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¿Galatea o Pinocho? Esa es la cuestión

Sexo, poder y correveidiles. ¿Qué podría fallar? Pasen y lean.

Por Adalberto Baxter Lampeduzzo



Era Pigmalión un rey chipriota, (por favor, sin rimas), obsesionado con la belleza femenina. Aunque, para ser precisos, con la belleza a la manera de Afrodita, la exuberante diosa del amor carnal, cero romanticismo. Por supuesto que a la primera que buscó Pigmalión fue a la propia Afrodita, sin embargo, la diosa, siempre tan bien dispuesta a la cópula, por una vez le dijo no a uno. Y este uno fue precisamente Pigmalión, qué mala fortuna. Nota al pie: Belleza y crueldad no pocas veces van de la mano. Después de aquel desencanto, durante años, el soberano chipriota buscó infructuosamente a la mujer perfecta hasta que, ya con la paciencia percudida, por no decir las boleadoras por el suelo, decidió, en vez de seguir buscando, poner manos a la obra. No, no de esa manera en que usted está pensando…


Asumiendo que la mujer perfecta no existía, Pigmalión se propuso crearla. Se dedicó entonces a esculpir innumerables imágenes de marfil, escala uno en uno, cada vez más próximas a su ideal de belleza. Durante días, meses, años, buceó en su interior ansioso por reflejar su deseo, su fantasía, en el afuera… Hasta que una noche, exhausto, Pigmalión concibió a Galatea, cuyo nombre significa blanca como la leche. Era Galatea una imagen tan perfecta, se parecía tanto a lo que Pigmalión había soñado todos esos años, que el rey la acostó con él en su lecho. Pero entonces, durante el sueño, la diosa Afrodita (la misma que lo había rechazado) se apiadó de él y animó, es decir, dio vida, a Galatea.


El episodio nos lo cuenta el poeta Ovidio en su obra Las Metamorfosis: “Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que esta estaba caliente, que el marfil cedía a sus dedos suavemente. Al notar esto, el rey se llenó de gozo y a la vez temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar a Galatea y se cercioró de que aquel cuerpo era flexible y palpitaba bajo sus manos”. Ciertamente la compasión no era el fuerte de Afrodita, sin embargo, aquella vez fue capaz de ponerse en el lugar del otro para procurarle el bien. Y no solo eso, con estas palabras saludó la diosa a Pigmalión: “Mereces esta felicidad, una felicidad que tú mismo has construido. Aquí tienes la reina que has buscado. Ámala y defiéndela siempre”. Parte Afrodita, queda Pigmalión a solas con Galatea, se besan. Cae el telón.


Creo yo que lo mejor es que la historia concluya allí. Mejor no imaginar los días y las noches de aquel rey y “su” reina, hecha a medida, tan bella y ubicua como un adorno, o como florez, o yuyito. En cualquier caso ¿Habrán sido felices el creador y su creatura? ¿Es posible la felicidad en una pareja tan despareja? ¿Hay lugar para el amor verdadero en una relación así? Psicólogos en pantuflas y señoras de rulero y batón, aún sin saberlo, no han hecho más que discurrir hasta el hartazgo sobre estos asuntos.

En el mito de Pigmalión y Galatea el deseo de ella no cuenta, sólo el del rey vale. Un milagro más feliz sería el de una mutua construcción: dos que se aman y se animan, que a la par se construyen, se hacen y rehacen. Se cuestionan, se reconocen mutuamente, se admiran, se desafían. Sería esa, tal vez, una forma más completa de “hacer el amor”. Hacerlo como una tarea, como quien levanta una pared, una casa o un puente. De ser así, se podría hacer el amor con la ropa puesta y a la distancia, y distanciados, inclusive. Sin embargo, a veces, muchas veces, más de cuatro veces, “nos desilusiona” lo que la otra persona no es y, muy probablemente, nunca ha sido ni llegará a ser.


Volviendo al mito: ¿Habrá querido huir la bella Galatea de su destino de obediente esposa? ¿Lo habrá intentado, acaso, y fracasó? ¿O, quién sabe, se atornilló muy pancha en el lugar asignado y minga de cuestionamientos? No lo sabemos, no lo sabremos y, si lo supiéramos, no tenemos autoridad alguna para juzgarla. Sin embargo, nos preocupa su suerte: sabido es que las cárceles sin barrotes, son las más complicadas.

