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La felicidad es una pistola tibia

La célebre frase de John Lennon cobra encarnadura tras el reciente asesinato de Charly Kirk. El cine de Hollywood retrató varias veces el magnicidio. Veamos entonces que ha dicho al respecto


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Por Fernando Barraza


La frase “un arma salva vidas” que pronunció en reiteradas oportunidades Charly Kirk, militante republicano trumpista, asesinado de un tiro en el cuello, siempre vino acompañada de frases espantosas y tajantes del tipo "algunas muertes son necesarias". Es que a Kirk le cerraba por completo que sus compatriotas hayan estado y estén armados hasta los dientes, siempre y en todo lugar. Él lo consideraba como una cuestión social que, directamente, construía patria.


Lo irónico es que el disparo que lo mató fue efectuado por todo aquello que él defendía como eficiete. Se hizo desde 200 metros de distancia, con una precisión quirúrgica de persona altamente entrenada, con un rifle automático de cerrojo de excelente calidad, muy probablemente comprado con casi ninguna restricción en un supermercado. Junten todo y verán que se cumplieron perfectamente todos los requisitos de la apologista premisa kirkeana del “buen portar” libre de armas.


Hasta el cierre de esta edición, ni el FBI, ni la policía local de Utah, tenían la más pálida idea de quien fue la persona que le disparó. Aun así las autoridades hicieron una conferencia de prensa de alcance global para decir sin ningún argumento sólido que el asesino parece ser “de edad universitaria” (¿?) y que “se integraba muy bien en una institución universitaria” 8¿?)


¿Cómo supieron todo esto? No hay respuestas satisfactorias que lo expliquen, pero sí hay mucha latencia de un discurso comun de “batalla cultural” hacia la derecha explicona que en el conosur conocemos cada vez más. Se puede hacer un ejercicio automático: intentar obtener una respuesta sensata a la pregunta de cómo el FBI determinó que el asesino es muy probablemente universitario de izquierdas es muy parecido en su infundia a una explicación de Patricia Bullrich explicando por qué las grabaciones y ecuchas que miembros de LLA hace sobre los mismos dirigentes de LLA supuestamente están hechas y filtradas por espías ruso/iranís/venezolanos.


Lo cierto es que, más allá de las lagunas en la investigación del homicidio de Kirk y las posteriores suposiciones que fuerzan sin ninguna prueba la culpabilidad hacia el progresismo, esta pasión por armarse y disparar en público hacia figuras altísimas de la política (presidentes, senadores, diputados, gobernadores, alcaldes, etcétera) no es nueva en los EEUU. Muchas veces los atentados fueron letales. En otras oportunidades fallaron en su criminalidad asesina y dejaron con vida a quienes lo sufrieron, no sin dejar a toda la sociedad norteamericana en estado de shock momentaneo. En este colectivo magnicida entran también los asesinatos e intentos de asesinatos a decenas de referentes militantes de mucha llegada popular, como Kirk.


Pero este artículo no quiere hacer demasiado hincapié en el análisis criminalístico del caso Kirk en particular, más pretende remarcar algunas de las películas que la maquinaria industrial de producción audiovisual norteamericana produjo -a escala de major cinema- tocando el tema de magnicidios o intentos de magnicidios. Reflexionar un poco sobre la manera en la que el pueblo de EEUU sublimina su propia violencia política homicida no está nada mal para terminar de comprender en qué mundo global estamos paradas y parados.


Ningún otro país tiene una población armada como ellos y ningún otro país en el planeta ha asesinado o intentado tantas veces asesinar a sus referentes políticos en público, por lo que la lista de films que narran estos episodios es tan extensa como apasionante. Intentaremos -entonces- dar cuenta de algunos de ellos


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El primero en tratar un tema magnicida en cine fue David Griffith en “El Nacimiento De Una Nación”, épica película de cine mudo (para muchos, la primera mega superproducción de la historia del cine) que fue estrenada hace 110 años, en 1915.


