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Corrientes, lejos muy lejos

Vivía con su familia en Corrientes, la provincia del verde intenso y el chamamé. Dos hermanos menores, padre y madre. La abuela vivía en una casona vieja cerca de la suya. Era su única abuela viva , madre de su madre. Cuando chico solía ir a su casa a comer los pasteles de dulce de membrillo que devoraba mientras la pelota esperaba bajo sus pies y los amigos en la vereda.


Ramiro, su nombre, lo había elegido el padre en homenaje a un compañero que había perdido en la colimba.

La cosa venía así: homenaje a un amigo y en la mesa familiar las anécdotas a granel: la fajina, el cabo agrandado, el sargento compinche, los secretos de guerra que alimentaban en voz baja para entretenerse en las noches de insomnio y la encomienda que llegaba con golosinas y tortas fritas apiladas como hojas de cebolla en el fondo de una caja que olía a casa, a madre, a hermanos. Eso era lo cotidiano en la mesa familiar de Ramiro.

La abuela contaba lo suyo: "cuando conocí a tu abuelo, me enamoré enseguida, y él también. Nos casamos tan entusiasmados!, hicimos esta casa y aquí crié a mis hijos: tu madre y tus tíos". Así narraba su historia mientras Ramiro comía los pasteles. Ese día, la abuela estaba más pensativa que de costumbre y sin embargo, con ganas de hablar de otras cosas.." tu tío Reinaldo hizo el servicio militar en el sur, lo recuerdo: sus cartas, sus fotos..lo extrañaba mucho porque era el más cariñoso y atento, soñaba con volver.


Pero no pudo ser, una intoxicación lo enfermó y murió rápidamente, "no lo pude ver vivo", y un largo suspiro de dolor remató el relato. Ramiro no entendía mucho, pero se dió cuenta que era muy serio lo que contaba su abuela y muy triste la muerte de su tío, La abrazó y se fue corriendo a la calle donde esperaban sus amigos.


Ramiro creció, muchacho inquieto y cantor, amigo buscado para los momentos difíciles y aquellos de festejo por algo . Su guitarra andaba con él y el chamamé endulzaba las tardes y las noches de mates, fogón y encuentros. Un día sintió que la tierra temblaba , que el cielo se oscurecía y que desde las radios se amontonaban las palabras para nombrar la guerra: ¡Guerra!. El tiempo se detuvo, y de regreso a su casa, se encontró con aquel llamado: debía "cumplir con la patria". Nadie supo cómo y en qué momento se precipitó todo: la mochila, las despedidas, los abrazos, el viaje, los rostros desconocidos, las órdenes, el desierto, el agua, el frío.


Ramiro entró al mundo donde la incertidumbre cortaba la respiración y el hielo congelaba hasta los sueños. Se abrazaba a la desolación con la esperanza de volver a su tierra. ¡Tan lejos había quedado su guitarra, y aquellas historias de colimbas!: el amigo de su padre, su tío...Su cuerpo quedó allí, en las Malvinas, como un destino anunciado y cada 2 de abril millones de pasteles cubren el cielo de Corrientes. Abajo, en las calles, el trajín de la vida, las palabras millones de veces repetidas no alcanzan para Ramiro. La patria sigue llorando


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