Muchos siglos después de que Ovidio acuñara el mito de Pigmalión y Galatea, el italiano Carlo Collodi imaginó Storia di un Burattino (Historia de un títere), o eso que hoy conocemos como Las aventuras de Pinocho, miserablemente edulcoradas por la factoría Disney. En la historia original, el carpintero Gepetto es el creador de un títere de madera pensado no como pareja sino, más bien, como hijo. A diferencia de Galatea quien recibió la vida de una divinidad, aquí es el propio Pinocho quien ansía tener un alma. Así, deja Pinocho de ser un títere, un muñeco y se vuelve un ser independiente, audaz y desobediente. Al fugarse, al alejarse de su creador, al abandonar la seguridad conocida, al negarse al lugar por otro establecido, al ponerse en marcha por propia voluntad, Pinocho se hace a sí mismo persona, y, como tal, gana y pierde, arriesga, duda, vive. Pinocho es finalmente otro distinto al que Gepetto concibió. Es él mismo.


Estas dos formas de estar en el mundo, Galatea o Pinocho, quizás resulten de alguna utilidad para pensar o repensar un asunto, en principio, bastante distante. Se conmemora hoy el Día de la militancia y la ocasión es propicia para preguntarnos por dicha condición. ¿Qué significa ser una militante, un militante?, ¿Cuáles son sus deberes? Acá es donde intervienen los dos posibles modelos, el de Galatea y el de Pinocho. Es decir el de la dócil muñeca a medida, por un lado, y, por el otro, el del títere, el del juguete, que un día decide dejar de ser eso y se yergue sobre sus propios pies. No para enfrentar a Gepetto, no para desplazarlo ni terminar con él sino para dejar de ser como niño y así, inclusive, acompañar mejor al otro. De tú a tú.


Propongo esta disyuntiva entre Galatea y Pinocho ya que, especulo, demasiadas veces la militancia se trastoca en servilismo. No solo eso: esa actitud, esa sumisión, ese chupar las medias es lo que valoran y premian las dirigencias. De derecha a izquierda, el modelo favorecido por las dirigencias es el de Galatea: Un ser complaciente, que obedece y asiente. Que mueve la cabecita en señal de aprobación, que aplaude y sonríe y solo habla para decir amén. Así las cosas, no es de extrañar que los del palo terminan siendo de madera y las decisiones las tomen otros, que son los mismos, o las mismas, de siempre. Por ejemplo: Fulano es nuestro candidato. ¿Por qué? Porque lo decidí yo. ¿Y la militancia? Bien, gracias, nunca fue consultada. Pero, como lo dijo la jefa, o el jefe, entonces seguramente debe estar bien. Quizás les suene conocida esta historia, de ella derivan personajes como Scioli, Insaurralde, Albertito o Massa. Alguien podría estar tentado a cargar las tintas sobre la jefatura y razones no faltarían. Sin embargo, sería una verdad incompleta. La militancia tiene, también, su parte de responsabilidad, aunque atenuada, claro está, respecto de la que le cabe a profesionales de la política. Pero para que alguna vez se dé vuelta la taba y esta realidad de espanto termine, es imprescindible que se reinvente esta militancia tan modosita y ecuánime, siempre genuflexa frente a la autoridad partidaria, al Pigmalión o al Gepetto de turno. El día de la militancia debería celebrar la inteligente lealtad y no la obediencia veleta, advenediza y alcahueta.


Todo bien con los bombos y los redoblantes, las banderas y los choripanes, de verdad. Celebro eso. Pero hace falta más, mucho más, que una militancia que se auto celebra, por no decir se auto erotiza (1). Urge, creo yo, otra militancia, otra, que deje de rendir culto a la persona. Además de bombos necesitamos libros, películas, debates, pensamiento. Necesitamos, imperiosamente, cuestionamientos. Porque quien es verdaderamente leal puede y debe cuestionar. O, dicho de otro modo, el verdadero enemigo del líder, no es quien cuestiona sino quien adula. El adulón, el que calla y otorga, el servil, más temprano que tarde se dará vuelta como un panqueque, fija.

Quien es leal, quien se anima a pensar, quien expresa sus dudas y críticas, puede cambiar de opinión, puede incluso dejar de reconocer un liderazgo, pero nunca será un traidor. No se trata, pues, de asesinar al titiritero sino de dejar de ser títeres y levantar vuelo. Un cónclave de asesores de mi total confianza (lingüistas, musicólogos, ingenieros aeronáuticos y pedicuros), alcahuetes como ellos solos, asegura que para echarse a volar nada mejor que La Máquina de hacer pájaros. Por tanto, le propongo escuchar ahora mismo a dicha agrupación con este tema de Carlos García Moreno: No te dejes desanimar. Me parece a mí que, por una vez, mis asesores la embocaron y es un consejo fetén en amargos tiempos: Militante, no te dejes desanimar.



(1) "Los enemigos son más útiles que los amigos, porque los enemigos nos dicen la verdad contra su voluntad, mientras que los amigos nos mienten por amor”, Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, capítulo De los amigos.

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