Griffith muestra en este film, y en plena cámara de primer plano, el atentado a Lincoln en el Teatro Ford con aquel disparo por la espalda que le provocó una muerte lenta y dolorosa. Más allá del valor cinematográfico impecable del film, que lo tiene -es genial en este sentido- Griffith no entra a la historia universal del cine como un ícono de la realización espléndida, sino por torcer el hecho concreto del magnicidio hasta justificar dentro de la lógica de su propio guión que era necesario la aparición de la derecha utra conservadora y armada e incluso la intervención de asociaciones deleznables como el Ku Klux Klan en el nacimiento de la nación norteamericana.


Griffith dobla la vara de la verdad histórica hasta que un asesinato como el de Lincoln pasa a ser -en una suerte de proto fake new- la excusa perfecta para la implementación de una poderosa nación de hombres blancos armados que comanden la política de esa nación. Film tempranero, pero efectivo en la construcción de un imaginario conservador que aun hoy se mueve como pez en el agua.



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Por supuesto que si se habla de magnicidios en el cine, nadie puede soslayar la película más taquillera en la historia del séptimo arte sobre esta temática: “JFK”, el film de 1991 que escribieron Oiver Stone y Zachary Sklar y dirigió el mismo Stone sobre el crimen perpetuado en contra del presidente John Kennedy el 22 de noviembre de 1963 en la Plaza Dealey en Dallas.


La idea tesis de Stone (basada en el libro de no ficcion “En La Pista De Los Asesinos” de Jim Garrison) insiste en que el magnicidio fue consecuencia de un fuego cruzado y digitado en altas y oscuras cúpulas del poder político, y no aquella bala disparada por un perturbado Lee Harvey Oswald que tanto amó difundir el inconsciente colectivo estadounidense.


Lo cierto es que, aun defendiendo esta tesis de rosca político/empresarial asesina con mucha data, la película no se anima a darle nombres y apellidos a los asesinos de Kennedy, quizás porque “JFK”, una de las mejores películas de los noventa, fue financiada por Warner Bros. Y ningún estudio major se animaría a jugarse a tanto.


Pero hay algo innegable: con un final demasiado abierto y un poco descepcionante, el trabajo de Stone fue impecable y grandioso. Todo -menos el final- tiene potencia en el film y el reparto es el mejor que se podía conseguir en los 90's y quizás uno de los más grandes de la historia del cine, por qué no: Kevin Costner, la súper estrella de aquel momento, junto a Gary Oldman, Tommy Lee Jones, Jose Pesci, Kevin Bacon, Donald Sutherland, Sissy Spacek, Jack Lemmon y John Candy. Apuntar más alto, imposible. Bueno, quizás apuntar no sea la palabra adecuada en este contexto...


Tres décadas después, Oliver Stone no se quedó con la espina atravesada en la garganta y estrenó por Appel TV el documental “JFK: Caso revisado” en el cual se centra en la figura de Allen Dulles, agentísimo de la CIA y uno de los abuelos de las fake news estatales y para estatales, personaje nefasto que implementa la llamada “Operación Mockingbird”, una unidad secreta de control de los principales medios de comunicación norteaericanos: 25 agencias, entre ellas United Press y Reuters, y centenares de periodistas (de ABC, NBC, CBS, The New York Times, The Washington Post, Time o Newsweek) fueron empleados para difundir noticias falsas de la CIA. Muchas de ellas, en 1963, tenían que ver con el asesinato de Kennedy. Esta pieza es un excelente epílogo para el trabajo creativo/histórico que Stone realizó en torno al mayor magnicidio efectuado en su país.


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Una década y media antes del JFK de Stone, el guionista Paul Schrader, recién divorciado en una era en la que se sostenía el matrimonio a toda costa, adicto a la cocaína, sin trabajo, toma coraje y en diez días escupe la sórdida historia de Travis, un ex veterano de Vietnam que maneja un taxi porque no puede dormir a raíz de la desazón que siente por todo lo que dio por su país y el vacío que éste le devuelve a cada día. La historia se llama “Taxi Driver” y va escalando en violencia psicológica, que se transforma en violencia real, con barreras morales que se van corriendo cada vez más y más a la par de que Travis toma la decisión de asesinar a un senador candidato a presidente en plena campaña. Una veez más el magnicidio como respuesta posible a las heridas de la sociedad y sus personas alienadas al punto de la demencia.


