To woke or not to woke
- layaparadiotv
- 23 nov
- 14 Min. de lectura
El siguiente artículo fue publicado originalmente en el portal Va Con Firma

Por Fernando Barraza
El estreno del “Frankenstein” de Guillermo del Toro reforzó la reacción global por derecha de que hay obras culturalmente perniciosas porque son de “ideología woke”. Analicemos un poco de qué hablan cuando dicen tales cosas.
Los últimos veinte días -exactamente desde que se estrenó en Netflix- el discurso despectivo acusando despectivamente de “woke” al “Frankenstein” de Guillermo del Toro ha circulado caudalosamente en todas las redes sociales. ¿Tiene o no tiene relevancia y es o no es malo y crucial? Se preguntarán ustedes. Tenemos un rato ¿no? Pensemos un poco sobre el asunto, porque todo esto puede parecer una raya más en el cuerpo del tigre de lo baladí y lo efímero de las discusiones actuales, pero a lo mejor no es tan así, y reviste importancia. Veamos.
Para el poder plutárquico que opera y digita por estos días, es muy oportuno que todo lo “malo”, lo que pueda ser calificado como negativo, sea woke. Acusar de woke a las personas, las obras y las organizaciones es un negocio redondo para el pequeño núcleo de tecno millonarios que forjan los contenidos masivos que se distribuye a través de la poderosa autopista corporativa de la información digital. Sí, esa que llega a nuestros teléfonos todo el tiempo y a toda hora.
Tienen llegada, eso es algo innegable, pero a pesar de que les gusta mostrarse como novedosos, no inventan casi nada de lo que propalan. Tomen cualquier época desde el renacimiento hasta la actualidad y verán con presición casi excluyente que a las derechas no se les ocurren ideas bautistas. Más bien manotean de los cajones de quienes ya han pensado. Siempre ha sido así: el conservadurismo al poder absorve los términos contraculturales y se los apropia, o les cambia el signo. De un lustro a esta parte -desde la pandemia- se han apropiado el término anarquista “libertario” de manos del anarquismo y el anarco socialismo. Y lo hicieron suyo. Mientras tanto han tomado el término “woke”, que iba y venía en su uso, y le cambiaron el signo.
“Woke” es una definición política nacida en los movimientos sociales afroamericanos de EEUU que en 1940 popularizaron precisamente esta pequeña palabra de dos sílabas y la utilizaron en las calles todos los rebeldes colectivos sociales afroamericanos, usándola como un llamado directo a la acción del “estar alertas” (¡despiertos!) frente al siempre activo racismo y a la violencia de clase ejercida por el supremacismo wasp. “Woke” es ni más ni menos que la conjugación en pasado simple del verbo “to wake” (despertar).
El término circuló casi exclusivamente en los ámbitos de militancia afroamericana, pero salió de ese nicho y se desbordó en 1962, cuando el novelista y cuentista William Melvin Kelley utilizó el término en un ensayo del New York Times titulado “If You're Woke, You Dig It” (Si estás despierto, lo entiendes). Allí el “woke” se expandió a otras capas de la sociedad, ampliando su significante para referirse aghora no solo a la conciencia afroamericana, sino también a la de otras desigualdades, como las que tienen que ver con el género, la orientación sexual y la xenofobia.
Hoy por hoy la derecha conservadora se apropió de la palabra, le cambió el signo y la utiliza para defenestrar cualquier idea o acción progresista o comunitaria. Tanto así que -no solo en EEUU, también a miles y miles de kilómetros de la Casa Blanca- cualquier idiota la utiliza para denostar cualquier cosa, institución, colectivo social o persona con la que no esté de acuerdo.
Su sentido negativo se ha hecho popularísimo y gracias a los algoritmos de las empresas de provisión de redes sociales globales ser “woke” se ha convertido en una suerte de estigma planetario, al extremo de que ni siquiera el woke más woke de cualquier rincón del globo se anima a admitir públicamente -al menos no de buenas a primeras- que es woke.
Por supuesto que el uso constante y peyorativo del término no suele ir acompañado de ningún análisis serio -mucho menos consciente- y ninguno de los que lo usan así, se molesta en evaluar, medir y calificar las acciones o los contextos para usar el insulto. Es que la derecha plutárquica y sus (desgraciadamente) muchos y reaccionarios seguidores aman insultar sin fundamentos. No estamos descubriendo la pólvora ¿verdad? Eso es lo que proponen todo el tiempo y eso disponen cada día y a cada hora, sin día de la semana en espaecial ni horarios de cierre, porque las redes sociales no tienen día de franco ni horarios de corte de transmisión. Todo el día están, a toda hora el insulto es posible.
