Willy, el viento y el sustain
La primera y única vez en mi vida que vi a Willy Crook debajo de un escenario fue en 1993, yo era un pendejo de 22, bastante forro y pagado de su propio poder de inventiva, que era lo que me daba de comer. Un rantifuso como yo lo único que podía hacer con el culo cargado de petardos y la cabeza hirviendo de ideas era radio, y me iba bien. Por eso creo yo que era un maldito pedante, porque me pagaban y la gente me decía cosas lindas sobre mi trabajo. O tal vez no, tal vez era un pedante porque estaba enojado con el mundo y el mundo se me cagaba de risa. No lo se, no me acuerdo.
Tampoco me acuerdo bien que fue lo que le dije aquella noche a Crook. Fue en la disco esa que estaba en la diagonal 25 de mayo, Mirror creo que se llamaba, o algo así. Juro que no me estoy mandando la parte, realmente no me acuerdo. Pero algo altisonante le dije, de eso estoy seguro, medio copeteado yo, medio copeteado él. Cuando cerré la boca tras el exabrupto, entre nosotros se hizo un silencio de un segundo, figurado, claro, porque la música sonaba -como en todas las discos- al recontra maldito palo.
Crook me miró y se rió. Creo que le sorprendió un poco el nivel de estupidez de lo que yo le había dicho; así, de la nada, en medio de una disco que no conocíamos ninguno de los dos. Él había venido al pueblo a tocar con los Lions in Love, una banda medio loca y moderna que armó con Piccolini y con Melingo, y seguro que estaban de parranda tras haber tocado esa noche. Nunca chequié el dato.
Yo lo vi riéndose de mí y me enojé. ¡cómo se iba a tomar así las cosas! Volví a hablarle, esta vez casi ladrándole. Él -contra todo pronóstico lógico- sonrió con mayor amplitud. Que lindo que era.
A mi se me pasó todo al verlo así, con esa alegría inocente y sonriéndole de esa manera irresistible a un bobo desconocido, de veinti pocos años, alto como un ropero, vestido como un maniático grunge, atolondrado como esa horda que entra al subte en hora pico, que le había tirado un bolazo de la nada en medio de una disco.
Sin dejar de sonreir señaló para la barra, onda "voy a buscar un trago" y me cabeceó. Llegamos a la barra en silencio y en trencito. No se que se pidió (recuerden que yo estaba medio puesto) pero yo me pedí uno de esos tragos aniquilantes que solían preparar en las barras de las discos en los 80 y los 90. Mucho muy fuertes, aún para un rockero maluko como yo.
La anécdota se va terminando. Willy se quedó dos minutos en la barra conmigo y se volvió con Melingo y dos chicas re chéveres que estaban con ellos. Yo me quedé en la barra, super aferrado al trago (tal vez hayan sido dos o tres...) que me apagó la luz aquella noche. Solo recuerdo que en esos dos minutos que tardó la barman en prepararnos los brebajes,
Willy me contó que en su próxima vida quería ser un aguilucho, y ver todo esto que veíamos todes desde acá abajo, pero desde arriba, planeando y jugando al sustain con el viento. Lo escuché con atención y en silencio.
¿Vos que querés ser? me preguntó, ya con su trago en la mano. Mal arriado, como ahora, le dije yo (recuerden que estaba enojado con la vida). Él se volvió a reír, me dio un abrazo de un solo lado, para que no se le volcara el trago, y se fue con su manada de leonxs.
15 años después hice una entrevista telefónica con él y le pregunté de la nada -en medio de la entrevista- si todavía soñaba con ser aguilucho en la próxima vida. ¡Epa, de donde sabes eso!, se sorprendió. Un día me lo contaste, le solté yo, sin darle mayores explicaciones. Ajá, dijo él, y refrendó al aire todo lo que me había dicho aquella noche. Incluido lo del viento y el sustain. Luego seguimos hablando del funky y de esas cosas que hablan los músicos y los periodistas cuando ambos están laburando.
Recién me dicen que partió. Ahora eres aguilucho Willy, no me cabe duda de ningún tipo.
