, Mercedes Sosa, los Rolling Stones, Sting, Piazzolla, de golpe Azúcar Moreno, Serrat, Ana Belén… un poco de todo, según cómo me despierte cada día.
Entrevista: Rubén D. Rodríguez - laopinioncoruna.es
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