¿Cárcel show o cárcel real?
- layaparadiotv
- 31 ago
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Este artículo fue publicado originalmente en el portal Va Con Firma

Por Fernando Barraza
¿Cómo es posible que una misma realidad sea contada de modos tan pero tan opuestos? Lógicamente pareciera poco posible, uno tiende a pensar que una realidad es notable y nítida y no se puede contar con “veracidad” de maneras opuestas. Alguien mentiría, uno supone. Pero nadie puede negar que este fenómeno sucede a cada rato en los tiempos que corren. Y el arte, para el caso, vive haciéndolo. Su poder, entendiéndolo como expresión comunicacional humana -y no como tótem intocable hecho por una casta sensible de seres superiores al “común de la gente”- se la pasa desarrollando dinámicas y visiones opuestas en las que se dan las cosas como en los ejemplos que intentaremos plasmar juntos en este artículo:
Aquí tendremos a dos personas que te narran lo mismo, la vida en la cárcel. Los dos deciden no “suavizar” contenidos, sin embargo el resultado final no es -ni por asomo- el mismo.
Una persona, César González, apostó a la intimidad que permita descifrar cada uno de los pliegues de las violencias que se viven en la cárcel, como también varias de las cosas que suceden fuera de ellas y que funcionan como “acciones generadoras” de las mismas instituciones carcelarias que narran. La calle y el encierro funcionando como el dilema del huevo y la gallina.
La otra persona, Sebastián Ortega, en realidad no es una persona: es todo el andamiaje de una productora transnacional de contenidos audiovisuales de ficción, y eso no es un dato menor. Bueno, pero tomémosle como “la otra persona”, que es la que ha decidido volver a aplicar en su relato ficcional aquella comprobada fórmula exitosa de animalización y morbo que ya usó en un anterior trabajo para volver a apostar directamente y sin mayores rodeos al espectáculo de la violencia que supuestamente genera y recicla la pobreza.
Aquí, sin necesidad de ponernos demasiado explícitos desde lo clasistas, ya tenemos la primera y más evidente diferencia para analizar la lectura que por estos días se está haciendo de la realidad carcelaria en sendas ficciones argentinas. Con solo un par de semanas de diferencia Sebastián Ortega y César González presentaron en sociedad este último mes dos trabajos culturales que se diferencian el uno del otro desde el punto de vista en el que los narradores han decidido situarse para contar lo que quieren contar.

La serie “En el barro” -tendencia y éxito de público en el mundo del servicio de pagar por ver a demanda en todo Latinoamérica- ha elegido el formato narrativo de “la mosca en la pared”, con una relatoría omnisciente en la que nosotras y nosotros, espectadores, somos el voyeur perfecto de todo lo que les pasa a cada personaje de la obra, todo el tiempo y en cada una de las escenas. Este poder es usado de manera espectacular (adjetivo calificativo utilizado aquí para significar “atado de manera férrea al espectáculo”) por Sebastián Ortega y su equipo de realización para brindar un show de la bestialidad. Nada muy diferente que lo que ya probó, pero ahora con el insistente añadido de soft porno para varones heterosexuales que le permitió el trasladado de la acción a una cárcel de mujeres.
La novela “Rengo Yeta” de César González -ya best seller, número cuatro en ventas en la lista de la última quincena de la cadena más masiva de librerías de Argentina, por delante de lo último de Mariana Enríquez y a solo dos puestos de Isabel Allende- ha elegido el formato narrativo del relator en primera persona, por lo que quienes leemos la novela “somos” el protagonista y todo lo que vemos lo vemos con sus ojos, y todo lo sentimos e interpretamos lo sentimos con su protagonista, un adolescente de 16 años que cae preso a una institución carcelaria para menores de edad en la Ciudad de Buenos Aires. Este poder inclusivo es usado por su autor con un nivel de intimismo realista que invita mucho más a posar nuestra mirada en las humanidades que en la dinámica del show bestial carcelario.
En estas dos elecciones narrativas -y en el tono que se le imprime a cada una- está la explicación de todas las diferencias entre ambas obras. Lo demás es puro matiz. Pero ojo, eh, porque en los matices hay grandes e importantes revelaciones. Ya lo dijo el mismísimo César González en 2018, arrepentido de haber participado en un cameo de la temporada inicial de El Marginal: “Ninguna ficción es inocente” y por esto mismo en la lupa que se pueda posar sobre los matices de contenidos de ambas obras existe un universo de reflexiones posibles que nos ayudarán a entender mucho de esta “realidad social” que hemos dado en llamar de manera enteléquica “la seguridad” y “la inseguridad”, un dúo siempre presente en nuestras conversaciones y pensamientos.
Probemos ver algunos matices de cerca.
