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Master Chef, el mercado de las ilusiones

Master Chef es un programa de televisión de competencia de cocina, creado por Franc Roddan que se originó con la versión del Reino Unido en julio de 1990.

Pasó por varios formatos, ya que se trata de una franquicia y se actualizó por la BBC entre Roddan John Silver, para lo cual hacía falta una productora que apareció en medio de sus series: Karen Ross.


En 2009 el formato fue desarrollado en Australia donde se transformó en la adaptación actual del programa. El éxito australiano llevó después al éxito internacional del formato. Más de 40 países repican el programa considerado el más existoso de los últimos años en la TV.

La Argentina no podía faltar y llegó Master Chef para instalarse en la pantalla de las tres pelotitas que, como todos sabemos, es el canal que pelea la cabecera con el resto, pero sobretodo, con el 13.

Mientras cantan y desafinan en el canal de al lado (en la pantalla) las estrellas invitadas a la contienda gastronómica, se desarman inventando platos exquisitos para satisfacer el paladar de tres jurados de ley: Damián Betular, Donato De Santis y Germán Martitegui.

Noche a noche se despliega el mundo de la ilusión que muy bien se vende: un mercado con abundantes elementos para realizar los platos más sofisticados o sencillos que se le ocurra a cualquier mortal: frutas frescas, verdes hojas relucientes, cremas, sabores, quesos y un sin fin de exquisiteces que harían temblar cualquier bolsillo argento.

Los platos de los cocineros invitados pasan por el sedazo de sus bocas: carnes, pastas, mezclas extravagantes con detalles de gourmet para despertar su interés y elegir.

Los cocineros son personajes del mundo del espectáculo, de ese que siempre o

casi siempre miramos por la brillosa ventana del planeta, Otro Mundo.


Simpáticos, sueltos, lanzados, desafiantes o miedosos, con historias donde siempre (como a todos) hay una abuela que nos dejó un manjar inolvidable. No falta la emoción, el reproche , el enojo, la complicidad: todo está medido como cada ingrediente de cada plato. En contados minutos, sucede todo: una tortilla desparramada, una cebolla quemada, una pasta cruda, un pan a medio hacer, pero ¡al fin!, aparecen los platos finales arrastrados a través de un pasillo que pareciera que es el camino al cadalzo.


Master Chef es un producto muy pensado, muy bien elaborado, muy todo: no se puede negar lo acabado de la propuesta, tiene los ingredientes para convertirse en lo que ya es: una amenaza a los programas que aparecen en los canales abiertos desafiando al arroz con leche o los ravioles de mamá.

Master Chef, viene a contarnos que, efectivamente, la televisión está dispuesta a

todo: millones de billetes puestos al servicio de la ilusión, al servicio del deseo, en

todo caso para cumplir (a su manera) que un medio de comunicación debe ser "servicio".

Aquí está, para creer que es posible comer bien y rico, siempre y cuando tengamos a mano una billetera adecuada y un mercado tan tentador como el que se muestra. Es posible, reírnos con pavadas dichas sin temor al ridículo, con miradas invitando al juego, con aplausos que se agotan apenas se apagan los mecheros de las cocinas.

Master Chef es un buen producto televisivo, un negocio millonario, una vidriera atractiva, una forma de proponernos la ilusión que estamos en otro planeta que tiene vida durante siete horas y media por semana y, que después de todo, soñar no cuesta nada

Hilda López

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