El malo y el estúpido empatan
Adolescencias. Tienen la edad de nuestras hijas e hijos, de nuestras nietas y nietos, y están entrando en el espiral del sinsentido odiante que el mundo adulto tiene para ofrecerles. Leamos la realidad a través de los 34 adolescentes que escupieron personas en un shopping de Córdoba.
Uno de los pensadores más revisados de la actualidad dice que si todo es una invitación para vivir el fin del mundo, no vale la pena luchar por nada. Suena tremendo, altisonante hasta la médula, pero el ejercicio que propone Byung-Chul Han nos invita a reflexionar sobre la lógica en la que reposa el negocio actual de quienes diseñan la agenda de temas que la masa global trata a diario, esa agenda que mezcla los contenidos de una política dura y reaccionara -que siempre invita al combate ciego- y por otro lado propone la sazón de la reacción emocional subjetiva, apuntando al sentimiento individual, invitando a que cada una de las personas que recibe los constantes estímulos de las noticias por medio de las redes sociales de su teléfono vuelva al teléfono a descargar odio. Agobiante ¿verdad?, pero todo esto hoy es realidad, es espíritu de época, es un diseño neurocientífico medido y calculado. Son metódicas y permanentes las acciones de aplicación de técnicas de odio para comprender y vivir lo cotidiano, siempre con furia, como la mujer odiante de Gran Hermano que ha pasado a ser un gran referente de vida para millones de personas en el país. Los poderes siempre han buscado uniformar, eliminar las subjetividades y los puntos de vista para mantener el control. Hoy por hoy el odio es la herramienta escogida para que todos vistamos elegantes pijamas de campo de concentración.
El mismo Byung_Chul Han es el que sostiene que la violencia de lo global, en tanto violencia de lo igual, destruye “la negatividad de lo distinto, de lo singular” entendiendo a la disidencia como una negatividad constructiva, una negatividad necesaria que se opone al negativismo inconducente del odio uniformador. Parece mentira, pero el bombardeo de información odiante, que es mucho, muchísimo, lejos de estimular y empoderar a quienes lo reciben, funciona como tapón y hace que se dificulte la circulación de todas las otras informaciones, aquellas que -de circular libremente- nutrirían otras maneras de vivir personal y comunalmente, todas esas cosmovisiones que no apuestan al odio y buscan alternativas contra hegemónicas de realización. En este sentido, el pensador surcoreano advierte que la acción viral de lo odiante es cada día más implacable: “la circulación (de los discursos de odio) está alcanzando su velocidad máxima y es precisamente donde lo igual topa con lo igual”, dice, y tiene razón, porque al uniformar lo igual a tal punto de que el resto casi desaparezca del radar de posibilidades, lo que se genera es la idea falsa que nos arrastra a un mundo en lo que lo único que vale es la propuesta de mostrar los dientes para fingir ser leones, siendo en realidad meros, pobres, solitarios e indefensos perros abandonados en la calle que, en medio de la lluvia más arrasadora, encuentran como única alternativa de supervivencia el mostrar los dientes actuando bravura para que no se note lo que en realidad hay: miedo.
Lo virtual, lo real
A la par de que la propuesta de vivir todo el tiempo en un mundo de reacciones catárticas individuales crece en la virtualidad, crece también el espíritu del “me salvo yo, el resto que vea cómo hace”. No es que una cosa lleve a a otra, una cosa es la otra.
La noticia agravante dentro de todo este panorama desfavorable es que la virtualidad, campo de batalla escogido por quienes urden esta realidad social, es un “lugar” que cada día habitamos durante más y más tiempo diario. El sitio inter-académico datareportal.com informó a fines del año pasado que seis horas y 37 minutos es el tiempo diario promedio que pasaron en internet los internautas de todo el mundo en el tercer trimestre de 2022. Los datos tienen un desglose importante: las personas que viven en las urbes más grandes del planeta, es decir las que forman la opinión pública global, suelen hasta duplicar el número por sobre el de las personas que viven en la ruralidad o en urbes menores.
"Hoy por hoy el odio es la herramienta escogida para que todos vistamos elegantes pijamas de campo de concentración"
En medio de este “memento” de habitación virtual de la vida, con su consecuente consumo de odios inducidos, las figuras públicas -ejemplos salientes de las sociedades- lejos de salirse de la olla a presión que sigue cociendo este caldo venenoso, se ponen a nadar a placer en él y se suman cada vez más a la corte de perros abandonados que se creen leones.
