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A mi alrededor

Quieren que no me borre nunca más de ningún ojo, de ningún corazón, de ninguna garganta, de ninguna herida; que no me borre, que no desaparezca de mi propia historia ni de ninguna de todas las historias que de mi se han dicho. Tenerme inmóvil hasta que llegue el fin de todos los tiempos. Que no me mueva de ninguna foto, de ningún recuerdo.


Foto ilustración
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Quieren mantenerme, deshacerme, armarme de nuevo, a cada rato, según la conveniencia, según quien traicione, según quien escupa, según quien mienta. Que no desaparezca de las memorias que vinieron después y de las que vendrán todavía. O que sí desaparezca.


Estoy siempre desde que cerré los ojos por última vez, cuando se encogió la noche como un pañuelo arrugado, igual a las alas de los cuervos y se me agotaron las voces en las entrañas, cuando empecé a secarme, sola y tiesa como la momia que iba a ser.

Muerta se enamoraron de mí, cuando mis omóplatos se apoyaron definitivos sobre la mesa de disección.



Todo era claro mientras tuve los ojos abiertos para mirar y escarbar desde el fondo de mi deseo, y le aseguro que yo di todo lo que sentía que tenía dar: a los gritos, a los empujones, puteando, ganándome enemigos de uniforme, de civil, aristócratas, maricones y traidores, conquistando amores, vistiéndome para ir a la radio, para ir en tren, a la gala de largo, y de lujo para viajar a Europa y después volver a vestirme con traje sastre para ir al ministerio y para atender a mis pobres.


¡Y la puta que era joven entonces! Era necesario hacer tanto ruido. Hice mucho quilombo, ¿sabe?, soy una estría que atraviesa el tiempo, ¿sabe?.

Mire, entré en aquel fragor naciente que tenía de pronto en las manos y tuve que decidir el coraje.


Tuve a mis mujeres, las que me sostuvieron porque yo era igual que ellas, de ellas venía, de toda esa miseria venía a pararme en el lugar exacto, en el agujero feroz donde nacen las necesidades. Vine a ponerme mi pañuelo, mi sombrero, mis rulos, mi pelo rubio y por fin mi rodete, que fue un empuñadura.


¿Y sabe qué? mi perfil era afilado igual que mis manos y mi esqueleto y yo grité, metí miedo y metí amor. Aquellas voces en la plaza eran mi refugio como lo fue alguna vez el brazo que me rodeó hasta que me dejó sola.


Fui actriz, blanca, negra, gritona, compañera, marfil pulido, puta, abanderada, santa, humilde, soberbia, aventurera, y lo peor de todo, mártir sin haberlo querido.

¿Sabe qué? Yo tenía miedos. Pero nunca nadie me preguntó si alguna vez había sentido miedo. Yo tenía el resplandor del nácar, ¿sabe? Era flaca, transparente, bulímica, y tenía miedo a la oscuridad, al frío, al hambre, a la miseria … a no decir la verdad, a la soledad que me carcomía el estómago desde que nací. Todo eso era miedo para mí, eso y todo lo demás que nadie sabe ni supo, ni se imaginó.


Muchos tal vez querrían cobrarme humillaciones y hasta quebrantos pero ya no pueden porque sigo estando frente a la multitud que vibraba al compás de mis nervios y de mis ovarios. No pueden borrarme los que me odiaron.


Dejé la marca de mis pies, de mi mordedura: estoy en una radio, en un libro, en una losa, en una noticia, en una bandera, en una piedra arrojada, en un discurso, en una canción, en una bofetada, y parece que se creen mis dueños, mis hijos, mis herederos. Me deshacen, me disuelven, me embalsaman. Soy tan eterna como el polvo y tengo una máscara que también es blanca.


Me quieren tanto que hasta hoy no me han dejado de doler los huesos. Duele ser una llama que no se apaga ninguna vez.

Estoy volviendo desde siempre, y no termino de irme ¿Alguien sabe lo que es eso? ¿Quién quiere después de gastar un sudario volver para quedarse a gastar otro nuevo? Yo no pretendo volver sino que me dejen ir.


Quiero encontrar mi cuerpo que fue tumba con otro nombre, regresar de mi agonía tan bordada de secretos dichos por lo bajo, saber si era yo una mujer con vagina o una mujer sin hombre, o un hombre con aspecto de mujer, o tal vez una mujer que fue hombre y se robó un nombre, o la mujer que se tragó al hombre hasta tener que salvarlo después con la promesa de morir por él.


Tomar mi mortaja y sacudirla, que se despeguen los que toman de mi teta infinita, que inventen su propio camino sin nombrarme más… porque acá, en la eternidad, cada vez que me nombran abro los ojos y dejo de dormir.


Maria Aurelia Martinez

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A Hilda la escuchás AQUI

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