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Castiñeira de Dios esta en la Patagonia

El compositor, director de orquesta y poseedor de una trayectoria ejemplar en el ámbito cultural del país con proyección internacional, se encuentra en Neuquén como vice presidente de la Academia Nacional del Folklore. La Yapa comparte la entrevista que se le hiciera en su oportunidad, para homenajear su visita.

 

José Luis Castiñeira de Dios, tiene mucho para decir. Es un artista y político argentino que ha trascendido las fronteras del país con su obra y trayectoria.

* La Yapa, lo convoca para charlar sobre aspectos de su vida y trayectoria.


José Luis Castiñeira de Dios
José Luis Castiñeira de Dios

- Un hombre de la cultura con tan amplios conocimientos y experiencia, ¿cómo vé a la humanidad hacia el mañana?


- Pensar la Humanidad como un conjunto unitario resulta un poco vago. Son tales las diferencias en el desarrollo de los pueblos, los modos de apropiarse de la naturaleza, de transmitir y acumular conocimientos, de crear universos simbólicos, de generar riqueza o administrar la supervivencia, de relacionarse con la muerte y con el sentido transcendente de la existencia que, a pesar de la tan cacareada mundialización, es difícil aplicar una misma medida a la consideración sobre el desarrollo de la Humanidad, aquello que, pomposamente, o más bien de manera naif, la Organización de las Naciones Unidas ha intentado encuadrar en un “índice de desarrollo humano”.

Hay, sin embargo, ciertas certezas que se pueden afirmar: un paso de las sociedades rurales a las urbanas (Rusia, China, Japón, Brasil, la misma Europa), una mejora en el cuidado mundial de la salud (con enormes diferencias, por cierto), que se ha traducido en una significativa prolongación de la expectativa de vida, un acceso universal a la tecnología digital de la comunicación, un cierto control de los conflictos armados globales, al menos en los últimos cincuenta años, un incremento exponencial de las comunicaciones y la movilidad de las poblaciones en todo el planeta.

El fantasma malthusoniano quedó dejado de lado a partir de la aplicación de la tecnología a la producción agrícola y ganadera, descubrimientos como la penicilina o la radiología salvaron cientos de millones de vida, ciertas expresiones artísticas adquirieron dimensiones planetarias a partir del desarrollo de la radio, el fonograma, el cine, la televisión y ahora Internet.

Pero también empezamos a descubrir la fragilidad de los estados nacionales (una creación que no tiene más de quinientos años) y la dificultad de constituir unidades territoriales más amplias (véase el caso europeo, exitoso durante décadas y ahora en crisis) que garanticen a una ciudadanía más consciente de sus derechos la satisfacción de sus aspiraciones. Asimismo asistimos a la destrucción de la naturaleza en enormes sectores del planeta, afectando el clima, la conservación del agua en los polos y los glaciares, el nivel de los mares. Y la acumulación del producto del esfuerzo humano en muy pocas manos, siguiendo la ley de un embudo que se achica cada vez más.

Hubo intentos de arrepentirse por las muchas cosas que se llevó el progreso, como los montes de quebracho en Santiago o Santa Fé, o las poblaciones indígenas diezmadas hasta el exterminio en toda América Latina, o el inmenso territorio amazónico, pulmón del mundo, amenazado continuamente por la política extractivista, o la desaparición de lenguas y culturas a manos de una homogenización de mercado, ni siquiera por la voluntad de suplantarlas por creaciones consideradas en su momento superiores (por sus protagonistas, por supuesto), como sucedió con el imperio romano o la civilización incaica.

Mirando hacia atrás, y después de haber hecho lo posible para exterminar al indio, los brasileños y mexicanos se hicieron indigenistas y llenaron su toponimia con homenajes a las culturas originarias y su literatura nacionalista de reconocimiento a las historias y personajes de ese pasado no tan lejano y sin embargo tan ocultado para sus propios compatriotas.