Martin Scorsese leyó el guion y quedó tan impactado que se juró a sí mismo rodar el film aunque fuera sin dinero y en videomatic n blanco y negro. Para protagoniarla pensó inmediatamente en Robert De Niro y lo convencio de sumarse. Así se formó uno de los tríos más legendarios de la histroia del cine. A fin de cuentas, los productores Michael y Julia Phillips y Columbia Pictures confiaron en Scorsese y financiaron el film con un buen presupuesto. Ganaron un dineral, se llvaron la Palma de Oro en Cannes y cuatro nominaciones a los Oscar, entre ellos el de Mejor Película

Martin Scorsese. El mundo -y sobre todo la sociedad norteamericana- estaban a punto caramelo para empatizar por completo con esta historia de sordidez que llevaba a un ciudadano aplastado a querer asesinar a uno de sus representantes políticos.


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Si bien el cine norteamericano volvió sobre sí mismo para retratar historias de magnicidios o intentos de magnicidio hasta en películas de acción absolutamente inverosímiles y pochocleras como “Avión presidencial”, con lo que debemos descontar que el tema hasta “divierte” a la sociedad de los EEUU, podríamos terminar este pequeño catálogo con la más imperecedera de las películas sobre este asunto de “solucionae” dilemas socio políticos a los tiros contra los candidatos, los referentes políticos o los militantes de referencia.


Ese film es “Ciudadano Bob Roberts”, un falso documental escrito, dirigido y protagonizado en 1992 por el genial Tim Robbins, en el que el grandote encarna a Robert "Bob" Roberts Jr., un ascendente político de derecha que se postula para las próximas elecciones al Senado de los Estados Unidos.


La película fue escrita y rodada en 1992, antes de la explosión de los medios digitales y la realidad virtual, pero sin embargo el personaje de Roberts es el prototipo del político ultra conservador del Siglo XXI: es una persona que cuenta con una buena posición económica, de una burguesía empresarial petulante, es reconocido por ser cantante de música folk familiar y cristiana que canta junto su bella y casta esposa y -junto a ella, en nucleo de familia prototipo- presenta ideas conservadoras y violentas con entusiasmo, carisma y alegría impuesta que se contagia piramidalmente en la sociedad que adora adorarlo. En medio de esta escalada, Roberts es víctima de un atentando que lo deja paralítico de un riflazo. Parece que una parte de las juventudes medio nazi que él mismo está generando como seguidores pretorianos se ha nublado a punto de atentar contra el líder. ¿O no?. ¿Todo esto es real o es una puesta en escena tan cínica e impuesta como la sonrisa de afiches de Roberts? Pues bien: el rompecabezas lo armás vos, sentándote a mirar este largometraje que no deja tema sin tocar en materia de construcción de la realidad para la imposición de políticos que representen a los intereses que los llevan hasta la cima, el manejo de la opoinión pública a fuerza de presiones, escándalos y dineros contantes y sonantes y -por que no- el desprecio que los políticos que encarnan este modelo sienten hacias las propias personas que representan.


La figura del ciudadano Roberts es ran fuerte en todos estos condimentos que pareciera tapar el trasfondo del film, que es la idea naturalizada que la sociedad norteamericana tiene a la hora de entender el magnicidio como figura legítima de intervención política. El proclamado y blanqueado amor estadounidense por las armas y por su uso en el nombre de la libertad y la justicia por mano propia construyen el resto de este coctel que todos las obras que hemos mencionado en este artículo comparten: una sociedad promocionada globalmente como exitosa, poderosa y supremacista muerta de miedo y a los tiros entre ellos.


La pregunta bien puede ser ésta: Más allá de lo que podamos sintonizar o no con las ideas fuerza del sistema productivo del capitalismo tan pregnadas en el ADN nortamericano, ¿queremos seguir el ejemplo de la naturalización de la vioencia magnicida que -por lo visto en el reciente caso Kirk- los EEUU sigue sosteniendo como legítima?


Y bueno... algunas personalidades y colectivos políticos de nuestro país pareciera estar muy de acuerdo en ir hacia allí. El resto debemos pensar seriamente si entrar en esta frecuencia de un “todo vale” con gatillo no es, literalmente, pegarnos un tiro en el pie social. A pensarlo bien pensado, porque las ideas de la libertad por la vía de la violencia vienen avanzando con muchas, pero muchas ganas.

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