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Los vinos de antes

Es verdad que hoy se elaboran mejores vinos que en otros tiempos. Quién puede ponerlo en duda. Pero también es cierto que en la actualidad hay una serie de cuestiones de marketing que colaboran para que este tipo de bebidas parezcan más ricas y mucho más apetecibles de lo que realmente son.



Las etiquetas que están pegadas en el dorso de la botella son el mejor ejemplo. Además de informar las especificaciones de elaboración, suelen estar acompañadas de una serie de características que supuestamente tiene el vino y que hacen que el gusto y la imaginación convenzan al cerebro de lo que uno está tomando es verdaderamente delicioso.


Hoy tenemos vinos con “reflejos rojizos”, “tonos violáceos profundos”, que son “redondos en boca”, “sutiles en nariz”, que tienen notas de ciruela, pimienta o avellanas, aromas a madera y que además son “complejos” o “amables”, entre muchas otras cualidades extraordinarias.

Cuando yo era chico y me mandaban a comprar vino a la despensa “Los Chingolitos”, el encargo era simple y preciso: una damajuana de cinco litros de “Parrales de Chilecito”, que podía ser “tinto abocado”, “blanco seco” o “tinto carlón”. No había muchas más variedades ni cepas para analizar o elegir.


Y de aquella despensa regresaba caminando despacio y con cuidado (las manijas de esos envases pesados no siempre eran tan resistentes como parecían), hasta desandar las dos cuadras y media que separaban el boliche de mi casa. Luego, mi abuela descorchaba la damajuana y con un embudo llenaba una botella de vidrio, de boca ancha, para luego colocarla en la heladera. Esa rutina se repetía casi todos los días.


En aquellas cenas o almuerzos familiares de mi infancia no recuerdo nunca haber visto a mi papá arrimar su nariz al vaso de vino para buscar notas de ciruelas, frutos secos, aromas cítricos, o para analizar las geometrías del paladar. Tampoco tengo la imagen de él contemplando el vaso a contraluz tratando de descubrir tonalidades en una misteriosa paleta cromática escondida. Mucho menos para saber si aquel tinto era complejo o amable.


En todo caso, si comprobaba cualquier descortesía o comportamiento irregular en el primer sorbo, no lo pensaba dos veces: le echaba un buen chorro de soda y seguía comiendo feliz, como si nada grave hubiera pasado.


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