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Incómoda forma de vida

Se llamó Rafael Barrett Álvarez de Toledo, nació en Torrelavega, Cantabria, en 1876, dentro de una familia de la mejor sociedad. Sin que exista un biógrafo de su vida se sabe que hablaba, leía y escribía en tres idiomas –castellano, francés e inglés–que escribía sobre Nietzsche o Bergson, o sobre la filosofía anglosajona de Emerson, a lo que se sumaban conocimientos científicos, especialmente en la matemática y aún tocaba brillantemente el piano. Se fue a Madrid a estudiar.


Barrett era “un hombre de honor” según las crónicas. Cosa que hoy no se estila. Para Ramiro de Maeztu, (escritor de la generación española del 27) que lo trató entonces, era “un joven de porte y belleza inolvidables”, es decir, guapo, alto y elegante. Tal vez porque frecuentaba la ópera y los conciertos, era ya sospechoso.

Rafael Barrett Álvarez de Toledo
Rafael Barrett Álvarez de Toledo

Cuando Rafael estaba por terminar la carrera de Ingeniería de Caminos sucedió el incidente que daría vuelta su historia personal. Ocurrió que un conocido abogado madrileño, José María Azopardo y Camprodón, lo acusó en público de ser maricón –o pederasta, según la expresión más fina de la época. Lo primero que hizo Barrett fue retarlo a duelo, Azopardo se entera de que el tal Barrett era un as con el florete o la pistola.


Cuando alguna de las partes contendientes deseaba evitar el duelo tenía la posibilidad de dirigirse al Tribunal de Honor y pedir que el adversario fuese considerado no “digno de apelar al terreno del honor para ventilar como caballero la ofensa recibida”. Azopardo tiene la facilidad de ser amigo del duque de Arión, presidente del Tribunal de Honor, por lo que le pide que decida que Barrett “encuadra” perfectamente en este marco. El duque accede de buen grado.


Barrett hace, entonces, dos cosas: una, ir a los médicos. Seis galenos de la capital madrileña testifican que no es homosexual, la segunda: en la sesión de gala del Circo Parish, entra y apalea al duque de Arión ante todo el mundo, con una fusta.


Después de aquél suceso, demasiado escandaloso para la época, Barrett decide cambiar de aire y recala en Buenos Aires, luego en Paraguay, donde se casa y tiene un hijo. Se abrió camino como periodista, consiguiendo desde el primer momento un estilo de una profundidad y una eficacia expresiva que llaman la atención. Augusto Roa Bastos y el mismo Borges tendrán lo mejor para decir de él y de su brillante escritura.


A partir de 1906 sus escritos van adquiriendo un tono cada vez más crítico, más comprometido en la denuncia de las injusticias sociales, hasta identificarse explícitamente con el anarquismo. Da conferencias para los obreros y crea la revista Germinal, órgano de denuncia y de expresión para las organizaciones gremiales. Su lucha le lleva a ser encarcelado y desterrado, primero al Matto Grosso, luego a Montevideo. En septiembre de 1910 viaja a Francia con el intento de curar su tuberculosis. Muere en Arcachon en diciembre de 1910, a la edad de 34 años.


Un texto suyo: Gallinas


“Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada”

“Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia”

“Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.”


“Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas el intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció.


Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado.


No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista”


Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver. ¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario”



Primero hay catre y libros, se supone que techo y comida ya están asegurados, por lo que el placer puede pasar por estos dos elementos, sin necesidad de otra cosa. ¿Poca ambición? Para muchos, así estarían cumplidas las ambiciones más ambiciosas.

Pero qué feo, imponer un domicilio, tanto como imponer una marca para consumo, por ejemplo ¿no?. Crear una necesidad ficticia.


Tomar conciencia de que hay otro afuera pero pensarlo como enemigo, o sea no un otro fraterno. Dividir desesperadamente la humanidad en dos partes, el bien y el mal.

De esto no puede resultar más que una vida incomoda.


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A Hilda la escuchás AQUI

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