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Pasiones, romances secretos y triángulos amorosos y escándalos entre escritores.

El periodista Daniel Balmaceda saca los “trapitos al sol” del mundo íntimo de destacados hombres y mujeres de las letras del siglo XX en su libro “Romances argentinos de escritores turbulentos”, desde los amores frustrados de Borges, pasando por la obsesión por una joven en Leopoldo Lugones hasta las infidelidades de Neruda.


“Quítese el rouge porque voy a besarla”, le dijo Adolfo Bioy Casares a la escritora mexicana Elena Garro en París en 1951 durante una visita del autor de “La invención de Morel” a la Ciudad de la Luz en la que logró separarse por unos minutos de su esposa Silvina Ocampo para estar a solas paseando con la mujer del poeta Octavio Paz. Cuenta la leyenda que Elena procedió efectivamente a sacarse el maquillaje, que Bioy la besó, que fueron amantes y hasta analizaron la posibilidad de estar juntos.

Bioy Casares, Silvina Ocampo, Octavio Paz y Elena Garro
Bioy Casares, Silvina Ocampo, Octavio Paz y Elena Garro

Triángulos amorosos, pasiones y desengaños de grandes escritores se despliegan en las casi 400 páginas del libro Romances argentinos de escritores turbulentos de Daniel Balmaceda, publicado por editorial Sudamericana.

El periodista rescata y pone al descubierto (saca los trapitos al sol) a través de una profunda investigación que incluyó biografías, cartas y notas periodísticas, las historias de amor en la que estuvieron involucrados reconocidos escritores y escritoras desde Jorge Luis Borges, Horacio Quiroga, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, Roberto Arlt, Oliverio Girondo, pasando por Norah Lange, Alfonsina Storni hasta Silvina Bullrich y Leopoldo Lugones, entre otros tantos nombres de las letras argentinas del siglo XX que dan cuenta de la historia sentimental literaria.

Pero también incluye a algunos extranjeros y extranjeras que se enamoraron en estas tierras, por ejemplo el francés Antoine de Saint Exupéry, el autor de El Principito, el chileno Pablo Neruda, la mexicana Elena Garro.


Entre algunas de las historias desconocidas, se destaca el romance de Victoria Ocampo, la directora de la emblemática revista Sur, con Julián Martínez que trabajaba en la embajada argentina en Roma y era el primo de su marido, Luis Estrada. Ocampo conoció a Martínez en un encuentro fortuito en las calles de Roma mientras la pareja paseaba durante su quinto mes de luna de miel. “En el momento que lo ví de lejos, su presencia me invadió. Él me echó una mirada burlona y tierna. Miré esa mirada y esa mirada miraba mi boca, como si mi boca fuesen mis ojos. Mi boca presa en esa mirada se puso a temblar. Duró un siglo, un segundo”, escribió en sus memorias la directora de Sur.


Ocampo modificó todos sus planes en la luna de miel a partir de ese flechazo. La pelea entre Horacio Quiroga y el pintor Benito Quinquela Martín por el amor de la poeta Alfonsina Storni, es otra de las historias románticas que abordó Balmaceda en su libro. Parece ser que la autora de “El dulce daño” tomó el consejo de su amigo pintor y abandonar a Quiroga que la había invitado a vivir a Misiones donde se había radicado desde 1932, con su esposa y la hija de su segundo matrimonio. Cuando la escritora le consultó a su amigo, éste le dijo “¿Ir a Misiones con ese loco? ¡Ni a la esquina, Alfonsina, ni a la esquina!”.


Para Quinquela, Alfonsina era una persona con la que pretendía un vínculo sentimental, “pero ella lo consideraba su gran amigo, y cuando le contó la propuesta amorosa de Quiroga se opuso a que se fuera ‘con ese loco’”.

Quiroga y Quinquela, cuenta Balmaceda, se detestaban; Alfonsina quería a los dos, aunque con el pintor el límite era la amistad. Quinquela deseaba que sus sentimientos por la poetisa fueran recíprocos. En cambio, ella prefería al salteño oriental, autor de “Cuentos de la selva”.

