Es una nube, no hay duda
- layaparadiotv
- 9 nov.
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Por Adalberto Baxter Lampeduzzo
Era el rey Ixión, caudillo de los magnesios, es decir taita entre los taitas de Tesalónica. Aquellos soberanos de la Antigua Grecia eran, no está de más recordarlo, monarcas sumamente módicos, poco más que crianceros con predicamento popular y genealogía dudosa. Así, el recuerdo de Ixión llega hasta nosotros no por su fortuna sino por su temeraria osadía. Baste mencionar que, invitado por Zeus a una farra en el Olimpo, no tuvo Ixión mejor idea que, en un descuido del anfitrión, encarar a Hera, o sea, la señora esposa de Zeus, el dueño de casa. Cuando los invitados se fueron Hera le contó a Zeus que Ixión la había querido chapar sobre los sanguchitos de miga. Como lamentablemente suele suceder en estos casos, la que tuvo que dar explicaciones fue Hera: “¿Y vos cómo estabas vestida? ¿Y por qué no gritaste? ¿Y por qué lo contás recién ahora?”.
En fin, Zeus no se decidía si tener una trifulca con su invitado Ixión o con su esposa, Hera. Con el objetivo de verificar si ese humano al que le había brindado su hospitalidad era efectivamente capaz de intentar propasarse con su señora, Zeus fabricó con nubes una réplica exacta de ella. Le habrá llevado su buen tiempo ya que era Hera guaina de una belleza solamente comparable con la Afrodita o Atenea El fantasma creado por Zeus (casi un prototipo de muñeca inflable hiperrealista) fue bautizado como Néfele, es decir, Nube en griego. Nota al pie: el procedimiento mediante el cual las divinidades griegas otorgaban la inmortalidad a objetos o humanos era conocido como apoteosis, que literalmente significa: convertir en dios.
Pues bien, volvió Zeus a invitar al osado Ixión al Olimpo y lo dejó a solas con Néfele quien, como acabamos de contar, era igualita, igualita a Hera, es decir, la esposa de Zeus. Para qué, ordinario como papel de cohete, ni bien Ixión vio que Zeus se tomaba el palo se refregó las manos y enseguida se refregó sobre la pobre Néfele quien, sin comerla ni beberla, salió con un Evatest positivo. Ante la prueba concluyente fue condenado Ixión a un tormento interminable en el Hades, el inframundo helénico: ser arrastrado for ever and ever por una rueda de fuego a la que estaba sujeto por serpientes. Tomen nota, amigas.

En cuando a Néfele, la diosa nube, el fruto de su embarazo fue el primogénito de los centauros, esas entidades mitad hombre mitad caballo, como tantos amigos nuestros, es justo admitirlo. Usted se preguntará, con cierta lógica, cómo se explica que de la unión de un ñato con una diosa nube nazca un ser en parte humano en parte equino. Pues bien, no se explica, sencillamente se cree en ello, sin chistar, como se cree en la inmaculada concepción, la astrología o en Scioli, Insaurralde, Albertito, Massa y demás candidatos bendecidos por La Jefa.
Como quiera que sea, parió Néfele a su hijo centauro, parto complicado si los hay, podrán ustedes imaginar. Así y todo, no guardó Néfele rencor hacia ese hijo en cierto modo monstruoso y ciertamente fruto de una violación. Por el contrario, ocupóse de su suerte incluso cuando ya no era potrillo. Baste recordar el episodio en el que Heracles (es decir, Hércules para los romanos) enfrentó a los centauros. Calculando Néfele, con buen tino, que sobre un terreno resbaladizo los seres de cuatro patas tendrían alguna ventaja frente al bípedo Heracles, hizo llover sobre el campo de batalla que quedó hecho un barrial. Ventajas de ser una diosa de las nubes y los chaparrones. Ahora que lo pienso, puede que el ejemplo haya llegado hasta el fútbol argentino. Se explicaría así que dirigentes de equipos repletos de bestiunes ordenen empapar el terreno de juego antes de enfrentar a un rival de fútbol vistoso, rápido y al pie.
En cualquier caso, además del vástago centauro, tuvo Néfele hijos mellizos con Atamante, rey de Beocia. Los melli se llamaban Frixo, el varoncito, y Hele, la niña. Pensará usted: “Por fin; familia tipo, papá, mamá, el nene y la nena”. No, mi amigo, no: al tiempito, Atamante se enganchó con una mina, llamada Ino, y no va que la lleva a vivir bajo el mismo techo que su legítima esposa, doña Néfele. No está de más recordar que era ella la bellísima réplica escala 1 en 1 de la diosa Hera. El menjunje resultó intragable para Néfele quien se mandó a mudar al tiempo que le decía a Atamante: “Ahora hacete cargo vos de los pichones, pedazo de picaflor”. Dicho y hecho, partió la diosa volando de allí, que para algo estaba hecha de nubes.

