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Odiando a Emilia

¿Vale la pena odiar un musical con la beligerancia que los tiempos que corren están casi exigiendo que se haga con la película de Audiard? La respuesta es sencilla: no. De todas maneras entre y lea este artículo, así pensamos juntos al respecto durante un rato.


Los tiempos han cambiado. Ay que verdad de Pero Grullo. Pero es así nomás.


Hace exactamente 30 años, el británico Alan Parker llegaba a la Argentina a filmar un musical sobre Evita en una adaptación de Oliver Stone del clásico del teatro musical de Tim Rice. El film se estrenó al año siguiente: muchas de las locaciones eran inexactas, los datos históricos imprecisos o totalmente diferentes a la realidad y las licencias éticas de autor iban y venían con libertad a lo largo de la obra que versaba a figuras históricas como las de Eva Duarte (Madonna, espléndida), Juan Perón (Johnatan Pryce, capo total, pero un Perón sin papada) y Ernesto Guevara (Antonio Banderas...) acomodando sus respectivos lugares en la historia a gusto y placer de Rice, de Stone y de Parker.


Más allá de algún que otro ferviente justicialista, a nadie se le ocurrió hacer un gran escándalo masivo en los días del estreno, a pesar de que a los tres gringos se les ocurrió que dentro de la trama era una muy buena idea que -por ejemplo- Eva fuera amante de Guevara. Es más: los medios pedían sangre y salían a buscar la polémica allí donde el público no la estaba viviendo y desde diarios, revistas y programas de radio y televisión querían que haya indignación y la sembraban, pero casi nadie se prendía con mucho -ni poco- entusiasmo.


Cuando la polémica mediática se buscaba puertas dentro de la Argentina, se buscaba declaraciones de figuras del cine y el peronismo como -¡que no, ni no!- Pino Solanas. Y él respondía tranquilo y con una sonrisa a cámara: “Esta es una opereta que va más allá del pobre Parker, que es un inglés con visión inglesa de Argentina. ¿Es un manoseo de la historia? Y sí, pero Parker es un director talentoso, la película está bien creada y es técnicamente excelente, aunque no es una gran película” Allí ven, si bien se notaba el disgusto, su declaración no se acerca ni por media átmosfera a las exclamaciones de presión del odio que hoy se destilan por redes y en los medios que recogen los contenidos de esas redes.


Cuando la polémica se buscaba hacia afuera, a la que siempre se le exigían explicaciones era a Madonna porque -en clarísima actitud machirula- nadie se animaba a encarar a Parker. A pesar del aseido, ella se calmaba y siempre contestaba, porque ya estaba entrenadísima para domar tempestades, y en ruedas de prensa o entrevistas exclusivas decía cosas del tipo: “Evita salió de la nada y subió de una manera vertiginosa, hasta que logró tener tanto poder e influencia sobre el pueblo. Cuando yo averigüé eso, quise saber y me interesó representarla. La intención siempre fue dar una visión objetiva de Evita. Nosotros somos artistas, no somos políticos”.


Bueno, pero basta de tanto “Evita”, vayamos cerrando aquí el punto por el que trajimos de ejemplo esta film para hablar de otros. Los tiempos han cambiado -decíamos- con la asistencia y el azuzamiento obvio de los dictados globales que exigen odio a cada rato, y en lo cultural todo el odio se está volcando por estos días sobre “Emilia Pérez”, una simple película musical.


El fenómeno “Odiemos a Emilia” no es más que otro de los puntos de encuentro que en la humanidad se han diseñado para que nos comuniquemos los unos con los otros a través de la construcción del desprecio, esa moneda global de intercambio social de mayor circulación en la actualidad. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí, con esta necesidad enfermiza de enojarnos e indignarnos por cosas poco constructivas, por todo lo que no aporta absolutamente nada a un verdadero cambio social que nos mejore como especie habitante de un mundo al que estamos haciendo bosta? No lo se, llamen a un gran pensador para que lo conteste, pero aquí estamos: en el constante hate que nos hace creer que avanzamos como seres humanos, mientras tanto retrocedemos siglos como sociedades en un tiempo cada día más reaccionario y acelerado.


La tecnología, esa misma herramienta que permite que alguien en Tangamandapio, Pakistan o la Isla de Java lea a los segundos de ser publicado este artículo (u otros artículos, incluso sesudos y grossos, no como éste) es el mismo artefacto de creación humana que permite que el odio ciego y bruto circule por las venas de la virtualidad (a través de nuestros smartphones) para transformarse en un espíritu de época consumado, uno que pareciera no nos dará tregua durante los próximos lustros.


¿Es esto una crítica cinematográfica?



Pues ¿es esta columna una crítica cinematográfica a “Emilia Pérez”, el musical? Tal vez no. Tal vez sea un intento un poco torpe para invita a quien lee a pensar si no habría que inscribir el fenómeno global de odio a esta película como un estante más en el inutil escaparate del hate por el hate.