La propia ciencia adorada como religión por las derechas -la neurociencia- tiene una explicación científica para este comportamiento insensato por el cual se dice algo sin contextos y muchas veces sin lógicas que lo respalden. Se llama “reactividad psicoemocional” y es una acción de respuesta automática que los seres humanos globalizados efectuan cada vez que reciben estímulos continuos como -por ejemplo- los miles de datos e imágenes que entran por día al cerebro a través del teléfono.
Simplificando, la cosa funcionaría así: se recibe una propuesta emocional primaria (ejemplo: “woke = tu enemigo que quiere destruirte a vos y a quienes amás”) e inmediatamente se reacciona emocionalmente a favor de la consigna odiante, sin siquiera pensar por un instante que esto no es más que un burdo ejercicio de manipulación.
Es un poco por esto de la reacción autómata permanente que vivimos asombrándonos todos los días con cosas que vemos o leemos; esta arquitectura reactiva suceden cosas realmente surrealistas, como la que pasó esta semana cuando Agustín Laje -un prócer argentino del servicio transnacional de inteligentzia por reactividad psicoemocional- explicó en un streaming libertonto los motivos por los cuales un hipotético empleado precarizado de un starbucks sentiría rencor hacia el millonario dueño de la cadena, y una vez que hubo detallado estos motivos a la perfección, con toda la lógica retórica de tamaña injusticia de clase, culpó inmediatamente al empleado del Starbucks por sentir la angustia y rabia que sentía, alegando que todos esos sentimientos se los dejó imponer a través de una enfermante “ideología de izquierda”, de raíz woke, que -supuestamente- era la que lo estaba empujando al pozo odiante que no le permitía ser feliz.
En segundos -y frente a la alegre cara de su entrevistador- Laje dejaba afuera lo mas sustancial de su propio razonamiento, aquel que segundos atrás admitía que el dueño de Starbucks tiene mansiones y yates, contra la realidad de un empleado alienado, que -usaremos palabras del mismísimo Laje- “todos los días se tiene que levantar a las siete de la mañana” para ir en transporte público a un trabajo mísero que le quita la oportunidad de vivir en plenitud su propia vida. Si hasta el bueno de Agustín se tomó el tiempo para definir al café de de Starbuck como “una verdadera porquería” disfrazada de café de autor. ¿Se puede ser así de contradictorio en menos de un minuto? Y, sí, pareciera que sí.
El recorte de la entrevista se viralizó y “lo central” del fragmento elegido para circular en redes resumía lo siguiente: la ideología woke enferma de odio a la gente. Nada de pensar que lo que enferma es la explotación. Miles de libertontos lo desparramaron en redes por doquier con títulos del estilo “Laje doma a la ideología de izquierda!” y otras salameadas al estilo.
Entonces repitamos la pregunta, porque es pertinente: ¿nadie es capaz de ver la contradicción flagrante en tal discurso sincericida? Y, seguro que si se piensa por unos segundos, sí. Pero la reactividad psicoemocional reina, y no deja pensar. El fragmento tuvo en estos días miles y miles y miles de insensatos likes. Así funciona el arte de odiar: acusando de odiante al odiado.

El sociólogo brasileño Jessé Sousa deja bien claro varios funcionamientos en la maquinaria anti woke en su ensayo “El pobre de derecha”, donde advierte que la elite ha cambiado el paradigma de la lucha de clases -acusándola de antigualla ideológica- para reemplazarla por una conveniente lucha moral en la que la clase laburante debe sublevarse contra sus pares “que no se esfuerzan” o que “viven del estado” y ni por casualidad debe preocuparse por el estado de descomposición social que provoca la inequitativa concentración de capital ni advertir que este sistema es el que oprime precisamente a través de quienes concentran el capital, que son ni más ni menos que los que actualmente ejercen el poder autocrático.
