La primera huelga de la Patagonia no fue por plata
- layaparadiotv
- 4 may
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Por Mario Cippitelli
El capataz entró al galpón donde lo esperaba la peonada. El chillido de la puerta y la presencia del hombre generaron que los ruidos y murmullos que había en el lugar desaparecieran por completo.
El capataz, un tipo morrudo y de aspecto rudo, había dejado de lado sus habituales modales de bruto y prepotente y ahora su rostro reflejaba cierto perfil conciliador.
Cruzó todo el galpón y se ubicó de frente a los peones, con los brazos cruzados en la espalda. Era indudable que estaba nervioso porque antes de dar la noticia comenzó a hacer dibujos en la tierra con su alpargata mientras buscaba algún punto del galpón que le permitiera esquivar la mirada de los presentes.
“Dice el patrón que lo que piden no puede ser. Pero que les va a dar más plata y les va a mejorar los lugares para que descansen”, dijo con tono enérgico como para que todos escucharan. El silencio duró poco y los chiflidos y los gritos de desaprobación volvieron a inundar el galpón.
“Entonces dígale al gringo que no vamos a trabajar, po”, sentenció desde el fondo uno de los peones con marcado acento chileno.
El “Gringo” al que hacía se hacía referencia no era otro que Corydon Hall, un estadounidense que había llegado al norte neuquino a fines del siglo XIX.
Desde 1883, la zona de Milla Michi Co, Los Maitenes y cerro Las Minas habían dejado al descubierto grandes yacimientos auríferos por lo se había superpoblado de gente en busca de oro. La mayoría de los interesados en hacer fortuna eran provenientes de Chile y algunos de lugares mucho más alejados, como Hall.
Además de haber hecho el primer gran descubrimiento en la zona, el gringo había adquirido notoriedad en toda la región porque logró conquistar el corazón de Belinda, la hija del coronel Manuel Olascoaga, primer gobernador de Neuquén. Al convertirse en el yerno del mandatario, el norteamericano había conseguido el apoyo necesario para montar el primer gran emprendimiento metalífero con la compañía “Minas de Oro Milla Michicó”.
Apesadumbrado por las malas nuevas que tenía que dar, el capataz golpeó tímidamente la puerta del despacho de Hall. Durante el trayecto del galpón a la empresa, había ensayado una y otra vez la forma en que debía comunicarle la decisión de la peonada: “Mire don Hall… los peones dicen que no es una cuestión de plata….” “Don Hall: los peones siguen firmes….” “Patroncito: dicen los peones que lo único que quieren es… ñaco”.
Lo que ya era la primera huelga de la Patagonia no tenía origen en los reclamos salariales, como suele ocurrir en cualquier ambiente laboral, sino en la provisión de ñaco, el trigo tostado y molido que mezclado con agua y azúcar o con vino para hacer “chupilcas” era una de las costumbres gastronómicas preferidas para la gente del norte, y en especial, de Chile.
Hall había sido quien impulsó la prohibición de la entrega de ñaco. Más allá de que este alimento no era de su preferencia cultural, traerlo de Chile costaba mucho dinero. Por eso, en todos los contratos laborales, el ítem de entrega de ñaco, además de la paga y en algunos casos hasta la comida, había sido eliminado. Idéntica decisión habían adoptado otros empresarios imitando la drástica medida del gringo. Lo que nunca hubieran pensado es que esta prohibición derivara en una huelga masiva de mineros.
“Mire Patroncito….los mineros siguen de huelga”, dijo el capataz con un hijo de voz, con las manos cruzadas adelante para sostener la boina.
“¡¡¡¿¿¿What???!!!, gritó furioso el empresario que cuando se ponía nervioso se olvidaba hasta el castellano que había aprendido en tierras argentinas.
“Money, no. Ñaco”, dijo el capataz mirándolo con miedo.
Hall pegó un puñetazo en el escritorio que retumbó en toda la oficina y se paró de un salto mientras vociferaba maldiciones en inglés.
Pero más allá de la rabia, los insultos y el pedido de ayuda que le hizo al gobernador Olascoaga, Hall y todos los empresarios no pudieron doblegar a los trabajadores y finalmente tuvieron que ceder.
A los pocos días de levantado el paro, el ñaco volvió a circular en los establecimientos mineros y en forma paralela varias hectáreas en la zona de Las Ovejas, Cayanta y Atreuco comenzaron a ser sembradas con trigo para tener producción propia a través de molinos de piedra. De esta manera, se terminaba con los altos costos que significaban la importación desde Chile.
A partir de aquella gran huelga el esforzado trabajo en las minas, bajo el sol abrazador del verano o el frío del invierno, volvía a valer la pena para los sufridos mineros.
Había cama para descansar, dinero para comprar. Y, por supuesto, una bolsita con ñaco como para no extrañar.
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