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El tiempo de Maria Elena Walsh

Maria Elena walsh es la palabra que nos nombra, es el juguete de nuestra niñez, es la voz de la rebeldia, es el canto de la esperanza.


Foto Ilustración
Foto Ilustración

De mis tiempos. (María Elena Walsh)

En mis tiempos había tiempo.

Recuerdo bien que por ejemplo

la higuera derramaba esparcimiento

y una rosa nos duraba

mucho más que cualquier empleo.


Por otra parte las siestas

se pedían prestadas a la muerte.

Quizás el tiempo era como las frutas,

se regalaba a los vecinos

después de verlo madurar.


Se compartía en las veredas,

entre abanicos y señores

de sosegada camiseta,

mientras parsimoniosamente

iban escobas y venían

amontonándolo como importante.

Y la eternidad, sentadita

en su silla de paja, porque sí.


Es que era siempre tan temprano

y tan segura la abundancia,

la inundación de treguas oportunas,

que se guardaba el tiempo en los sombreros

y un día se lo derrochaba todo

en un solo saludo, saludando.


Uno viajaba en libro a todas partes

y visitaba diferentes ocios:

el de al lado, el de enfrente, el de las tías.

No se había inventado

el maleficio de la prisa, no.

De ninguna manera.


Los espejos esperaban de sobra

que uno peinara su pausado pelo,

que uno se terminara de encontrar.

El tiempo era un perfume y no venía

nadie a medirlo ni guardarlo en cajas.


Los trenes todo lo que hacían

era aludirlo en los horarios.

Se podía llorar a gusto

porque eran lentos los rincones,

o quizás porque había aún macetas

donde depositar una lágrima

sin que las flores se opusieran.


O porque la llovizna hablaba

en un idioma sin resentimiento.

Todos usaban tiempo y lo perdíamos,

cómplices de su lujosa concurrencia,

y hasta el hastío era un modo de ser de los balcones

que enternecía delicadamente.


Creo que todavía queda un poco

de tiempo verdadero, pero lejos.

Pero muy lejos, en algunos patios,

refugiado en aljibes.

Se queda todavía en niños solos

que reinan sobre umbrales

y en la lustrada majestad del gato.


Supongo, ya no sé, nada sabemos.

Tiempo sin ser castigo.

Yo llegué a conocerlo: está enterrado

en lo más vivo de mi corazón.

Después vinieron los Relojes.


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