http://media.neuquen.gov.ar/rtn/radio/playlist.m3u8 Mejor nombrar la belleza para que exista!
top of page

Mejor nombrar la belleza para que exista!

Ana Gomez es una joven escritora argentina que reside en Buenos Aires. Escribe poesía y su estilo derrama ternura e inteligencia, si es que ambas cosas pueden convivir de alguna manera, o, mejor dicho, a su manera. Hace un tiempo estuvo por Neuquén y su visita se refugió en unos pocos amigos que se deleitaron con su presencia. Recibimos por redes este bello texto, acompañado por una pintura de su amiga pampeana, cantora y talentosa Pamela Diaz.

 

Tengo un pie apoyado. Eso seguro. El otro siempre anda por el aire, creyéndose ala en vez de suela. Pero uno está apoyado y me basta para no perderme, para confundirme con el piso dibujando caminos minúsculos en un color de tierra seca, siempre llevando alimento al hormiguero donde aguardar los próximos inviernos.


A veces la mañana me agarra de puntillas, como pidiendo permiso para entrar al día, revisando cuántos perdones tengo que presentar en nombre de quienes ni una miga levantan sobre el lomo, mientras otros soportan diez veces su propio peso. A medida que los pensamientos se transforman en manos, cuchara, escoba y palita, llego al atardecer pisando más parejo y escribo poesía.


Digo cosas que reparan mi boca rota y me ponen a besar campos de yerba a la hora de desensillar y dar suspiros. Cuando éramos niñas, con Vale competíamos por hacer el mejor ramo de florcitas silvestres. Mi mamá era la reina y nosotras debíamos darle toda la belleza posible que tirara el universo sobre el campo: las naranjas ni se veían por miniaturas, las amarillas se presentaban muchedumbre entre yuyos y cardos, las violetas eran un detalle que regalaba el borde del camino para nuestros ojos críticos de esas obras de un arte muy gratis.


Mi mamá nos quería por igual, veía los ramos mellizos como si fueran el mismo y festejaba la entrega. En el camino de las flores silvestres aprendí a andar por el borde de mi propio centro, ubicándome en el lugar de las amarillas más que en el de las naranjas o las violetas y agradecí esa escuela viva cuando me olvidó el amor primero y el segundo y seguí viendo un camino de tierra que florece en los costados. Dicen que este desastre va a pasar, que el mundo ya se rompió otras tantas veces, que tendremos mil días de gracia para cada nacimiento y que se levantarán tribunales de infraestructura pesada que viven en un vientre de mujer.



Dicen que repartiremos tesoros que son muy poca cosa para algunos pero un tirón más en la cuesta arriba de los tantos. Mientras, entre el ir y venir del cotidiano, volví a recordar el ángel de la guarda que me enseñó mi papá cuando era chica, como quien carga un sol de noche para cuando la tormenta corte la luz. Lo rezo por partes, mientras voy al mercado chino a discutir con los precios de las cosas, cuando un ruido de la madrugada me despierta y lista los pendientes que faltan resolver, cuando tu silbido me dice que llegaste y yo quiero que no tengas apuro en olvidar.


También cuando la radio nombra los muertos de hoy, que hasta ayer escuchaban, como yo, las estadísticas. Mis hermanas maestras sí que deben dormir bien toda la noche, porque a ellas las esperan muy temprano unas escuelas que han armado en las cocinas de sus casas. Aún cuando son invisibles, mis hermanas planchan el delantal y bordan los bolsillos donde quisieran que les pesen los objetos perdidos, riquezas que se sueltan de la infancia cuando hace su muestra de vuelo en un recreo.


A veces pienso que mejor no decir nada, acabarla con esta chorreadera de palabras que no reparten nada a nuestra especie, ni curan el faltante de una respiración. Pero después me acuerdo del camino, de todas las flores que hoy estuvieron allí sin que las viera, sin que mis manos y las de Vale se peleen por ellas, sin que mi mamá las reciba con su precisa justicia repartida, desalentando competencias.

Y creo que mejor sí nombrar a la belleza para que exista, seguir diciéndola aunque la perdamos de vista, para que sea, para que no se pierda entre otras formas menos recomendables de este mundo, convidar palabras como confites, que nos recuerden nuestra parte humana, sentados por horas frente a la pantalla, compartir palabras que nos pongan un brillo en el ojal, como quien pincha escarapelas en los delantales de los chicos de la escuela, palabras que nos salven del miedo, que nos devuelvan el gusto por andar dándole besos a la vida con las bocas sueltas destapadas.


Mejor tener un pie en la tierra y el otro que se crea ala con plumas y permiso, y hacer ramos de flores silvestres, cosas sin envase, sencilleces que nos entran en los ojos, en las manos, en los bolsillos bordados de mis hermanas maestras.


Texto de Anita Gomez, Lea Poesia.

whatsapp-verde.png

A Hilda la escuchás AQUI

CLICK_AQUI.jpg

Mirá También:

PELICULAS

MUSICA

LECTURA

bottom of page