La inexistencia
El pantalón estaba trágicamente tirado sobre el acceso a las vías del ferrocarril. Tenía una pierna doblada sobre la otra, extendida. Como si hubiera albergado un cuerpo que se evaporara de pronto. Las personas pasaban sobre él, impiadosamente.
Alguien, mujer u hombre, lo habrá usado en un tiempo con calores y fríos y pasiones y tristezas. Habrá sido desechado después, ya veterano, y alojado tal vez en una bolsa de basura, desgarrada más tarde por perros hambrientos, hasta que el viento o algún can empecinado lo hicieron llegar al caminito que sube hacia las vías.
Las vías del ferrocarril también están abandonadas, como el trágico pantalón fallecido sobre el suelo polvoriento, una pierna plegada sobre la otra extendida, como si estuviera planchado por el sol calcinante de las 11 de la mañana. Los rieles se están oxidando por la ausencia de uso: ya no pasan trenes por este pueblo.
Así las personas, pensé, se tornan inexistentes, hayan muerto o no. Y las acciones de las personas, como las fiestas de los intendentes, los expedientes judiciales, o el sueño de las criptomonedas, suelen tener una vida efímera, y, al cabo, ninguna importancia en el lento movimiento del infinito Universo.
El pantalón trágicamente caído sobre el caminito de las vías, pensé, es una metáfora, un signo de otras cosas, una parodia colocada por el azar en el obtuso tránsito de la gente, que camina con los ojos pegados a la pequeña pantalla de los teléfonos. El pantalón, al fin, es la inexistencia.
Rubén Boggi
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