El mestizaje americano, uno de los fenómenos humanos más notable de los últimos siglos, fue denostado, ridiculizado y despreciado en todo el continente, cuando representó el esfuerzo de cientos de millones de habitantes del continente para establecer una nueva relación humana entre las nuevas comunidades conformadas a partir de cinco siglos de luchas, enfrentamientos y persecuciones.

En la etapa actual, el mundo entero se vio obligado a abandonar la mirada ciega del evolucionismo y reflexionar sobre los motivos de una epidemia universal que ha llenado y llena de dolor a las poblaciones de todo el planeta.

Y al hacerlo, comenzó a considerar también la razón de ser de las sociedades, sus gobiernos, sus representantes, poniendo a la vista aspectos abyectos de la acumulación capitalista, sacando a la superficie la injusticia de un modelo especulativo desarrollado en las últimas décadas que disminuye el poder de los estados a manos de las corporaciones, que asiste impávido a la volatilidad de los capitales, del fruto del trabajo de todos, cada vez más concentrados, cada vez más apátridas, cada vez más alejados de las necesidades de los pueblos.

La enfermedad resultó un revulsivo potente, pero sobre todo representó y representa un haz de luz sobre la realidad.

La “nueva realidad” prometida parece anunciar que algo cambió para que nada cambie y que sólo hay que esperar que el virus detenga su furia destructora para que los mercados vuelvan a dar sentido a la vida de ciudadanos desesperados por consumir que no saben qué hacer con las suyas sin ese incentivo.

El siglo XX tuvo momentos de esperanza para América Latina, pero el vaticinio terrible del General Perón, “unidos o dominados” se ha mostrado con una crueldad suprema como una predicción cumplida.

Hoy América Latina está separada, transitando su propio laberinto y sin poder tener una visión de otra realidad posible que la de terminar con las rebeldías y cumplir el destino histórico que otros le otorgan. Triste destino.

Si se me pide una opinión personal sobre la realidad argentina, diría que vamos con seguridad hacia una guerra civil. A lo mejor sin enfrentamiento armado (ojalá) pero no por eso menos sanguinario y destructivo.

Bastó un simple recambio democrático como resultado de unas elecciones normales que debían garantizar la alternancia republicana para que se abrieran las puertas del infierno y surgieran los demonios que hicieron del siglo XIX un siglo de sangre y fuego, de cabezas en picas y de cortaderas de cabezas de los vencidos, de fusilamientos como el de Dorrego, de asesinatos políticos como el de Güemes o el de Urquiza, de “campañas del desierto” y de política a los tiros.

Cuando creíamos que “nunca más” íbamos a sufrirlo, la intolerancia, la mentira, el agravio, la maledicencia se volvieron conductas normales de una sociedad de “indignados”, con el telón de fondo de una pandemia y en medio de una crisis económica pavorosa.


La “nueva realidad” prometida parece anunciar que algo cambió para que nada cambie y que sólo hay que esperar que el virus detenga su furia destructora para que los mercados vuelvan a dar sentido a la vida de ciudadanos desesperados por consumir que no saben qué hacer con las suyas sin ese incentivo.

- ¿Cómo se sale de esta situación?


- En lugar de buscar la manera de ayudarnos entre todos, prevaleció la idea de morderse como perros rabiosos. ¿Cómo salir de esto?.

A lo largo de ya mi extensa vida me tocó vivir estos estados de ánimo sociales patológicos de la sociedad argentina. Muy chiquito, junto con un amiguito, tiré, como he contado en algunas oportunidades, los escuditos peronistas que coleccionaba (eran de bronce y algunos esmaltados, con la imagen de Perón y Evita) después del triunfo de la Libertadora. En edad escolar me tocó recibir el rechazo de los padres de algunos compañeritos que no querían que a sus casas fuera el hijo de un peronista. También me tocó vivir la discriminación positiva, cuando el maestro de mi grado hablaba pestes del peronismo derrocado, pero, aclaraba, que había peronistas honestos como mi padre, después que nos habían hecho participar en la procesión de Corpus Christi en la Plaza de Mayo antes de los bombardeos, y repartir volantes que decían “Cristo vence”.

