Premio Nobel de Literatura 2020
La Academia Sueca ha concedido el jueves 8 de octubre, el Premio Nobel de Literatura a la poeta neoyorquina Louise Glück, de 77 años. Junto a Olga Tokarczuk, Svetlana Alexiévich y Alice Munro, es la cuarta mujer en una década en recibir el galardón (y la decimosexta de la historia del premio). También es —con Bob Dylan, Kazuo Ishiguro y la citada Munro— la cuarta premiada en esta década que escribe en inglés.
Entrevistada por la prensa, hizo declaraciones acorde al momento que vivió, reconociendo que:
“Hubo un momento en que quise ser actriz. Luego me di cuenta de que, en el fondo, lo que quería es que me aplaudieran. Tenía buena memoria, pero carecía del don de actuar. Era una actriz de madera”.
Louise Glück es una poeta norteamericana nacida en Nueva York en 1943.
Se graduó en 1961 en Hewlett High School de Nueva York, y luego asistió al Sarah Lawrence College y Columbia University. En la actualidad vive en Cambridge, Massachusetts. Es miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras y profesora en el Williams College.
Esta considera una de las figuras más relevantes de la poesía contemporánea norteamericana, y acaba de ser galardonada con el Premio Nobel de literatura 2020.
Es autora de más de nueve libros de poesía y de una colección de ensayos, Proofs and Theories, que obtuvo el Premio PEN-Martha Albrand.
Fue galardonada con el Premio Nacional de la Crítica por The Triumph of Achilles, el Premio Pulitzer por The Wild Iris (El iris salvaje, Pre-Textos, 2006), y el primer Premio otorgado por los lectores del New Yorker, además del Premio Bollingen, por Vita Nova. Entre otros, cuenta también con el Premio Nacional Bobbit otorgado por la Biblioteca del Congreso, el Premio William Carlos Williams otorgado por la Asociación de Poetas de Estados Unidos, el Premio Fundación Lannan y el Premio Ambassador, otorgado por la Unión de Hablantes de lengua inglesa.
Amante de las flores.
“En nuestra familia, todos aman las flores.
Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas:
sin flores, sólo herméticas fincas de hierba
con placas de granito en el centro:
las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras
llena de mugre algunas veces…
Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo.
Pero en mi hermana, la cosa es distinta:
una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre a leer catálogos.
Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de ladrillo.
Cada primavera, espera las flores.
Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende que es mi madre quien paga;
después de todo, es su jardín y cada flor es para mi padre.
Ambas ven la casa como su auténtica tumba.
No todo prospera en Long Island.
El verano es, a veces, muy caluroso, y a veces, un aguacero echa por tierra las flores.
Así murieron las amapolas, en un día tan sólo, eran tan frágiles…
Mónica Oppezzi
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