Alfonsina Storni y Horacio Quiroga
Alfonsina Storni y Horacio Quiroga

Ni Storni ni Quiroga pudieron, tiempo después de esa ruptura, escapar del destino trágico. Ella se dejó llevar por el mar un 25 de octubre de 1938, luego de escribir su último poema “Voy a dormir”; y él se mata bebiendo un vaso con cianuro el 18 de febrero de 1937. Alfonsina consideraba que el suicidio era una elección concedida por el libre albedrío, y así lo había expresado en un poema dedicado a su amigo y amante, Horacio Quiroga.


Otra historia es la cita amorosa que terminó con la cortejada en brazos de otro galán. Un joven Jorge Luis Borges invitó a Norah Lange a la presentación del libro “Don Segundo Sombra” de Ricardo Guiraldes, y ella se enamoró del poeta Oliverio Girondo, quien se convirtió en el gran amor de su vida.

Lange era una hermosa mujer, de orígenes nórdicos, que llamaba la atención del joven Georgie por sus grandes ojos claros y melena pelirroja. Para algunos parecía más una diva del cine que una escritora.

Luis Borges y Norah Lange
Luis Borges y Norah Lange

El joven Borges pasó a buscar a la veinteañera Norah, y a su hermana Ruthy, por la casa de la calle Tronador, sabiendo que era la oportunidad de conquistar su corazón.

Girondo tenía 35 años, era abogado por mandato y poeta por gusto, como afirma Balmaceda, y todo un personaje que finalmente conquistó a la joven que pretendía Borges.


Oliverio Girondo y Norah Lange
Oliverio Girondo y Norah Lange

De aquella noche de flechazo, Norah contó que en un momento de la velada, Girondo había comprado una botella de vino especial y la tenía en el suelo, al lado de la mesa. “Yo la tiré en un descuido, Oliverio me dijo, con su voz de caoba, de subterráneo: ‘Va a correr sangre entre nosotros’”.


Con esa frase, el poeta de “En la masmédula” dejó fuera de juego al autor de “Fervor de Buenos Aires”. Esa noche, después de bailar y bailar, Norah volvió a su casa de la calle Tronador acompañada por Girondo, y Borges se marchó a la suya con el corazón vacío y quizás esa noche de desazón escribió aquel verso “me duele una mujer en todo el cuerpo”.. Norah y Oliverio pasaron el resto de sus vidas junto y dedicándose sus libros el uno al otro.


Balmaceda cuenta que en una ocasión, una mujer le provocó tanto dolor a Borges que decidió ir al dentista para que le sacara una muela, y que ese padecimiento reemplazara al otro, que lo anestesiara.

A la hora de enamorarse, Roberto Arlt era casi un calco de sus personajes: aspiraba a lo imposible y no vacilaba en jugar todas sus cartas para conseguirlo; no siempre ganaba. Por el contrario, tanto Adolfo Bioy Casares como Horacio Quiroga eran dueños de un enorme poder de seducción, que llevaban hasta sus últimas consecuencias.

Leyendo el libro uno puede encontrar en la página 21 a Leopoldo Lugones definitivamente enamorado de Juana González, pero 131 páginas después saber que le dedicará cientos de versos a su novia “adorada”, Emilia Cadelago, y en la página 207 Balmaceda reconstruye el último amor del autor de “Lunario sentimental” concretado poco antes de suicidarse con la joven poeta María Alicia Domínguez.


Otra historia es la de Conrado Nale Roxlo quien abandonó sus intenciones suicidas en los lagos de Palermo cuando notó que los 60 centímetros de profundidad no serían suficientes para ahogarse, y que veinte años después no recordaría el nombre de la chica que lo había casi empujado a la muerte.


Acaso lo que le interesó contar a Balmaceda para reunir en este libro estas historias de amor, que justamente el amor alcanza su máxima expresión en la palabra, y estos hacedores de la palabra cuando se enamoran pueden exhibir la intensidad del amor de forma inigualable. Es que el amor y la pasión pueden ser un gran motor creativo.


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