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El disco derretido de Peter Gabriel


Por Fernando Barraza


Poco es lo que se puede agregar a todo lo dicho sobre este disco de factura perfecta.


Quizás reforzar la idea de que un disco que tenga involucrada a gente como Steve Rhodes, Tony Levin, Kate Bush, Phil Collins y Robert Fripp, no puede ser otra cosa que un clásico. O reforzar las loas totales a la dupla Steve Lyllywhite (producción) y Hugh Padhgam (ingeniero de sonido) por haber diseñado en este disco las características estéticas sonoras que la mayoría de los discos de rock y pop habrían de tener durante la siguiente década.


A lo mejor sería más interesante como reseña decir que este disco fue el que le apartó un poco la vista al mundo sajón sobre sus propias vidas complacientes y les mostró otras realidades, como la de Sudáfrica, ocasionada precisamente por exceso de “sajonidad”, o el que le ayudó a los compositores de allí en más a no tenerle miedo a la crónica de simples, sencillos y profundos problemas existenciales personales a la hora de componer una canción. Sobre todo eso habló Gabriel en este disco y le fue muy pero muy bien.


Que le fuera bien no estaba en los planes de la industria. Es más, la adversidad hasta tiene un nombre y apellido: John Kalodner, ejecutivo de Atlantic Records, que convenció a la compañía de no editar el disco porque consideraba que Peter Gabriel había enloquecido e iban a perder una tonelada de dinero con la “porquería” que acababa de grabar. Otro oficinista millonario disfrazado de visionario en el mundo de la música ¿no?


Lo cierto es que Gabriel y la familia que comandaba se mudaron para Mercury Records, y contrataron al genio de Storm Thorgerson (sí, el de las tapas de Pink Floyd) para que hiciera esa tapa antológica en la que la cara de Gabriel (sacada de un retrato hecho con una polaroid) se le derritiera, como dando a entender que sí, que estaba loco... ¡y qué!

Hoy, 45 años después, nadie se anima a decir que el disco no ha escalado hasta el sitial de los más grandes del rock de todos los tiempos.


Kalodner se reinventó y se mudó a otras empresas, Gabriel continuó su carrera con altibajos, pero siempre con un nivel magistral, y todo el mundo ha quedado allí: con la posibilidad concreta de escuchar este disco con la misma fascinación de hace cuatro décadas y con la misma que despertará en un par de siglos... si no volamos el planeta antes, claro.



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