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Dos Mujeres

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Por María Aurelia Martínez



Simone Weil (1909-1943) filósofa y activista política. Tal vez nada marca más su relación con lo histórico (con el suceder) que su involucramiento en la Guerra Civil Española y la Resistencia Francesa durante la Segunda Guerra.


Albert Camus la describió como «el único gran espíritu de nuestro tiempo».

Entendió “la verdad” como “destello de lo real”, y la describió con implacable lucidez a través de su obra, compleja y excepcionalmente densa.


"Lo que sabemos de antemano es que la vida será menos inhumana en la medida en que la capacidad individual de pensar y de actuar sea mayor."


Con este concepto llega hasta nuestros días y nos reclama.


Simone Beauvoir (1908-1986), filósofa, escritora y activista feminista.

Su pensamiento se enmarca en la corriente filosófica del existencialismo y su obra, El segundo sexo, es considerado como un clásico ineludible en la historia del feminismo. Luchó durante toda su vida en diferentes aspectos sociales, pero especialmente en reivindicar la igualdad de la mujer.


En “El segundo sexo” Beauvoir insiste en que las mujeres tenemos que hacernos también sujetos soberanos. Esta popular frase de «no se nace mujer, se llega a serlo», ha marcado un antes y un después en el feminismo. La escribe en 1949, solo cinco años después de que el sufragio femenino llegara a Francia.


Por supuesto que en esta breve reflexión es absolutamente imposible abarcar y definir estas dos figuras del siglo XX. Trascienden su época con una contundencia que las instala en nuestro acontecer contemporáneo de manera notable y su modo de plasmar y mirar lo humano y lo histórico las ha convertido en referentes indelebles.


Toda esta introducción para destacar la curiosa manera en que la vida las hace coincidir en un momento dado, porque a pesar de ser contemporáneas y a pesar de ser haber nacido y vivido en París, no tenían contacto entre sí.

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Tenían prácticamente la misma edad, eran brillantes, líderes en el mundillo universitario y ocupaban las dos, los primeros puestos de su promoción.


Gracias a Beavoir, sabremos cómo se conocieron y el significativo diálogo que intercambiaron.


Al mismo tiempo que preparaba la Normale, cursaba también en la Sorbonne para los mismos títulos que yo. Me intrigaba por su reputación de gran inteligencia y su curiosa forma de vestir; deambulaba por el patio de la Sorbonne, escoltada por una verdadera banda de antiguos alumnos de Alain( pseudónimo de Émile-Auguste Chartier)


Por aquel entonces una hambruna acababa de devastar China, y me contaron que, al enterarse de la noticia, se había echado a llorar. Unas lágrimas que me obligaron a respetarla más aún que sus dotes filosóficas. Pues envidiaba un corazón capaz de latir a través del universo entero. Un día logré acercarme a ella.


No sé cómo entablamos conversación; afirmó de manera tajante que solo una cosa importaba hoy: una revolución que permitiera comer a todo el mundo; yo le contesté, de forma no menos tajante, que el problema no era lograr la felicidad de los hombres, sino dar un sentido a su existencia.


Mirándome de arriba abajo, me dijo: «Ya se ve que nunca has tenido hambre»; y hasta aquí llegaron nuestras relaciones. Me di cuenta de que me había catalogado como «una pequeña burguesa espiritualista»





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