En EEUU la ecuación está perfecta y claramente manifiesta: hay un millonario en el poder presidencial, que responde a los intereses de su casta corporativa, y una porción importantísima de la sociedad lo deja ser y lo acompaña fervientemente en el discurso odiante que culpa a la propia gente de a pie por la inequidad. Este esquema se repite (a los fascismos les encanta repetir) en varios escenarios políticos de todo planeta. No siempre hay un millonario en el poder presidencial, al mando del ejercicio fáctico explícito, también puede suceder que en algunos lugares del planeta haya algún buen y timorato empleado del mes, bien dispuesto, siempre listo a cumplir y a quedar bien con el amo... como en nuestro país.
Citemos a otro pensador contemporáneo para reforzar algunos conceptos acerca de esta ingeniería de la reactividad psicoemocional a nivel masas. El politólogo y escritor italo suizo Giuliano Da Empoli asegura en su último libro “La hora de los depredadores” que este cambio de paradigma de una macroestructura de lucha de clases a un reduccionismo de lucha moral está perfectamente coordinada por las dos mandíbulas de la pinza del poder actual: la elite borgiana (millonarios corporativos) y los tecno feudales (los dueños de la tecnología que nos rige, comunica y organiza). El compañero Diego Iglesias lo resume muy pero muy bien en menos de dos minutos en esta conversación con Julia Mengolini en Futurock. Miren y escuchen:
Ahora: ¿ésta realidad que se consolida en algunos escenarios de la política mundial significa que ellos “ganaron”, que “ya perdimos” y que “nos domaron”? No, claro que no. Pero a vistas de como vienen encaminados muchos de los resultados de distintas elecciones en todo el mundo, hay que advertir pacientemente que -disfrazadas de algo “nuevo” y embanderadas en el pueril manto de “la gente de bien”- esas ideas odiantes y meritocráticas están bien pero bien fuertecitas.
La batalla cultural (¡epa: ese término también nos lo robaron!) se desarrolla sin pausa, porque es como las redes sociales y el Internet: no tiene feriados ni horarios de cierre.
Por todo elo expresado a manera de introducción, no sorprendió en lo más mínimo que esta quincena los artífices del anti wokismo se hayan tomado su tiempo para atacar de manera furibunda y al grito odiante de “¡woke!” al director más anti-fascista del cine industrial actual, don Guillermo del Toro. No es inocente ni fortuito el blanco, porque el bueno de Guille es un tipo exitosísimo y lleva más de 30 años contándole las costillas a lo inhusto. Ya lo huizo criticando a la clase empresaria vampírica en “La invención de Cronos” (1992), exponiendo con imaginación fantpastica el hambre por el poder supremacista del nazismo en la saga “Hellboy” (2004 y 2008), mostrando sin amnagues el poder asesino del generalísimo Franco en “El laberinto del Fauno” (2006), denunciando la rapaz visión extractivista -y destructora de todas las vidas- que ejerce la corporación industrial científica norteamericana en “La forma del agua” (2017) y proponiendo una sarcástica caricatura de la brutalidad social del fascismo mussolineano en “Pinocho” (2022):
A ver, que se entienda: nadie tiene que defender a Guillermo del Toro personalmente, ni aquí, ni en nigún foro. Mucho menos porque tiene 61 años y ya tiene ganados tres premios Óscar, tres BAFTA, dos Globos de Oro, un León de Oro, un Goya y varios premios Ariel y Annie; porque tiene su propia empresa productora de películas; porque vive súper bien y produce y dirige lo que le da la gana y a cómo le da la gana. Por eso, no se trata de pararse de manos para defenderlo a él personalmente, a Don Guillermo, de los ataques odiantes... eso sería infantil y hasta una suerte de reactividad psicoemocional pero a la inversa ¿no?
Aquí, en la batalla cultural, se trata de escapar de las subjetividades difamatorias a la persona de Del Toro, y se trata de dejar de lado las subjetividades indiscutibles, como por ejemplo que no te haya gustado el film (puede no gustarte, ¡vamos!) y hacerle, en definitiva, una buena emboscada a todas esas subjetividades bizantinas. Aquí se trata de comprender y reaccionar sesudamente y sin sobresaltos innecesarios al ataque sistemático a la obra de el Toro y a los valores que toma y elige contar su obra. Es decir: si vamos al campo de la batalla cultural, no vayamos tilingos.

