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  • Foto del escritorP. Montanaro

Osvaldo Soriano, por siempre

De chico soñaba con ser el goleador de San Lorenzo de Almagro, club del que era hincha, vivió unos años en Cipolletti, fue uno de los novelistas argentinos más populares y supo retratar como pocos la realidad y la política de la Argentina. Murió hace veinticuatro años, un 29 de enero de 1997, pero sus historias nunca nos dejan, esas historias cuyas huellas están marcadas con sus vivencias en el Alto Valle.


* Por Pablo Montanaro


Nació en Mar del Plata, un día de Reyes de 1943, en una modesta casa de madera sobre la calle Alvear. Hasta allí había llegado su padre, José Vicente Soriano, de origen catalán, para participar como empleado de Obras Sanitarias en la instalación de la red cloacal. Trece años después de ese caluroso día, una fría mañana, José Vicente despertó a su mujer, Eugenia y a su único hijo, Osvaldo, para anunciarles que se trasladarían a Neuquén. Entusiasmado, el hombre alto, de voz temible y pelo blanco, con el infaltable cigarrillo en los labios que lo asemejaba a Dashiell Hammett (el autor de "El halcón maltés"), les dijo que quería probar suerte en los pozos de petróleo en el sur del país. Eugenia y el pequeño Osvaldo lo miraron con resignación y fastidio. No era para menos porque así, de mudanza en mudanza, siempre por motivos laborales del padre, había sido y seguiría siendo la vida de la familia.


Llegaron a Neuquén y un tiempo después alquilaron un chalet en la esquina de Mengelle y Alem, en Cipolletti, donde actualmente funcionan las oficinas de la estatal Aguas Rionegrinas. Para Osvaldo, Cipolletti se presentaba ante sus ojos como "un verdadero Far West", con calles de tierra, sin librerías, con diarios que llegaban con tres días de retraso, ni siquiera un lugar donde escuchar música o ver alguna obra de teatro, y con sólo tres únicos entretenimientos: cine, carreras de motos y fútbol. "Queríamos madurar pronto y triunfar en alguna cosa viril y estúpida como las carreras de motos o los partidos de fútbol", escribió muchos años después en el cuento "Primeros amores", incluido en el libro "Cuentos de los años felices".


Antes de convencerse de que no tenía ningún talento para las pistas, Osvaldo se dio varios coscorrones a bordo de una ruidosa moto en la que portaba orgulloso el escudo de San Lorenzo de Almagro, el club del que era hincha.

No sólo llevaba la pasión por el equipo de Boedo en la moto sino que también la había trasladado a las paredes de su dormitorio. Orgulloso mostraba a sus amigos del barrio las fotos de aquella delantera azulgrana (Facundo, Ruiz, Omar Higinio García, Sanfilippo y Boggi), que sólo conocía por la revista "El Gráfico" o a través de los relatos de LU5 Radio Splendid de Neuquén. Osvaldo no soñaba sólo con jugar al fútbol y llevar el "9" en la espalda, también quería convertirse en relator de ese deporte a la manera de sus ídolos: Fioravanti, Alfredo Arostegui y Osvaldo Caffarelli, con quien intercambiaba cartas.


Discutía con su padre catalán acerca de su futuro: no quería ser ingeniero. A pesar de ello, José Vicente lo acompañaba siempre a los partidos jugara donde jugara, con la infaltable máquina de fotos Laica para retratar al equipo de su hijo. Precisamente su padre era el que ponía el dinero para comprar las camisetas (blancas con una raya roja similar a la de River) del equipo en que jugaba Osvaldo, llamado Defensores de Belgrano, junto a sus amigos Eduardo Garnero, Juan Carlos de Rioja, Juan Honorio, los hermanos Rosauer y Ramón Vásquez... Todos ellos se pasaban las tardes en el parque de la casa de Osvaldo tirando centros para que la metiera de cabeza o de chilena. "Como jugador era un centrodelantero voluntarioso, ponía todo en la cancha", lo definieron sus amigos y el propio Soriano se describió como "un nueve torpe pero goleador, capaz de agujerear la red o desmayar a un perro".

Osvaldo jamás le perdonaría a su padre haber tenido que dejar el fútbol en Cipolletti (también jugó en un equipo llamado Confluencia) y un pedazo de felicidad que es la adolescencia. Fue cuando la familia volvió a mudarse, esta vez a Tandil. Muchos años después, sin haber podido cicatrizar aquel dolor comentó: "El viejo era un luchador y nos llevaba de pueblo en pueblo porque creía que, a pesar de alguna caída, había un mañana mejor para la Argentina. Pero ¿por qué no me preguntó si yo quería vivir en todos los sitios adonde lo llevaba su trabajo?".

Un par de veces, no más de tres o cuatro, ya famoso periodista y escritor volvió a Cipolletti y en uno de esos regresos fugaces describió de esta manera ese universo de juegos y relaciones en uno de sus relatos: "Reconocí la puerta desde donde me llamaba mi madre, el rincón en el que se murió mi perro y el lugar de la calle en donde me atropelló un coche. Ése era mi jardín y ahí estaba mi Rosebud cualunque, erguido entre otros árboles. Si hubiera estado solo me habría subido de nuevo por aquellas ramas".


Fue en Tandil donde después de trabajar en una metalúrgica a los 21 años dio sus primeros pasos como periodista en el diario "El Eco de Tandil". En esa ciudad dejó de pensar que sería jugador de fútbol y decidió ser escritor. "Las dos actividades tenían algo en común: eran perfectamente inútiles pero muy placenteras", afirmó. Y se sumergió de manera caótica en la literatura; primero fueron "Los hermanos Karamazov" de Dostoievski, luego siguió con William Faulkner, Raymond Chandler, Hemingway...

Mientras escribía en "El Eco de Tandil", Soriano reescribía como ejercicio las notas del diario "La Nación" pero al estilo de las que se publicaban en "Primera Plana", la revista en la que quería trabajar. En una calle tandilense se cruzó con Osiris Troiani, quien formaba parte del staff periodístico de "Primera Plana", y le propuso que escribiera algo sobre la Semana Santa. De inmediato, Soriano se fue a Buenos Aires.


Su estilo fluido, simple y directo pero tan eficaz lo fue forjando desde el oficio periodístico. Su verdadera formación la obtuvo en las redacciones de los diarios y revistas más importantes de la época, como "Primera Plana", "Panorama", "La Opinión", tecleando las viejas máquinas Olivetti al lado de Tomás Eloy Martínez, Juan Gelman, Rodolfo Walsh, Francisco Urondo... Soriano siempre resaltó la experiencia en el diario "La Opinión", en donde trabajó entre 1971 y 1974 dirigido por Jacobo Timerman. Participó además en los dos proyectos que renovaron el periodismo argentino: el semanario "El Periodista" y el diario "Página 12", del que fue uno de sus fundadores.


Con la llegada de la dictadura, "el mal absoluto" como la definió, Soriano marchó al exilio, primero en Bruselas y después en París, en donde junto a Julio Cortázar, Hipólito Solari Yrigoyen y Carlos Gaveta fundó el periódico "Sin Censura", en el que se denunciaban las aberraciones y los crímenes perpetrados por los militares. Regresó al país con el retorno de la democracia. "Osvaldo Soriano fue protagonista de su tiempo histórico. Ni se refugió en la torre de marfil ni colaboró con dictadores ni tuvo doble mensaje con la ética. Pocos tu