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El pollo para chuparse la muerte

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Son días de muchos anuncios de muertes. Los vivos anuncian la muerte, a veces la celebran como un acontecimiento singular, único, y otras como pedazos resignados de lo que se va sin regresos.


Cuando era chica, cada muerte se anunciaba como un acontecimiento social al que se le debía toda la atención del momento con los rigurosos comentarios en días siguientes.

Barracas era un barrio de gente laburante, con hombres entre changas, y mujeres en sus casas cociendo la mañana con sus tardes, las noches con sus pesares, sus sueños.

El vecino que se murió a la vuelta del conventillo donde vivíamos se lo conocía como Polo simplemente, y vivía con su madre viuda en una casa de inquilinos varios con patio común. Su muerte fue anunciada con particular empeño.


Efectivamente, Polo se murió ahogado por un huesito del pollo que había comido el mediodía del domingo y le quedó atravesado impidiéndole respirar lo que se convirtió en su muerte sorpresiva. A partir de ese momento el barrio fue un hervidero: corrieron las versiones más descabelladas que se podían pensar, todas referidas al maldito pollo.


“Hay que deshuesarlo si o si”, decía Doña Filomena, “Solo hay que comer la pechuga”, acotó su vecina de al lado, “ mejor chupar huesito por huesito, comerlo con la mano”, agregó el marido ante la mirada acusadora de su mujer que no le permitía hacerlo en su presencia por razones de buenos modales.


El asunto que Polo fue velado en la pieza que compartía con su madre. Los muebles fueron trasladados al patio y tapados con sábanas y frazadas quedando la sala velatoria a disposición de las velas y crucifijo correspondiente.


Los vecinos concurrieron en manada con chicos incluidos, era la familia completa para los rezos, los llantos, abrazos y palmaditas solidarias. Pero lo mejor del velorio era el patio para los chicos ya que provechábamos para jugar a la mancha y a las escondidas, usando el montaje que se hiciera con los muebles, entre las sábanas y frazadas como fantasmas en nuestra imaginación. El juego era parte de la situación, sumando chistidos, retos y tirones de orejas por parte de los padres para despejar el lugar y honrar el silencio necesario. Era la muerte y el juego, era la vida de todos modos.


Cuando se llevaron el cajón con Polo para su entierro, el patio quedó en silencio, los chicos nos fuimos a casa lamentando el fin del juego y un par de vecinos ayudaron a la viuda a desarmar el fantástico escenario de ese patio, como otros, pero único.


Los comentarios siguieron un par de días sobre los peligros de comer pollo sin prestar atención al detalle de sus huesos y reivindicando el comerlo con las manos. Si, así, comerlo con las manos que se meten en la profundidad de su sabor y terminar chupándose los dedos, casi como un juego, también como un juego.

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