Más tarde fue la época más riesgosa, cuando pusieron bombas en mis recitales después del golpe militar, cuando me pusieron una pistola en el pecho en el ascensor de un sindicato, cuando éramos apestados en medio de una sociedad que hacía caso omiso de lo que estaba pasando.

Y luego fue al llegar a los tumbos a Paris, y encontrarnos con que muchos compañeros chilenos se habían convertido en exiliados profesionales amparados por el poderoso PC francés – algo que juré no ser jamás -, mientras a nosotros nadie quería ni escucharnos. Y también, al vivir la vida del emigrado, entender el dolor de sentirse extranjero, haciendo colas bajo la nieve en el Departamento de Policía junto a otros desamparados del mundo, para obtener los papeles de residente y sabiendo que esa condición, la “meteco”, no iba a desaparecer nunca.

Y más tarde, y ya de regreso al país, cuando el triunfo de la Alianza hizo que los albigenses y cátaros volvieron a enfrentarse en la persecución de quienes habían participado de los gobiernos de los 90. Y luego, cuando tras el triunfo de los “liberales” en el 2015, cuando se me persiguió y se me humilló por la vía judicial a lo largo de tres largos años hasta obtener una sentencia que me elogiaba y afirmaba que todo aquello no había afectado a mi “buen nombre y honor”.

La profesión de argentino es difícil de sobrellevar. Hay que tener un cuero muy duro, ideales firmes y la fe en que algún día la sociedad va a cambiar y entender, y razonar y tener sensibilidad hacia el semejante, hoy algo impensable. Sobre todo cuando uno cree, con Marechal, que la Patria es como una niña inerme a la que hay que arropar y ayudar para que crezca en medio de la adversidad, o como lo sobrellevó mi padre, José María, a lo largo de una vida en medio del continuo conflicto, sin otra arma que su ciclópea capacidad de trabajo y la pureza de sus ideales, unidos a un sentido de la dignidad que le envidio y admiro.


La profesión de argentino es difícil de sobrellevar. Hay que tener un cuero muy duro, ideales firmes y la fe en que algún día la sociedad va a cambiar y entender, y razonar y tener sensibilidad hacia el semejante, hoy algo impensable.

- ¿Vamos a salir mejor los argentinos de esta situación extrema?


- No lo creo. ¿Vamos a desaparecer como civilización de la faz de la tierra como lo contaba Tato Bores? Tampoco. La esencia de los argentinos es firme y su mayor capacidad es la resistencia, el aguante. Somos hombres y mujeres no de maíz, como los pueblos centroamericanos de Asturias, sino de quebracho. Claro que, ¡qué difícil es construir vidas y familias y proyectos en ese terreno cenagoso!, el “subsuelo de la Patria” que cada tanto se subleva, pero entre tanto impide plantar cimientos sólidos.

Nos queda la esperanza, la fe en aquellos valores que hemos podido vislumbrar a través de la copla de una bagualera jujeña, del humor corajudo de los hombres y las mujeres del litoral, de la valentía de quienes se le animaron a la Patagonia, como mis abuelos paternos, José Castiñeira Moreda y Rosa de Dios Silva, gallegos pioneros en Ushuaia en 1910 o de mi heroica madre, Elena González Corbacho, que acompañó a mi padre a la Plaza de Mayo cuando Perón salió al balcón de la Rosada por primera vez. En ellos encarno a ese pueblo argentino que vale la pena, que lucha, que sueña y que, como dice Susana Lago en la letra de “Nunca más”, que estrenamos con Anacrusa en el estadio de Obras Sanitarias a fines del 82, “sólo vivir quería”, a quien “llenaron de pesar y de terrible agonía”.



- ¿Entonces, cuál es el futuro?