“En el barro” apuesta a los nombres y apellidos. Todos sus personajes lo tienen: tanto las internas como “la gente del afuera”. Si bien con el transcurrir de los episodios todas las mujeres encarceladas van recibiendo un mote tumbero que oculta poco a poco sus nombres, hay un DNI al cual recurrir en caso de complicaciones. Existe un anclaje identitario que deja tranquilo al espectador, un público masivo de la clase media (el que paga Netflix o tiene compu y celu con datos o wifi como para verla en otras plataformas) que necesita este trazo que da un simple y formal nombre y apellido a cada quien. Pero guarda, porque a pesar de esto, de tener identidades ciudadanas claras, ninguno de los personajes consigue salir de los estereotipos para los que han sido escritos. Ni siquiera actuaciones contundentes como las de Ana Garibaldi, Rita Cortese, Cecilia Rosetto o Marcelo Subiotto consiguen que entremos en una posible gama de matices al verles en escena, porque cada personaje es una sola cosa y de allí no nos moveremos. Cada vez que miremos un personaje de la serie vamos a ver lo que Ortega ha diseñado como maquetas para nuestro afan voyeur. Eso y solo eso. El resultado final de algo tan maniqueo es: vamos a juzgar con parámetros estancos a cada uno de los personajes, porque no hay posibilidad alguna de pensar otra cosa sobre cada uno de ellos. ¿Y el marco?: El marco es una carcel impiadosa, pero sobre todo bestial.
“El Rengo Yeta” no tiene identidades ciudadanas aclaradas. Los únicos personajes que tienen algo parecido a nombre y apellido nítidos son Gutiérrez, un guardia cárcel; Marcelo, el enfermero piola del instituto; Jorge Bergoglio (¡si, el Papa!) que aparece de manera genial en un párrafo de la novela; Federico y Bruno, dos rugbiers que caen presos por un homicidio y Diana, el interés amoroso de protagonista de la historia. Bueno, son un montón, dirán ustedes. Pues no: todos ellos son personajes secundarios y hasta terciarios, si existiera esa categoría dramática. Todos los protagonistas, incluido el principal, son gente sin DNI comprobable: El Rengo, al que también conocemos como “el Gardel” (por su villa de origen); El Gordo; El Pibito. Y así. A pesar de esta falta de identificación ciudadana oficial, cada uno de los personajes de la novela está narrado con la profundidad y matices que se merece cualquier personaje de ficción bien construido. A ver, un par de ejemplos:
Vamos al jardín de la casa de Harpagon, el avaro de Molière, para entenderlo antes que a juzgarlo. Vamos a la residencia del Lago Tahoe de Michael Corleone en el Padrino II para comprender la soledad lacerante del poder forjado desde su sitial como padrino. Pues vamos a la cárcel de menores con el rengo para comprender cuáles son los resortes de su ser, el del pibe, el del pibe chorro, el del pibe que escogió no ser albañil. Todos y cada uno de los pibes que son el pibe. ¿Y el marco? El marco es una cárcel impiadosa, pero sobre toda esa enorme construcción social de paredes y rejas, hay taíces sociales de causas y consecuencias que intentan explicarse en el desarrollo de la trama, y todo ello ocupa un espacio narrativo que va por sobre la tentadora necesidad de -por ejemplo- traer a primer plano la brutalidad y la sexualización fome tipo only fan tumbero que sirvan para atraer audiencias o promocionar “el producto” en reels de Tik Tok.
Como podrá inferirse entonces, identidad no siempre es poseer un nombre y apellido nítido para que “la gente normal” haga pie. En todo caso el rebautismo tumbero que convierte a seres humanos con nombres y apellidos en el Rengo y el Gordo de la novela de González, en Diosito de “el Marginal” o en La Zurda o La Gallega de “En el barro”, deben ser -para quien lee o ve con atención y algo de sensibilidad- un signo claro del funesto poder de invisibilización que tiene el sistema para con quienes marginaliza que un mero decorado canchero que permita hacer historias en Instagram con cada personaje. González cumple, Ortega... bueno...

Otro aspecto importante a tener en cuenta en un posible análisis de las dos miradas sobre esta realidad concreta que ofrecen ambas obras sobre el “mundo carcel” es precisamente eso: el avistaje de lo real. ¿Qué es lo que consideran como “la realidad” que están narrando y cómo es que están dispuestos a mostrarla, en qué registro y con qué propuesta estética y de contenidos?.
“En el barro”, ya lo dijimos, apunta directamente al espectáculo de la violencia. Su fórmula ya viene probada de antemano en la obra de la que se desprende, “El Marginal”, y se nutre de los mismos elementos que aquella serie que la parió poseía: que todo gire sobre el temor fantasioso mediopelista que indique como verdad cerrada que en las cárceles todo -absolutamente todo- es sórdido y bestial. Todo es faca, grito, supuesta jerga tumbera y arranques de violencia incontenibles. Para el caso de “En el barro”, Ortega agregó -como ya destacamos- una buena cantidad de desnudos, escenas lésbicas con cuerpos que están dentro del estándar de belleza soft porno y otros condimentos de la estética camp-machirula-onanista que hacen que películas del siglo pasado como “Atrapadas”, “Cadenas Calientes” o “Correccional de mujeres” se parezcan a una de Andréi Tarkovski.
