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La pelela y el amor

Nos casamos porque queríamos casarnos. Si, estábamos de novios hacia poco más de un año, y nos parecía que la madurez de nuestro amor alcanzaba para dar el si ante los papeles legales que aparecieron ante nuestros ojos ese mes de junio del año 1961.


Nuestra joven e inquietante relación era motivo de comentarios entre amigos y parientes: “pero qué enamorados están estos chicos!”, decían, ”parecen dos tortolitos!”, palabra que reconocí después y que, efectivamente, parecíamos dos pájaros prendidos de sus picos para siempre.

La situación económica no era cómoda, entendiéndose que pagar cualquier cuenta por pequeña que fuese, era un desafío que empezamos a calcular apenas dijimos “si!”. Pero antes que ese desafío, estaba pasar la luna de miel y para ello elegimos un lugar que era el paraíso prometido: ¡Bariloche!.



De la ceremonia civil hay recuerdos muy graciosos, como viajar apretados en un taxi novios y testigos rumbo al Registro Civil y comentando la luna de miel que nos esperaba desde ese mismo momento. Almorzamos en familia unos ravioles deliciosos amasados por la madre del novio, es decir, mi suegra, nos pusimos los anillos en medio del flan con crema que, como postre, rematamos la festichola del medio día.


Por la tarde nos vino a buscar un amigo con su auto para llevarnos a Constitución desde donde salía el tren hacia Bariloche. El frío calaba hasta los huesos, pero no sentíamos más que el calor de nuestras miradas, abrazos y besos, y felices, tomamos el tren hacia el soñado Bariloche.

Foto ilustración - Google
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Por aquellos años, el servicio del tren era con camarote con doble litera, muy estrechas pero con buenas y limpias sábanas, un pequeño armario de roble(todo el camarote estaba revestido con esa increíble madera) en el que se guardaba una llamada “pelela”, un enorme recipiente redondo con manija, todo de bronce bien lustrado. Se entendía que el mismo serviría para hacer las necesidades que el cuerpo pide dentro de la normalidad del dia. Arriba pendía un espejo ovalado con marco de madera y a los costados algunos pequeños estantes con vaso, y algún otro detalle que no recuerdo.


Dije, creo, que nuestra relación estaba atravesada por el amor y el encantamiento mutuo, entonces la pasión era un animal con sus garras prestas para devorarnos.

También dije, que el frío calaba hasta los huesos y cuál no sería nuestra sorpresa al comprobar que la calefacción no funcionaba. Tuvimos que recurrir a los abrigos que llevábamos en la valija para arroparnos y poder dormir, terminando vestidos como para marchar al polo, lo que dificultaba cualquier movimiento o acción de cualquier índole.


El asunto se complicó cuando pedí ir al baño ya que me negué a usar la “pelela” porque el pudor me invadía para mostrar esa intimidad de una necesidad tan normal como la de hacer pis. El baño del tren estaba a dos coches más adelante de distancia y atravesarlos vestidos de esa manera era también, lo que yo suponía, un papelón. Creo que fue la primera discusión de recién casados: que el baño si, que el baño no, que la pelela si, la pelela no. Llegó el momento de la decisión: tenía que usar la pelela.


¡Cuántas cosas se despertaron en mi joven humanidad! Una serie de fotos con el dedo de mi madre diciendo: ”¡eso no hace una chica decente!”, también la mirada de los vecinos que asomaban por la ventanilla del tren y me condenaban a la infelicidad por haber perdido el pudor y tantas cosas más.


Le pedí a mi novio-esposo, que me ayudara a atravesar ese momento, mirando hacia la pared y cantando para evitar se escuchara el ruido en el recipiente. Así lo hizo. No olvidaré jamás ese momento, cantaba a viva voz algo parecido a una ópera con un cha cha chá, o un tango con el arroz con leche. Fue un minuto, o tal vez horas (me parecieron). Cuando concluímos con nuestra misión, nos abrazamos e intentamos dormirnos enamorados y agradecidos. Mi esposo, en ese instante, era un héroe y encima ¡cantor!.


Pasaron los años, y aquel pudor develado me sirvió para muchas otras cosas de la vida, una de ellas es que hacer pis con testigos, no es romántico, pero puede ser un momento inolvidable donde el amor se estremece como de recién casada, y el pudor es una línea muy fina que, en su nombre, vale la pena atravesarla.


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A Hilda la escuchás AQUI

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