Usemos unos minutitos para repasar las dos mayores acusaciones de wokismo al “Frankenstein” de Del Toro. Son estas, tomen nota:
A) Dicen que se abusa inmoralmente al poner en tensión los mandatos padre/hijo. Parece poco, pero al conservador esta posición dramática de la película de Guillermo le xaspera, porque discute la validez de lo que tradicional y moralmente “debiera ser” y porque -de paso cañazo- nos devuelve una re-lectura de lo que el poder patriarcal significa en la vida de una persona y de la sociedad toda. Varias reseñas del film apuntan con cañones críticos asegurando que la preponderancia en el guión de los axiomas “Victor versus su padre/ La criatura versus Víctor” reflejan la injusta crítica que el director le hace al patriarcado, algo bien woke al decir de quienes lo defenestran. Lo refuerzan diciendo que Del Toro ha convertido al personaje femenino de Elizabeth en una “feminazi” que no haría otra cosa que corroborar esta supuesta tesis torcida del director y guionista. Lo acusan abiertamente de woke “anti hombres”. Alucinante ¿no? Pero, como ya dijo Freud: lo que dices de mí, habla más de tí que de mí. O algo así...
B) Dicen que el film entierra a Victor Frankenstein y exacerba en demasía el espíritu de empatía del público hacia la criatura, dando lugar a una erradísima -desde lo moral- cultura del comprender, una actitud dramática que, siempre según ellos, serviría para justificar lo que está enfermo, lo que -si fuéramos personas “de bien”- deberíamos descartar de nuestras sociedades. Esto es ni más ni menos que un ejercicio de eugenesia de lo más pura y rancia por el cual distintos influencers de derechas del planeta disfrazan de bienintencionadas ideas de protección social a “las gentes de bien” -frente a las amenazas de lo extranjero, de lo distinto, de lo que está mal- cuando en realidad están justificando la acción directa de xenofobia y racismo. Igual acusarlo a Guillermo de ser demasiado empático con la criatura es lo más estúpidamente evidente que se puede decir del director y guionista, porque Del Toro ha construido TODA SU FILMOGRAFÍA en el concepto de empatía por la diferencia y los diferentes: desde el Cronos, cuando debutó como realizador, hasta este Frankenstein, pasando por Pinocho, Blade, Hellboy, La Forma del Agua y hasta Pacific Rim. Es decir: muchachos, están llegando tarde... ¡la inquisición ya le debería haber caído hace rato a este cuate!
Estos son los dos puntos neurálgicos de la critica anti woke al film, pero si les da el tiempo, las ganas y el estómago, busquen, porque hay muchas otras estupideces reactivas que se están diciendo por estos días sobre la película, sobre sus personajes y sobre el mismísimo Guillermo. Todo muy flojo de papeles y muy pero muy fuera de contexto.
Ahora... a ningún antiwokero le ha dado la cara (o tal vez saben que morirían intelectualmehte en el intento) de intentar invalidar a Mary Wollstonecraft Godwin Shelley, la autora de la célebre novela que dio origen al film, acusándola de woke. Y vaya que Mary lo era. Anoten esta listita:
Fue hija de William Godwin, precursor del anarquismo libertario como idea socio política para un mundo mejor
Fue hija de Mary Wollstonecraft, filósofa (cuando a una mujer no le estaba permitido), feminista y escritora de ensayos claves para la modernidad como “Vindicación de los derechos de la mujer” (1792).
Fue esposa, en nupcias no aceptadas por la iglesia ni el estado, del poeta Percy Shelley. Su relación fue pareja abierta, poliamorosa, acusada permanentemente por la sociedad victoriana de libertina e inmoral.

Reconocida en vida como escritora, Mary estuvo permanentemente distanciada de sus editores -que iban cambiando como de hojas un árbol a través de las estaciones- porque en todo momento la naciente industria editorial de libros para la burguesía intentaba que no se colaran las “inapropiadas” ideas políticas y filosóficas de la escritora. Nunca lo lograron. Toda la obra de la Shelley está plagada de “ideología woke”.
Demos un par de ejemplos.
En un pasaje de “Frankenstein o el moderno prometeo” que intenta explicar por qué alguien de la clase alta celebra que su hermano menor sea algo tan “mundano” como granjero y no un abogado, un personaje dice:
“Yo sugiero que se haga granjero; ya sabes, primo, que esto ha sido un sueño que siempre ha acariciado. La vida del granjero es sana y feliz y es la profesión menos dañiña, mejor dicho, más beneficiosa de todas (…) más honroso es cultivar la tierra para sustento de la humanidad, que ser el confidente e incluso el cómplice de sus vicios, que es la tarea del abogado. De que la labor de un granjero próspero, si no más honrosa, si al menos era más grata que la de un juez, cuya triste suerte es la de andar siempre inmiscuido en la parte más sórdida de la naturaleza humana.”
