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Cuentos de una sola hoja


Rubén Fernandez Rienzi (Sísifo) nació en Valentín Alsina, partido de Lanús, provincia de Buenos Aires, el 25 de octubre del 46.

Se graduó de Ingeniero Electricista y desarrolló su carrera en el ámbito docente en los niveles secundario y universitario, pero fundamentalmente en la industria privada, lo que le permitió participar de cursos de perfeccionamiento en varios países, entre otros Suecia, donde además de ejercer su profesión, observó y compartió la conducta social y comunitaria de este país.


 

Introducción

Caminar por los barrios de Buenos Aires, me da la sensación de andar por la vida como un recolector de nostalgias. Según mi estado de ánimo, la hora y el clima me largo por alguno de ellos.


Estaba por la boca. Sus típicas veredas de diferentes alturas, sus colores vivos, algunos ya desvaídos. Presté atención a las viviendas que diferenciaban claramente la época de su construcción, desde su fundación hasta la actualidad.


El común denominador era la humildad, la poca estridencia y la ropa sencilla de sus pobladores.

Al pasar por la puerta del museo (casa) de Quinquela, fue imposible no entrar como tantas otras veces.


Una vez adentro sentí la magia del color, la fuerza y el firme propósito de Benito y pensé en este breve relato que escribí con mucha emoción y respeto.

Sísifo

Ahí están


Era la cuarta o la quinta vez que visitaba el museo allí en la Boca, el de Quinquela Martín. En el último piso está su pequeña y modesta vivienda que lo albergó desde su temprana juventud hasta su muerte, frente al Riachuelo, espacio que alguna vez fue el cementerio de los barcos carboneros que venían a recalar para no partir jamás.


Si bien las pinturas y cuadros me atraían, había un lugar en el primer piso, una sala no bien iluminada, que tal vez sin proponérselo creaba un clima de misterio. Allí no había cuadros, no había pinturas. Era la sala de los mascarones de proa.

Recordemos que los mascarones de proa son las tallas humanas, rara vez de animales, esculpidas por maestros artesanos anónimos que en distintos astilleros del mundo trabajaban en silencio las nobles maderas. En algunos casos, los mascarones de navíos de gran lujo se policromaban con destellos dorados. Mientras, los abnegados carpinteros, herreros, diseñadores, calafateros y todos los del gremio naviero fabricaban con entusiasmo febril ya sea una goleta, un bergantín, una corbeta y en los casos extremos una fragata de tres mástiles o un navío de uno, de dos o de tres.


Casi al terminar, en la embarcación se situaba, cuidadosamente, pero en forma firme y segura, el mascarón que, como sabemos, va encumbrado en la proa del barco en la parte más alta del tajamar como símbolo de fuerza, belleza, desafío y protección de los embarcados que rinden diario homenaje y respeto, encomendando sus almas a ese mascarón protector que los aleja de sus supersticiones marinas, de leyendas sombrías y los mantiene a salvo de naufragios y amotinamientos.


Ahí están solos, de sus barcos y sus navíos, quedan ellos, los mascarones, que encierran en la memoria de sus nobles maderas las historias que fueron registrando en sus travesías por mares y océanos, recogiendo voces y leyendas. Ahora están enclavados en la pared con la frente alta y los ojos hacia el cielo. Son de distintas maderas, maderas duras provenientes de distintos lares y puertos, en general europeos, de España, Vizcaya, Palos, el Ferrol, Italia, Genova, Roma, Venecia, de Grecia, tal vez de alguna de sus islas, de Inglaterra, Londres, donde surcaron el Támesis primero. De Francia, donde nacieron por el Sena y llegaron al mar.


De Alemania, donde atravesaron el Rin para cruzar el Atlántico. De Hungría, que los guió primero por el Danubio. El Baltico que reunía los primeros barcos vikingos, suecos, noruegos, daneses. Ahí están, casi ninguno tiene el nombre de sus autores, pero sí el nombre del barco de donde vienen. Figuran anónimos.

Dice la historia que Don Benito, autor de la imagen pictórica de la Boca, comenzó a recogerlos piadosamente al verlos descartados y destinados a una muerte ingrata en el cementerio de los barcos de la Vuelta de Rocha, del transbordador o de la isla Maciel.

Claro está que la idea de Quinquela no fue solo rescatar las obras, tal vez su propósito fundamental fue rendir póstumo homenaje a esos artistas, artesanos anónimos que trabajaron en distintos puertos del mundo pensando que su creatura viajaría por las aguas de la tierra, llevando su mensaje de arte y cálido saludo a todos los hombres que de los hombres vengan.


Ahí están en aparente silencio. En su alma de noble madero están grabados para siempre los recuerdos imborrables de sus románticas y duras aventuras.

Era la quinta vez, me quedé largo rato. Me distraje yendo al baño y el museo cerró. Pude salir si lo pedía, pero preferí ocultarme un poco y quedarme. Se apagaron las luces y quedaron unas pocas para mantener la prudente vigilia que acompaña los sueños. Y ahí quede. Me senté en un escalón y al rato vi como algunos entornaban la cabeza, abrían los ojos, se miraban y hablaban susurrando en idiomas distintos.


Se contaban sus historias cada uno a su tiempo: el día de gloria que salieron por primera vez al mar. Las tempestades que afrontaron poniendo su cara a los rayos, los vientos y las lluvias. Al salitre, yodo y al fósforo lu


miniscente del mar.

Los más viejos recordaban sus combates de ultramar, los del Caribe las batallas en el mar de las Antillas.


Apenas uno, probablemente el más anciano, recordó que perteneció a la Armada Invencible antes de que su barco fuera transformado en pirata.


Uno muy antiguo contó que su barco era corsario inglés, fue rodeado y hundido por barcos españoles. Y arrastrado por el mar llegó a las costas de Brasil y luego con más fuerza llegó al Río de la Plata. Todos tenían en común el orgullo, la fuerza y la historia.

Por la madrugada, una mano tocó mi hombro. Yo estaba medio dormido, era un guardia que me guió hasta la salida.


Y no pudo escuchar la voz del último mascarón que susurro con grave, salitrosa voz marítima: no olvides de nosotros; somos parte de la historia del mundo que estás viviendo.




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A Hilda la escuchás AQUI

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