- El futuro es hoy. Si queremos luchar por una vida mejor, por nuestros valores, por nuestro futuro, habrá que hacerlo ahora. Ya sé que Jesús, en el momento en que se muestra más humano de toda esa bella historia evangélica es cuando le pide a su Padre “no beber de ese cáliz”. Pero termina aceptando el inmutable sacrificio (el título de nuestro primer disco en Francia con Anacrusa, “El sacrificio”) que se avecina. Leopoldo Marechal decía en “Megafón o la guerra” que él olía en las canchas de fútbol el anuncio de la guerra a través de la belicosidad de sus hinchadas. No he tenido Covid hasta ahora. Conservo un buen olfato y, por supuesto un buen oído.



- La lectura de esta entrevista cobra aristas importantes que muestra a Castiñeira como su propio biógrafo. Abordarlo es una tarea periodísticamente atractiva, tratando de sumar todo lo que de él llega sin retaceos.

La música de films, marcan una etapa en la historia del cine. ¿Puede señalar las más importantes?


- Trabajé mucho para el cine, lo sigo haciendo. El cine fue una pasión adolescente que combiné con la música y que me ha acompañado toda mi vida.

Comencé poniendo la música a un corto de Jorge Prelorán, el enorme documentalista argentino, y querido e inolvidable amigo, a quien me llevó otra extraordinaria personalidad, Leda Valladares. A eso le siguió mi colaboración con dos de sus discípulos patagónicos, Lorenzo Kelly y Carlitos Procopiuk, en la naciente Universidad Nacional del Comahue. Pero el verdadero trabajo profesional se destapó en 1976 (¡qué oportuno!) con mi participación en dos filmes muy interesantes, “Juan que reía”, de Carlitos Galletini, con Luis Brandoni y Luisina Brando, y “La muerte de Sebastián Arache y su pobre entierro”, del realizador riojano Nicolás Sarquís, una obra muy interesante que se encuadraba perfectamente dentro de la estética del nuevo cine latinoamericano de los 70, y que se presentó en la “Quincena de los realizadores” en Cannes al año siguiente, coincidiendo con mi llegada a Francia.

Sin embargo, las películas que marcaron una época y para mí fueron centrales en mi carrera surgieron diez años después, a mediados de los 80, y fueron “El rigor del destino”, del tucumano, mi querido Gerardo Vallejo, por la que obtuve el premio de la mejor música en el festival de Moscú de 1986 y “Tangos, El Exilio de Gardel”, de mi admirado amigo Fernando Pino Solanas.

Yo estaba viviendo en Paris desde hacía casi diez años cuando Gerardo Vallejo me habló de su proyecto. Él había estado exiliado en Madrid, había regresado, y quería filmar un libro suyo que hablaba de la rebelión en los ingenios tucumanos durante la dictadura militar. Había conseguido el apoyo del Gobernador. el “Tati” Vernet de Santa Fe, así que me propuso grabar la música en la ciudad de Santa Fe, y así fue como me metí en una aventura increíble, aprovechando la orquesta sinfónica y el coro polifónico de la provincia para hacer una música sinfónica de enorme potencia, como si hubiera sido una superproducción (que de ningún modo lo era) y con la participación de Susana Lago, mi compañera de Anacrusa, que puso el canto (extraordinario) y el piano a esta gran obra de carácter épico popular.

El segundo film que marcó una época fue el de Pino Solanas, con una repercusión internacional enorme y premios internacionales múltiples. A mí me tocó recibir el “César”, el “Oscar” francés, por la música, que compartí, orgullosamente, con Astor Piazzolla. Fue algo fantástico y durante años acompañé el éxito de la película y la música en todo el mundo.

Porque tanto en el primer caso como en el segundo, siempre que la música que escribí y grabé me interesó, la introduje en los programas de mis conciertos, ya sinfónicos, ya recitales con grupos más pequeños, lo que hizo que esa música siguiera sonando más allá de las pantallas. Una de las últimas participaciones estelares de la música de “El rigor del destino” fueron la celebración del Bicentenario en el Obelisco, en 2010, con la Orquesta Sinfónica y el Coro Polifónico Nacional y el Bicentenario de la Independencia, en Tucumán, en 2016, con la participación de Miguel Ángel Estrella, y más tarde con Jairo.

