Viaje al mundo de la cultura bereber
En el año 2015 viajé a Marruecos, ya que estaba particularmente interesada en conocer las cooperativas organizadas por mujeres bereber, que se dedican a la elaboración del aceite de argan.
Contraté entonces un traslado privado que me llevara al Atlas de Marruecos, cadena montañosa, principalmente habitada por la cultura bereber. Si bien dicha cultura fue nómade, hoy están asentada en las montañas al norte de Marrakesh.
En esa zona, hay unas cuantas cooperativas, ya que el aceite de argan, hoy se ha transformado en un producto muy usado con fines culinarios, médicos, y sobre todo cosméticos.
Le pedí entonces al guía que me llevara a una cooperativa no muy visitada por grupos de turistas, ya que mi interés era poder hablar con esas mujeres, sin tratarlas como objetos culturalmente exóticos.
Fue así como llegamos a una cooperativa integrada por pocas mujeres, pero con una característica particular, de la misma solo participaban mujeres viudas y divorciadas, que no tenían estudios, y que por esas 2 condiciones nadie les daba trabajo; muchas de ellas habían perdido a sus hijos, y vivían en situación muy precaria, como diríamos por acá “en situación de calle”. Ante lo cual, esa cooperativa era como su casa.
Así fue como conocí a Saide, una joven mujer de 27 años, que era la encargada, y que al tener estudios secundarios y hablar idiomas, había sido elegida en la comunidad para dirigir esa cooperativa.
Empezamos a charlar y me contó algunos aspectos de su vida; que era soltera y que ella preferiría no casarse, pero sabía que sus padres sufrirían mucho, y en el pueblo seria mal vista, ante lo cual no le quedaba otra.
También sabía que cuando se casara debería dejar ese trabajo, y solo quedarse en la casa, y eso la angustiaba mucho, porque ya no podría tomar sus propias decisiones.
Me preguntó por mi vida, le dije que viajaba sola, que no era casada y que no tenía hijos; frente a las caras de curiosidad de las mujeres, le pedí que compartiera con ellas lo que le estaba contando de mi; ella les tradujo y las mujeres se rieron y me aplaudieron, casi como admirando mi independencia.
Recorrí la cooperativa y vi el trabajo artesanal, casi primitivo, de mucha dureza e inclemencia desde que bajan el fruto del árbol de argan, hasta que lo transforman en aceite.
Cuando me despedí de Saide le agradecí todo lo que me había enseñado de esa cultura, y ella me agradeció la larga charla; la abrace y le desee que fuera feliz. Me fui con un sabor amargo, pensando en qué fácil es ser feminista en occidente; me sentí una mujer privilegiada, y porque no decirlo, avergonzada.
Mónica Opezzi
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