Milonga para una niña
Ambición trepadora, fulminantes caídas y finales húmedos. Apuntes chuscos apuntes para una Gloria Argentina que no merece tal nombre.
Por Jorge Gorostiza
Acaso fue Dédalo el más astuto de los mortales, el primero en merecer el título de polímata, esto es, aquel que sabe de todo y todo lo sabe bien. Prototipo de artista completo, erudito, arquitecto, escultor, mecánico, inventor, ingeniero e ingenioso, Dédalo anticipó en unos cuantos siglos la figura del genial Leonardo Da Vinci, el hombre universal por excelencia. En su diálogo sobre la virtud, también conocido como el Menón, Platón nos trae noticias, medio de refilón, de estatuas animadas creadas por Dédalo. El filósofo no andaba con el celular encima, de modo que no sabemos cómo eran esos artefactos, o robots, pero, como dice el propio Platón, no saber no es lo último que un sabio debe decir sino lo primero.
Pues bien, tenía Dédalo su taller en Atenas y allí su hermana puso a trabajar a su hijo, Pérdix, como aprendiz. El muchacho era verdaderamente despierto, aprendía muy rápido y su talento era comparable al de su tío, o aún superior… Habiendo creado Pérdix el formón, el compás y el torno de alfarería, Dédalo empezó a sentir un escozor que rápidamente fue mutando en envidia y finalmente en odio puro. Cuando el pibe, observando la mandíbula de una serpiente, patentó la sierra de dientes, el maestro lo llevó a dar una vuelta por la Acrópolis y, cuando llegaron a la parte más alta de la ciudad, le metió un patadón a Pérdix quien cayó cuesta abajo y se rompió el marote contra suelo.
Perdixte Pérdix, dijo el tío, refregándose las manos. Sin embargo alguien había visto el crimen y Dédalo fue citado al Areópago, es decir a la colina de Ares, donde lo juzgó el Consejo de areopagitas (por favor, no sean guarangos). Fue condenado al destierro, pena terrible si las había. Recaló Dédalo en la isla de Creta donde se puso al servicio del rey Minos a quien prestó muchos y variados servicios. Por el mismo precio, sirvió también a la reina Pasífae para quien construyó una vaca de utilería que le permitió ser servida por un toro del cual estaba salvajemente apasionada. De aquella experiencia zoofílica nació Minotauro, monstruito que fue encerrado en el laberinto, palacio de aberrantes corredores diseñado también por Dédalo. Minotauro, criaturita de dios, creció gracias a una dieta rica en púberes de Atenas.
Como era gauchito pa’ cualquier mandado, sirvió Dédalo también a la princesa Ariadna (hija de Minos y Pasífae) cuando esta le pidió ayuda para salvar al héroe ateniense Teseo, quien debía enfrentarse al medio hermano de ella, es decir, al Minotauro. Dédalo aconsejó al joven llevase un carretel de piola y lo fuese desenrollando a medida que se adentrase en el laberinto, de modo de poder reconstruir, llegado el momento, el camino de regreso. Cuando el rey Minos se enteró del triunfo de Teseo y del rol que había cumplido Dédalo en la historia, encerró a este en una torre junto con su hijo Ícaro. Ariadna, entretanto, huyo con Teseo pero este la abandonó en Naxos mientras ella dormía.
Pero regresemos a nuestro inventor de cabecera: durante el encierro, en vez de lamentarse, Dédalo empleó su tiempo en tramar la fuga. A tal fin analizó la situación y los recursos disponibles. Respecto del primer ítem, teniendo en cuenta que Minos poseía el control en la tierra y el agua, concluyó que el único medio para escapar era por aire. En cuanto al segundo, además de vista al mar, poco o muy poco tenía a su alcance Dédalo en lo alto de aquella torre. Pero el inventor notó un par de tesoros que para otros podrían haber pasado desapercibidos: había allí un par de panales de abejas, y anidaban muchas aves en las almenas de la torre.
Pacientemente, durante meses, Dédalo e Ícaro cosecharon plumas y las pegaron entre sí con la cera de las abejas hasta formar dos pares de alas. Cuando llegó el día, repasaron cuidadosamente el plan: irían a favor del viento, hacia el oeste, hasta encontrar tierra; irían a media altura, ni demasiado bajo que las olas mojaran las plumas, ni demasiado alto que el Sol derritiese la cera, irían juntos, hacia la vida. Al alba, padre e hijo treparon al borde de la torre y, literalmente, se fueron volando. Ebrios de libertad, reían y cantaban, pues todo marchaba a la perfección. Sin una nube en el cielo y con una amable brisa a su favor rápidamente dejaron atrás la isla de Creta. Cuando ya se veía la costa, Ícaro se tentó y subió, y subió, desoyendo a su padre. Al ratito, no más, Dédalo vio caer a su hijo como una piedra. El inventor tocó tierra ahogado en lágrimas. Veníamos bien pero pasaron cosas, dicen que dijo, entre sollozos.
En cuanto a Minos, rey de Creta, su majestad persiguió a Dédalo por el resto de sus días y lo encontró después de años en la corte de Cócalo. Sin acceso a Google, para dar con el fugitivo ofreció Minos una formidable recompensa a quien pudiese hacer pasar un hilo de lado a lado por el interior de una caracola. Dédalo, que evidentemente era un tipo piola, lo resolvió atando el hilo a una hormiga y empujando a esta hacia dentro del caparazón. Cuando Cócalo se presentó a cobrar el premio, Minos (haciéndose el opa) le preguntó si por una de esas casualidades conocía a un tal Dédalo. Claro que sí, dijo Cócalo, es miembro de mi corte. Hasta allí fue a buscarlo Minos pero las hijas de Cócalo lo asesinaron con agua hirviendo, gracias a un sistema de tuberías diseñado por Dédalo. Un final húmedo y sumamente hot, como quien dice.
Muchos siglos después, en su desmesurada ambición trepadora, Gloria Argentina Ruiz, cual Ícaro, ha terminado por caer, estrepitosamente, al vacío. Ella y Rolando Figueroa son fieles ejemplares de la riquísima fauna de políticos migratorios. Sin ir más lejos, Rolo supo ser vicegobernador del MPN, para luego oponerse fieramente a ese mismo partido (y derrotarlo), en elecciones. En cuanto a su compañera de fórmula, la muy mentada Gloria Argentina, podríamos decir que a ella cualquier colectivo la deja bien. Hoy más que nunca, con tal de zafar de prisión. Veremos si tiene acaso algo del talento de Dédalo en esa materia... En el total abandono en que ella ha quedado, bien podríamos dedicarle Ariadna en Naxos, la bellísima ópera de Stauss. Sin embargo, por recomendación de un prestigioso gabinete de folcloristas, politólogos, psiquiatras y criminalistas, lo mejor para ella y para usted es escuchar la Milonga para una Niña: “Puedo enseñarte a volar, pero no seguirte el vuelo”, Don Alfredo dixit.
Comments