http://media.neuquen.gov.ar/rtn/radio/playlist.m3u8
top of page

¡Tanta Elena!

La recuerdo entre las macetas de geranios y malvones, en el gallinero repartiendo el maíz, en la cocina frente a la olla del puchero de los lunes. Tenía el pelo blanco desde siempre y la pregunta escondida en la vergüenza de los años pequeños: ¿habría nacido con el pelo blanco?, ¿o era la espuma de su bondad?, si, era eso, la espuma de su bondad.


Había trabajado desde muy pequeña en una casa de familia alemana, brillaban los pisos y la vajilla, trajinaba con el vigor de esa sangre tana que llevaba puesta en sus venas como caballo desbocado. Para afuera: silencio y la mirada celeste como el cielo que habría soñado cuando se sueña con cielos. Su adolescencia transitó un hogar creado a su manera: trabajo, mandados, horarios, era la vida de los patrones arraigada a su propia vida.


Fue precisamente en esos mandados que debía pasar frente a un portón abierto del patio de una casa en el barrio con perfume a historias de inmigrantes. En ese patio, de piso de ladrillos, estaba el muchacho que ponía las herraduras a los caballos de los carreros de la zona de Quilmes.


Ella iba y venia son la bolsa del mercado apretada entre sus brazos y el temblor de las primeras miradas que descubría en su cuerpo pequeño, el despertar de algo parecido al brillo de la vajilla que dejaba en cada jornada. El y ella, y el juego interminable de las palabras escondidas, del pudor, la sorpresa, el miedo y el regreso al descanso deseando otra vez la mañana siguiente.


Elena fue perdiendo su audición lentamente, como una forma de vivir hacia adentro los viejos recuerdos y las nuevas emociones. Con ese universo de silencios y sonidos escuchó la palabra amor para sentirse en la plenitud de ese lugar reservado para ella, solamente para ella.


Llegó el encuentro, la declaración del amor nacido sin vueltas y el muchacho visitando a los alemanes para darles la noticia del casamiento.
Así Elena y Eulogio anduvieron sumando penas y alegrías juntos habitando la casa con galería, patio, el baño afuera, las piezas amplias, el gallinero y en el subsuelo el madurarero de bananas que alguien había alquilado para ese fin. Llegaron los hijos, los nietos y cada dia era un ritual de comidas, noticias de familia, tardes de mates y consejos.

En ese remolino de la vida, ella: con sus graciosas intervenciones, su aliento y sabiduría, con su sordera como una manera de atraparnos y jugar a las escondidas descubriéndonos asombrados por tanta bondad, tanta luz.


Las pequeñas cosas de esa simple vida aparecen como luminarias para seguir aprendiendo, el mate de té, la gallina desplumada para el puchero de los lunes, la tierra removida de las macetas para que el malvón luciera su espléndido color, la galería de baldosas gastadas bajo el agua con lejía de la semana, el olor a banana que llegaba de abajo y esa mirada celeste, profundamente celeste de Elena, siempre Elena.





Comments


whatsapp-verde.png
boton casa de las leyes.png
museo parlante apaisado.png
calf_ago.jpg

PELICULAS

MUSICA

LECTURA

bottom of page