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Del mayo francés a la pandemia, una presión que crece

Hace 52 años, alguien de mi edad, era joven. Era, posiblemente, revolucionario. Le gustaba leer, enterarse, hacer el amor, y fumar cigarrillos negros. Le gustaba ir al cine, jugar al fútbol, y escuchar discos de vinilo. Odiaba el sistema, y proponía opciones. Según donde le hubiera tocado nacer o llegar a esa temprana edad de entre 15 y 20 años, la revolución iba o venía. Pero estaba, siempre, presente.


Hace 52 años era 1968. Ese fue el año que pasó a la historia con “el mayo” francés. Protagonistas centrales, los jóvenes. Estudiantes, obreros. Lo pusieron a Charles De Gaulle contra las cuerdas. Crearon consignas inolvidables, como aquella de “la imaginación al poder”. Lo obligaron al patriarca francés, consagrado por la Segunda Guerra Mundial como uno de los líderes emblemáticos, a llamar anticipadamente a elecciones.

La marea de jóvenes soliviantados, reclamando más libertad, más protagonismo, arrasó con París e inauguró formalmente la segunda parte de un siglo oscuro y alumbrado por balas.

"Cordobazo" - 1969 - Foto Ilustración
"Cordobazo" - 1969 - Foto Ilustración
Un año después, era 1969, y aquí, en este cono sur que miraba a Francia con amor y a la vez recelo, ocurría el Cordobazo. Fue, también, en mayo. Protagonistas centrales, los jóvenes. Fueron los que salieron a la calle, organizados por el sindicalismo -el burócrata y el combativo, unidos- y los centros de estudiantes. Nombres como Elpidio Torres, Atilio López, Agustín Tosco, René Salamanca, resonaron después en los oídos de ávidos militantes.

Miles, combatieron contra la milicia mandada por la dictadura de Juan Carlos Onganía, y, pese a perder vida y libertades en muchos casos, consiguieron una inexorable victoria, abriéndole la puerta a la renuncia de Onganía y el proceso de convocatoria a elecciones, que se concretó en 1973.


Medio siglo después, en este 2020 de peste y miedos, hemos olvidado que fuimos jóvenes, que fuimos revolucionarios, que fuimos víctimas, héroes, mártires. La democracia nos parece natural y la dictadura es una cosa de libros o documentales aburridos. Lo peor es que hemos perdido de vista a los jóvenes. ¿Dónde están? ¿Qué hacen? Sin escuelas, ni universidades. Sin calles abiertas, ni noches seductoras de libertad irrefrenable. Nuestros jóvenes están detrás del muro de la peste, del sistema para combatir la peste. Son víctimas de la sanidad mal entendida. Están allí, en algún lado, debajo de una tonelada de propaganda absurda, de ejercicio ilegal de la adultez mojigata.


Están allí. Hay un sordo rumor que crece, que está pronto a estallar: la naturaleza los potencia y los envuelve con mayos franceses y cordobazos argentinos. Están allí, y en cualquier momento se despiertan, se levantan, nos pasan por arriba, nos meten los virus en donde no nos da el sol, y salen a la vida, para cambiar, para transformar, para concretar, la imaginación al poder, o sea, el poder, el poder de imaginar que es posible.


Rubén Boggi

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