Pero no acabaron allí las desdichas de Néfele pues, pasado un tiempo, Ino, la amante de Atamante y madrastra de los niños, decidió deshacerse de los pequeños herederos mediante una estrategia algo indirecta, por no decir bien enredada. Por un lado convenció a las mujeres de Beocia para que, en secreto, tostaran todas las semillas, antes de sembrarlas. Luego, cuando los cultivos no prosperaron, presionó a los mensajeros del oráculo de Delfos para que auguraran que el maleficio se remediaría mediante el sacrificio ritual de los mencionados herederos: Frixo y Hele. Otra que Clarín miente. Pues bien, cual un Abraham helénico y por duplicado llevó Atamante a sus hijos a la cima de un monte y ya estaba a punto de cortarles el pescuezo cuando llegó un providencial rescate enviado por Néfele, la madre de las criaturas.
El auxilio divino llegó bajo la forma de un carnero dorado y volador que, por el mismo precio, era también hablante. Hollywood, un poroto. Aterrizó el carnero sobre la cima de aquel cerro y, sujetándole el facón a Atamante, le “Tenga mano, tallador”, al tiempo que le indicaba a los párvulos que se subieran a su lomo sin volver la vista atrás. Partieron volando los tres (el carnero, Frixo y Hele) con rumbo a Cólquide. Cuando sobrevolaban el estrecho de los Dardanelos, la niña Hele no pudo con su curiosidad y, contrariando la advertencia de su dorado salvador, dióse vuelta pa´ junar hacia atrás y… patapúfete, se mareó, se soltó y se fue de sabiola redondamente hacia el mar. Tanto es así que el lugar dónde amerizó Hele fue bautizado como Helesponto, o sea, Mar de Hele, notable frontera entre Asia y Europa, allí donde se levantó Constantinopla, también conocida como Estambul.
Ya sin el peso de Hele, aterrizó el carnero volador en Cólquide donde el joven Frixo fue recibido por el soberano del lugar, el rey Eetes. Este, a modo de bienvenida, le entregó la mano de su hija Calcíope. No son pocas emociones para un mismo día: tu viejo te quiere achurar, un carnero volador te rescata, tu hermana muere estrolada y te arreglan casorio con una princesa. En retribución, el joven Frixo no tuvo mejor idea que sacrificar al carnero dorado, volador y parlante, el mismo que acababa de salvarle la vida, y regalarle a su flamante benefactor el cuero del animal. Ese cuero, ni más ni menos es el famoso vellocino de oro, algo así como el santo grial de la expedición de Jasón y los argonautas. Pero es esa ya otra historia.
Detengámonos en la decisión de Frixo, el muchacho que, rescatado por su madre, la diosa nube Néfele, sobre el pucho decide matar al vehículo de su salvación, a fin de sellar así una alianza con el poderoso de turno, el rey Eetes. Nadie le pidió tanto, ni el propio Eetes. A veces, muchas veces, más de cuatro veces, la realidad, como la genética de los centauros, carece de lógica. E incluso de valores. Así, el pueblo que sobrevivió a un monstruoso holocausto en Europa, décadas después es capaz de martirizar a otros humanos en Palestina. O en una provincia el pueblo puede sacarle 14 puntos de diferencia al gobierno nacional en septiembre y sucumbir ante él apenas en octubre. De tanto en tanto, la realidad parece tan voluble como una nube. Y "Es una nub, no hay duda", se llama el tema de Willy Quiroga que invitamos a escuchar en la versión original de Vox Dei, grabación del año 1973.








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