Sin dudas una buena patada libertaria (del libertarismo de enserio, no de este “libertarianismo” de cartapesta) en contra de los valores sobrevaluados del acartonado victorianismo británico.
Y hay muchos más de estos cuestionamientos sociales picantes de la buena y brava Mary en el “Frankenstein o el moderno Prometeo”. Citemos un ejemplo más: para explicar por qué no hay que alienarse bajo parámetros de productividad, progreso y endiosamiento de las ciencias, Víctor ensaya una diatriba anti imperialista y hasta indigenista cuando el indigenismo no existía ni siquiera como borrador de idea occidental:
“Si el estudio al que te consagras tiende a debilitar tu afecto y a destruir esos placeres sencillos en los cuales no debe intervenir aleación alguna, entonces ese estudio es inevitablemente negativo, es decir, impropio de la mente humana. Si se acatara siempre esta regla, si nadie permitiera que nada en absoluto empañara su felicidad doméstica, Grecia no se habría esclavizado, César habría protegido a su país, América se habría descubierto más pausadamente y no se hubieran aniquilado los imperios de México y Perú.”
Esta mujer, sin dudas, hoy sería tildada de comunista...

Vayamos cerrando este pequeño informe de esta semana sin redundar más sobre los conceptos ya vertidos. La mayoría de las cosas que queríamos decir sobre la batalla cultural anti woke fueron dichas, el resto pueden ser profundizadas por ustedes, queridos lectorxs (lo pongo en inclusivo para que hiervan los Laje's Boys).
Resta decir que usamos el ejemplo del “Frankenstein” de Guillermo Del Toro porque es el más reciente. Agreguemos también que el film es potente y bello, y lo recomendamos ampliamente.
Por último: no caer en las provocaciones ni en la sensación culposa del tipo “¿habrá algo de cierto en esto de que “de este lado” somos odiantes? Los que portan armas con orgullo y censuran libros (por ahora no se animan con las películas) son ellos. Sin ir más lejos desde que asumió el presidente de color naranja en las escuelas de Estados Unidos -con el beneplácito de parlamentos locales y estatales- se prohibieron miles de libros, incluyendo títulos que ya son clásicos de la literatura universal como como "El color púrpura" de Alice Walker; o "Diecinueve minutos" (Nineteen Minutes) de Jodi Picoult, que habla sobre un tiroteo en una escuela secundaria; o "El odio que das" (The Hate U Give) de Angie Thomas, un bestseller sobre el racismo y la brutalidad policial; incluso el ultra leído "El cuento de la criada" (The Handmaid's Tale) de Margaret Atwood, un clásico de la literatura distópica que también está siendo censurado.
El estado de Florida lidera en prohibiciones con 2,304 casos, seguido por Texas y Tennessee. Pero el mal se está esparciendo poco a poco. Todos los títulos son censurados acusados de "adoctrinamiento". Sí, sí: otra invitación directa a la más pura reactividad psicoemocional.
En Argentina lo intentaron durante todo el año pasado en los medios empresariales de comunicación en redes con “Cometierra”, la excelente y profunda novela de Dolores Reyes que trata el tema de los femicidios y el racismo y la aporafobia con muchísima inteligencia y creatividad. Es decir: que nadie diga que “esto solo le pasa a los yankis”.
Ahora sí, sobre el final del final: no temamos por demás, no les demos el gusto. Usemos con comodidad los nombres que ellos utilizan para defenestrarnos. Si querés, te llamas woke, si querés te llamas comunista, si querés te llamás peronista, si querés te llamás trosko, feminista, indio, lesbiana, marrón, puto... como vos quieras. No está mal definirse socialmente. Saber desde que colectivo te parás te hace libre, verdaderamente libre.
Y a ellos, por favor, por su nombre: fascistas. Porque -repitámoslo- ellos son los que portan las armas con orgullo brutal y aman censurar y reprimir. No nosotres.
Y si no sos ni woke, ni comunista, ni peroncho, ni trosko... bueno, por ahí te ternine pasando un poco como le pasa a Iván Noble, quien dijo hace un tiempito: “cada vez que escucho a la derecha, me dan ganas de poner una unidad básica en mi casa”.
Puede ser ¿no?
¡Hasta la próxima!








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