Todo este paquete maniqueo y artificioso, sin embargo, viene brandeado (vendido) vía Netflix como el más crudo “realismo”.
Hace un año y medio “Página 12” (y cito a Página y no a otro diario porteño bien a propósito, para mencionar un medio que intenta zafar de estereotipos banales a la hora de hacer comunicación cultural) entrevistaba a Alejandro Ciancio, director de la cuarta temporada de “El Marginal” y la primera pregunta del colega que redactó l artículo fue “¿Cómo fue filmar el horror, sobre todo en una industria en la que casi no hay experiencia en filmar este tipo de género?”. La respuesta de Ciancio hablaba sobre el realismo y sobre un registro en el que primaba lo que él mismo llamó un “verosímil -construido”. Cómo se verá, tanto el medio como el hacedor se posicionaban claramente desde un sitio en el que se da por sentado de manera absoluta que lo que se muestra en esas ficciones es “la cruda realidad”.
Pues la gira de prensa de promoción de “En el barro” está pasando exactamente por los mismos lugares y frena en las mismas estaciones. Hasta un comunicador con perspectivas sociales amplias como Alejandro Bercovich -amigo y compañero de trabajo de César González en varios proyectos- concedió estos parámetros de análisis de “verosímiles construidos” (o como quiera llamarle cada quien a la visión animalista que la clase media tiene de la realidad tumbera) cuando entrevistó esta semana en su programa de radio a Ana Garibaldi, la actriz que protagoniza y hace de “la viuda de Borges” en la tira.
“El rengo yeta”, por el contrario, se brandea (se vende) desde su editorial como un relato que intenta sumergirnos “en el hueco que separa la calle del encierro, la vida de la muerte”. En cada entrevista que César está dando para promocionar la novela se encarga de aclarar que él es “(...) alguien que fue delincuente y que no tiene una visión moralista sobre su propia historia. No caigo en la meritocracia ni en una historia de superación personal, no me interesa el camino del héroe” y refuerza este concepto aclarando cosas como la que le dijo a Guillermo Pintos en Infobae. Lean, porque es muy interesante:
“No puedo negar que la lectura de superación es inevitable. El tema es la forma en que se comunica ese relato de superación. La superación es un mal en sí mismo. A mi me deja tranquilo que me escriba un amigo del barrio que se cruzó con alguien que conozco y estuvo en cana. Sin saberlo terminaron hablando de mí. Mi amigo dice 'yo soy de la Gardel' y el otro le responde 'Yo estuve en cana con un pibe de la Gardel, César, el rengo...' Y lo que le dijo es 'César nunca fue antichorro'. Es un término de la calle: nunca fui y nunca me volví un antipibe. Nunca me volví alguien que opine 'Bueno, el que roba y no cambia es porque no quiere, porque yo robé y cambié porque quise'. Nunca bajé esa línea”.
Repitamos el concepto de inicio como para ir cerrando el asunto: aquí hay mucho más que una cuestión de clase. Quede claro eso.
Si bien el primer y más obvio análisis posible es recalcar que César sí viene de una villa y estuvo preso y Sebastián Ortega no vino de una villa y siempre tuvo las herramientas y el poder socio económico a disposición para expresarse artísticamente, no nos podemos quedar en una lectura tan superficial de las cosas. Podemos salir a buscar otras respuestas al por qué de tan tajantes diferencias en el abordaje de ambas obras. Podemos probar, por ejemplo con consumir ambas y luego -desde nuestros sitios como personas en una comunidad o sociedad- dar nuestro punto de vista sobre cada una. Ya sea a una persona (familiar o amistad) o a muchas, en los laburos, en las aulas, en el barrio, etcétera.
¿Sería importante? Y sí, porque -como dijo César y lo pusimos más arriba- ninguna ficción es inocente.
Son muy bellas las palabras de César González en referencia a estas ficciones audiovisuales que l mainstream hace de los márgenes. En su artículo “El Marginal, el circo y lo real ausente” para el portal web “La Tinta”, César decía:
“Ojalá algún día se den cuenta que estos temas son demasiado serios y chorrean litros y litros de dolor para encararlos siempre solo desde la lengua del show. Ojalá algún día sólo dejen de pretender de los espectadores sólo una onomatopeya que diga ¡Guauuu!”.
Ojalá ¿no?
Personalmente este cronista se anima a decir de manera sintética y taxativa para el cierre de este artículo: todo lo que en “En el barro” es cliché y estigmatización clasista, en “El rengo Yeta” es una búsqueda de la traza humana. En la primera hay violencia y culos, un capitanazgo del sálvese quien pueda como protagonista. En la segunda hay gente intentando codificar esa violencia del “sálvese quien pueda” como oración constante de una sociedad fumigada por el poder del individualismo. Pero hay que tratar de ver/leer las dos obras, porque eso da perspectiva, que es lo que le está faltando a este momento berreta de la historia en el que casi todo parece mostrarse como en una publicidad de mierda.
Haceme caso y probá las dos y después... ¡Decime si exagero!








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