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Historias de familia: Lágrimas y puntillas

Lloraba Isabel. Lloraba y bordaba. Lo hacía con paciencia, dolor, pero también con algo de esperanza.

“Si todavía no volvió es probable que Mario haya muerto. Seguramente lo asesinaron”, decía, cada vez que caía en esos pozos profundos de tristeza e incertidumbre. Su madre intentaba consolarla. Le pedía que tuviera paciencia, que seguramente su novio estaba bien, pero que por una cuestión de seguridad, tal vez se había escondido y que regresaría cuando se sintiera a salvo.


La década del 30 recién comenzaba a dar sus primeros pasos y la provincia de San Juan era un caldero político. La división de la Unión Cívica Radical, 15 años antes, con la consecuente escisión de un grupo denominado “Bloquismo” había generado terribles enfrentamientos en la sociedad cuyana.

La máxima expresión de esa espiral de violencia llegó a fines de 1921 con el asesinato del gobernador de la provincia Amable Jones, atribuido a un sector liderado por dos hermanos radicales: Federico y Aldo Cantoni, aunque otros responsabilizan a una organización paramilitar que respondía a la UCR yrigoyenista.


Sin pruebas en su contra, los “Machos” Cantoni (como los llamaban) llegaron al gobierno en distintas oportunidades: Federico, en 1923 (dos años después de aquel magnicidio), su hermano Aldo, en 1923 y nuevamente Federico, en 1931, aunque sus gestiones fueron intervenidas en reiteradas oportunidades por el gobierno nacional.

En ese clima de violencia extrema se conocieron Isabel López y Mario Cippitelli, mis abuelos paternos.


Hija de inmigrantes españoles, Isabel -nacida en Marquesado, un barrio humilde de la capital sanjuanina-, lo conoció a Mario -un gringo hijo de italianos llegados desde Macerata-, cuando él tenía 20 años y estaba haciendo el Servicio Militar. A partir de ese primer contacto por amigos en común comenzaron su noviazgo. Probablemente haya sido un amor a primera vista. Vaya uno a saber. Eran épocas donde la discreción y el pudor eran parte de un estilo, y las relaciones se proyectaban largas y pacientes, como si tuvieran la obligación de madurar con el tiempo. Así comenzaron a verse y a planificar una vida en común.

No hay mucha claridad en lo que realmente pasó. Pero a Mario –activo militante radical- lo acusaron un día de colaborar con sectores que conspiraban contra el gobierno provincial y tuvo que escaparse. La seguidilla de crímenes y acciones violentas que venían ocurriendo no le dieron garantías suficientes de poder presentarse a la Justicia para hacer su defensa. Una noche decidió abandonar la ciudad y la provincia corriendo a través de los campos hasta llegar a Mendoza, donde encontró amigos que lo ayudaron a refugiarse.


Tampoco hay demasiadas precisiones sobre el tiempo que Mario estuvo escondido. Pero fue bastante, lo suficiente para que Isabel estallara en angustia y desdicha.

No había un momento del día en que la jovencita pensara en su amado. ¿Por qué no se comunicaba? ¿Lo habían detenido? ¿Estaría muerto?.

Para mitigar ese dolor, un día se puso a bordar sobre un lienzo blanco. Paciente y con el corazón estrujado, Isabel diseñó guardas, flores, dos pequeñas palomas y las letras iniciales de su amado “M C”.

No sabía para qué serviría aquella tela cuando estuviera terminada. Sí tenía en claro que a ella la mantenía viva, con el recuerdo permanente de Mario y la esperanza de volver a verlo.


Mucho tiempo después de aquel escape, un hombre llegó hasta la casa de Isabel. Golpeó la puerta y cuando ella le abrió sólo atinó a decir: “Mario está vivo”. Y se fue. No dio ninguna explicación, ni detalle, pero era evidente que el mensaje era de su adorado novio, a través de aquel misterioso emisario.

Isabel estalló en lágrimas de alegría. A Mario no le había pasado nada. Sólo estaba escondido esperando a que se calmaran las aguas. ¿Pero cuándo regresaría?

En 1934 un sangriento golpe de estado local, organizado un sector conservador, terminó con la gestión de Federico Cantoni, quien salvó su vida de milagro. El gobierno nacional se haría cargo de la provincia a través de un interventor. En ese clima de tensión, después de tanta violencia y angustia, Mario volvió a San Juan. Y el reencuentro fue conmovedor.


Isabel lo abrazó y lo besó. Lo miró una y otra vez. No podía creer que su amado estaba de vuelta. La vida le había dado una nueva chance de seguir juntos y los proyectos de los que tanto habían hablado se mantenían activos.

Mario le contó sus peripecias y cómo hizo para sobrevivir en Mendoza, donde trabajó en lo que pudo para poder subsistir. Isabel le narró sus penas y le entregó el lienzo que había bordado con sus iniciales en aquellos momentos tan desesperantes.

La pareja se casó al año siguiente y cumplió el sueño que había comenzado cuatro años antes. Mario trabajaría como docente en una escuela de artes y oficios. También se convertiría en intendente de Rivadavia por la Unión Cívica Radical.


La pasión por la política no la dejaría nunca. Isabel fue su compañera de la vida, la que le dio tres hijos –mi papá fue el mayor- .
Así fueron felices hasta su muerte.

Muchos años después, revisando cosas viejas que les pertenecieron, mi tía Edith encontró aquel lienzo blanco que tantos años atrás había bordado Isabel.

La tela estaba en un cajón, frágil, impecable, como si mi abuela la hubiese terminado de bordar el día anterior para entregársela a su novio. Cada puntada su lugar, perfecta en su composición y en cada detalle.

Hoy la pequeña obra de arte sigue todavía viva y a salvo, pero esta vez más visible, adornando la puerta de la casa de uno de mis primos que le dio el valor y la importancia que tienen los tesoros familiares.


Cualquiera que pasara, sin detenerse ni acercarse, y la viera allí colgada, tan pálida y simple, pensaría que se trata de una confección más, de esas que las industrias fabrican en serie y que se venden en las grandes tiendas de cualquier ciudad.

No sabrían el trabajo que costó, las horas que pasó llorando una mujer detrás de cada puntilla pensando en el amor de su vida. No hubieran imaginado nunca que fue una creación especial, un regalo original de esos que solo hacían las novias de antes.

No lo entenderían porque eran tiempos distintos a los de ahora, en los que la vida era simple -es cierto- pero muy dura y sacrificada.

Épocas más románticas, donde los grandes amores germinaban temprano, florecían pese a todo y se cuidaban para siempre.


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