Estas dos películas marcaron la transición cultural entre el desierto silencioso de la dictadura y la algarabía de la recuperación de la democracia. Hablando de ese momento, febrero del 83, Jairo regresó a Paris desde Buenos Aires con el encargo de grabar una canción que había adaptado María Elena Walsh y que tituló “Siempre venceremos”, que era en realidad un himno religioso norteamericano, “We shall overcome”.

La canción debía acompañar el acto de final de campaña de Raúl Alfonsín. Con un tacto enorme – como el que siempre caracterizó a este príncipe cordobés -, me preguntó si yo aceptaría hacerles los arreglos y grabarla en Paris. Le dije que por supuesto (habíamos tenido una hermosa amistad y colaboración en los años parisinos) y así lo hicimos, en el mítico “Studio Des Dames”, donde grabé tantas veces en Paris (por ejemplo, el disco con Mercedes Sosa en el 81). El resultado lo vimos después en los noticieros, cuando escuché las quenas de Raúl Mercado sonando como fondo de las imágenes de un acto multitudinario en la 9 de Julio

“El rigor del destino” fue la crónica descarnada del sufrimiento que la dictadura había hecho padecer al pueblo tucumano. El protagonista era el gran Carlos Carella, y con él Víctor Laplace, Virginia Lago, y la querida actriz tucumana Rosita Ávila. Una épica criolla conmovedora, con una marcha de antorchas por los campos de los ingenios tucumanos para la historia del cine, como la escena de escalinats del “Acorazado Potemkin”.

Y luego, “Tangos, El Exilio de Gardel”, el gran fresco de Fernando Solanas sobre el exilio latinoamericano y argentino, con una Paris movilizada por la solidaridad con la Argentina, entre tangos y canciones, con Miguel Ángel Solá y Marie Lafforet, una increíble Ana María Picchio y los “hijos del exilio”, los de Pino, los de Yuyo Noé, bajo la mirada afectuosa de otro inolvidable, Envar Cacho El Kadri y un enorme Lautaro Murúa. Y por supuesto, Ástor, don Osvaldo Pugliese y su orquesta, la imagen de Gardel…qué más se podía pedir?

“El rigor del destino” de Gerardo Vallejo fue el testimonio de la resistencia interior, y “Tangos, el Exilio de Gardel” el de las luchas desde el exterior. Toda una época, y dos registros fundamentales para entender la cultura argentina de transición.

Después me tocó participar como compositor de la banda de sonido de muchas películas (más de 40 largometrajes), algunas inolvidables, como “La noche de los lápices”, de Olivera, o “La amiga”, de Jeannine Meerapfel, con Cipe Lincosksy o “Cautiva”, premiada en Mar del Plata hace unos años. Pero el máximo desafío fue cuando se me ocurrió a mí hacer no sólo la música…!sino la película! Y eso fue “Manuel de Falla, Músico de dos Mundos”, con Luis Luque y Graciela Galán. Una experiencia increíble.



- Si fuera convocado a ocupar nuevamente un cargo en el área ¿qué medidas tomaría?


- Creí que iba a desempeñarme una vez más en Cultura de la Nación, pero por los misteriosos designios de la política, no se dio en esta oportunidad.

Yo había pensado bastante la cosa, desde hacía años (dirigí dos maestrías de gestión cultural y reflexioné mucho sobre del tema desde comienzos de los años 90) , porque estaba convencido de que había que cambiar por completo la visión del asunto.