Por estos meses, el ejemplo saliente en Argentina es el Presidente de la Nación que -antes que hablar de temas de estado- festeja en sus redes personales que saldrá una serie que celebra su vida, y que -antes que anunciar medidas de gobierno concretas- se jacta en público de que le van a dar un Nobel. Y todo esto no lo hace resaltando el detalle de cómo él irrumpe en la vida social de un país, en tanto figura pública de estatura (¡es el presidente de la nación!) sino que habla únicamente de sí mismo, empleando los tiempos y las formas de su discurso para resaltar por sobre todas las cosas que él tiene un tamaño extra large y que el resto de las personas son unos idiotas. Pongamos el genérico “idiotas” en esta nota por no entrar en los siniestros y violentos detalles de las barbaridades cavernícolas que el tipo es capaz de propinar gratuitamente desde diciembre del año pasado a esta parte. No sabemos si Milei entendió a la perfección que ser hostil, violento e insensato es un buen método de época para erigirse poderosamente por sobre el resto de las personas; o si lo hace porque cree y siente que eso está bien. Aquí aplica perfectamente el ejemplo que daba Enrique Pinti en el monólogo de “Salsa Criolla": una mala persona abre la puerta de un avión a 12 mil metros de altura y mata a todo los pasajeros; una persona pelotuda también. En ciertas circunstancias ser cualquiera de los dos arroja el mismo resultado funesto.
"A la par de que la propuesta de vivir todo el tiempo en un mundo de reacciones catárticas individuales crece en la virtualidad, crece también el espíritu del “me salvo yo, el resto que vea cómo hace”
Lo cierto es que si continuamos profundizando la estética del odio y preferimos habitar cada día más los espacios virtuales, lo que vamos a deteriorar -¡vaya descubrimiento!- es lo que nos pasa aquí afuera de la Matrix.
Cada vez es menor la participación comunitaria en asuntos vinculantes, las personas ya empiezan a comprenderse a sí mismas como seres/avatares, como una lista de Gordos Dan, sin cuerpo, y con la única herramienta de una voz virtual como vínculo. No somos personas sociales, concretas, palpables, buscando la mirada y la respiración del vecino en una acción conjunta en el plano de lo real, sino que estamos empezando a ser entes virtuales identificables solo bajo la claridad de una buena foto de perfil. Pasa algo en nuestro vecindario y nos basta decir algo altisonante en el grupo de whatsapp “vecinos del barrio”, que está lleno de personas que no sabemos como se llaman, pero identificamos como “la mina esta del perrito blanco” o “el gordo de la Suran de la otra cuadra”. A la mayoría de ellas y ellos: les odiamos.
Así la cosa, todo está listo y dispuesto para que nos quedemos en la comodidad del mundo del descompromiso de vivir de manera individualista en redes, que como seres sociales reales continuemos siendo miedosos perros abandonados, miedosos y aislados, pero -disculpen la insistencia- nos creamos leones teléfono en mano. Toda esta dinámica le sirve no mucho, muchísimo a quienes necesitan mensurar nuestros comportamientos sociales para ver como podemos vivir controlados. Todas nuestra interacciones en la virtualidad (los consumos, la propagación de ideas, los anhelos y las frustraciones) son perfectamente mensurables por el algoritmo. De ahí a que nos pongamos a hacer lo que las corporaciones quieren hay un pequeñísimo paso.
Por eso irrita un poco cuando las personas desde el llano aseguran que intervenir activamente en la realidad que se vive es “anticuado”, “zurdo” y que pensar 24/7 en uno mismo y cacarear de manera altisonante desde una red social como única expresión posible es el futuro que nos va “a salvar” y “hacernos libres”, cuando en rigor a la verdad es exactamente al revés. Fuera del virtual mundo mensurable del algoritmo está lo que produce el cambio profundo y allí mismo, en la realidad concreta que está fuera de las pantallas, muchas veces hay indicativos que el algoritmo no alcanza a detectar.
La semana pasada 34 pibes y pibas de entre 13 y 17 años (solo 9 de ellos tenían más de 16) se pusieron de acuerdo en Córdoba Capital para ir a un shopping a escupir, empujar y putear a la gente que iba a pasear y comprar. Fueron, lo hicieron, armaron un quilombo tremendo, marcharon todos detenidos. Sus padres y madres les fueron a buscar a tres comisarías diferentes.
No eran pibes marginales, de esos sobre los que Cuneo Libarona y Bullrich hablarían en redes con odio y demonizarían en un tweet que no les lleve más de quince segundos escribir, contando con el posterior like de miles de argentinas y argentinos en las redes, claro. Eran pibas y pibes (la mayoría niñes, sí, con “e”) de la clase media “normal” (¡como le gusta esa palabra al odiante!) que entendieron de este mundo adulto que estamos construyendo que la fórmula de la realización es por la vía el odio. Entonces sacaron el odio de las redes y se lo llevaron en una tarde de domingo a la vida real, haciendo cuerpo presente aquella dinámica de lo odiante que está blanqueada en la virtualidad. Cachorros abandonados creyéndose leones, pequeños dientes que mostraban furia, pero ocultaban miedo.
¿Es tarde? Nunca es tarde. Solo es grave.
Ya va siendo hora de desandar el camino con acciones mucho más concretas que la mera interacción en redes sociales. Todo esta uniformidad de “domar” a las otras personas en redes, basurearlas a todas de la misma manera (escupirlas, putearlas y empujarlas en el shopping de la virtualidad, bah) es una estupidez cavernícola que nos convierte en seres de maldad. Recuerden que una persona mala y una idiota abren la puerta de un avión a 12 mil metros de altura y el resultado es exactamente el mismo...
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