Y así lo había hablado con diversos dirigentes nacionales, como Alberto Roríguez Sáa, Gabriel Mariotto, mis amigos misioneros y correntinos, los tucumanos, con Mauricio Guzmán a la cabeza….Porque el modelo de mi propuesta se basaba (y se basa) en la descentralización del Ministerio de Cultura y la creación de un Consejo Federal cuyas resoluciones fueran de carácter vinculante, que administrara un Fondo Federal con recursos propios y fijara anualmente sus políticas, en acuerdo con las de la Nación y con participación del sector privado. Un modelo menos centralista, que no desvitalice la figura del Ministro y el Ministerio, pero que comparta las decisiones en un marco acotado con las provincias, algo similar a lo planteado en la Ley Federal de Cultura de Brasil.



- ¿Plan Federal para fortalecer a las Provincias?


- De acuerdo a este proyecto, cada provincia pondría a disposición del Plan Federal de Cultura, a través de un convenio, una parte de su presupuesto (a veces contabilizado en especies, como fechas en teatros propios, orquestas y elencos coreográficos, recursos técnicos, transportes, pasajes y hotelería, algo similar a lo que hice al crear el programa de cooperación musical internacional “Ibermúsicas”), a veces en metálico,y con la otra parte de su presupuesto provincial aprobado, atendería a las necesidades locales. Esto permitiría diseñar políticas nacionales, de mutuo colaboración (como la red de teatros nacionales franceses o españoles) y también de desarrollos específicos, sin descuidar la atención a su propio espacio territorial.

Siguiendo el modelo francés de descentralización, habría que desplazar organismos nacionales concentrados en Buenos Aires a capitales provinciales, con sus cargos, por supuesto, y realizando un mix entre los concursos locales y los provenientes del ámbito nacional (es absurdo que el 90 % de la infraestructura de producción, patrimonial y elencos artísticos de la nación estén concentrados en Buenos Aires, donde además se duplican con los que posee la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

De esa manera, se crearían Centros regionales de producción y creación en capitales centrales de cada región, a donde se instalarían elencos especializados: así, el Ballet Folklórico Nacional podría tener su sede en Santiago del Estero (y seguir cumpliendo su agenda nacional e internacional) la Orquesta Sinfónica Nacional se podría desplazar a Tucumán o Córdoba, la Orquesta Juan de Dios Filiberto a Rosario y así sucesivamente.

Lo mismo sucedería con los museos patrimoniales, tanto los históricos como los artísticos, repletos de obras que nunca pueden exponer.

¿Cómo no podría haber un museo jesuítico nacional en Posadas, o en Córdoba, y uno de esculturas en Tucumán o Mendoza, el Instituto de Teatro fuera al Chaco y el Instituto Nacional de Antropología que se trasladara a Neuquén o Formosa?

Este proceso implicaría una especialización regional en todas las áreas culturales y permitiría concentrar energías en distintos territorios y, como en el caso de la Junta de Andalucía, repartir las diversas sedes en cada provincia de cada región.

Para llevar a cabo este Plan Federal de Cultura se firmaría un convenio entre la Nación y cada provincia y otro entre todas las integrantes del Consejo Federal de Cultura.

Sería importante buscar un fondo independiente para el Fondo Federal de Cultura, que dependiera de algún impuesto( a lo mejor sobre el juego) que fuera administrado directamente por el Fondo. El actual Fondo Nacional de las Artes cuenta con la estructura administrativa (la de un banco) para gestionar esos recursos y distribuirlos a los diferentes programas.

El Consejo Federal de Cultura debería también establecer una política de acuerdos con la ciudad de Buenos Aires (que sigue siendo la Capital Federal de la República Argentina) como para que las provincias cuenten con los espacios necesarios para promover sus actividades, elencos y productos culturales en la ciudad de Buenos Aires. Y otro con la Cancillería para establecer pautas comunes orientadas a proyectar la producción artística y cultural de las provincias en el exterior. Estas acciones, que se llevan a cabo por presión política o intereses parciales de los funcionarios, deben formar parte de una política consensuada de promoción cultural argentina.


6 de octubre de 2020 , José Luis Castiñeira de Dios


Hilda López


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