Si hay que hacer una evaluación técnico/artística sobre el film en sí, podría rescatarse -por ejemplo- que la dirección de Audiard es impecable (pocos pueden competir con los franceses en el rubro “filmar con calidad orfebre” ¿verdad?), o que los pocos cuadros musicales incluidos están perfectamente montados por Juliette Welfling, que las canciones de Clément Ducol y Camille Dalmais tienen chispa, son atractivas y están muy bien resueltas, siendo que todas ellas tratan temas controversiales, precisamente esos que se criticaron tanto.


Las actuaciones son otro aspecto a analizar y, por el propio caso de tratarse de un musical, hay que poner el foco en que la construcción de cada uno de los personajes es maniqueo, bien clownesco -en el buen sentido del adjetivo- e incluso con muy pertinentes ribetes telenoveleros, tal y como desde siempre han sido construídos los personajes de musicales. Nadie ha tildado por sobreactuado o anti natural a Gene Kelly por sonreir de esa manera bajo la lluvia, como tampoco nadie ha criticado peyorativamente a Roy Scheider por pararse frente al espejo cada mañana, poner cara de Popeye y exclamar con total tono exagerado la célebre frase “It's Show Time, Folks!”, ni a nadie se le ha ocurrido que los nazis que bailan alegremente en el Kit Kat Klub casi al finalizar “Cabaret” están desubicados por mostrarse así, de esa manera. ¿Y por qué todo sucedió de esa manera tan “permisiva”?, simple: porque las películas musicales tienen su propia estética, funcionan con sus propios resortes argumentales (tan propios y exclusivos del género) y así como a nadie se le ocurriría criticar el suspenso en un thriller, o las secuencias vertiginosas en el cine de acción, nadie debería pedirle a Emilia Pérez que no sea exagerada, que sus locaciones no estén amañadas a la exhuberancia para que destaquen de manera kitsch, o que no se tome licencias que la aparten de la “realidad testimonial, pura y dura”.


Sin embargo el planeta entero se ha metido a rezar esta misa del hate en contra de la película y cada cosa que sucede en el metraje del film es analizada como si se tratara de un ensayo socio político, o un ajustado dossier periodístico que Audiard debería haber realizado sobre la descarnadísima realidad vivida en el norte de México en torno al imperio del narcotráfico y la multitudinaria desaparición de personas a causa de crímenes del narcotráfico en connivencia con las fuerzas de seguridad y el poder político de turno.


Pero no damas y caballeros cis o trans: la película de Audiard es un musical. Es increíble, pero hay que mencionar esto a cada rato, aunque sea tan evidente. Estamos habitando una era en la que lo evidente debe ser mencionado. Piensen: si la discusión pública internacional incluye tópicos como el explicar que la tierra no es plana, que las disidencias no son pedófilas, que las ciencias no son el demonio y que los multi-ultra-millonarios no son super hombres sino personas interesadas en su propio culo; que le queda sino el lugar de aclaración recurrente a uns simple frase del tipo “no busquen dentro de un musical lo que no le corresponde a un musical”, ¿no?



“Emilia Pérez” es un musical muy bien hecho que propone hacer una pequeña reflexión sobre dos temas centrales: uno es el problema social de la desaparición de personas en democracia y el otro es la posibilidad de cambio de conciencia ética que cualquier persona puede proponerse a sí misma al escoger por dónde pasará su accionar de vida.


Para el primero de los temas Audiard eligió el descarnado escenario del norte de México, para el segundo eligió el personaje de un narcotraficante heterosexual cis -responsable de casi todos los males del territorio al que se alude- que decide hacer una transición a mujer trans para empezar a ser otra persona, no solo en cuestión de género, sino también en lo ético y moral. Como es un musical -¡Basta: qué pueril me siento diciendo esto en cada párrafo!- la mecánica de desarrollo dramático de esta premisa es como ya dijimos: exagerada, maniquea y despampanante.


Así como “Cabaret” mostró el ascenso del nazismo con sensualidad, “The Wall” el espanto de la guerra y la soledad asesina del neoliberalismo con dibujos animados, “All that jazz” el individualismo exacerbado y la muerte con alegría a lo Broadway y “Oliver” el mundo del hambre infantil y la pobreza extrema con esteticismos coloridos, “Emilia Pérez” te para frente a los duros tópicos ya descriptos con una mezcla perfecta de musical moderno (tipo “La la land”), culebrón televisivo latino y un toque de cine pulp.


Para finalizar este breve y sencillo análisis, podríamos detenernos un rato refutando a quienes aseguran que Emilia Pérez, el personaje, la mujer trans que nació de un sociópata ultradeplorable, es la protagonista de esta historia. Pues no es así. Te vale madre si vive o la matan. La protagonista de esta historia es quien mira su recorrido y es “invitada” a formar parte de su vida: Rita Mora Castro, la abogada que narra todo. Es decir: vos, que sos los ojos de Rita, sos el protagonista de esta historia. Esa es la propuesta. El resto de los personajes -incluso la mismísima Emilia- orbitan en torno a ella.


Por todo esto: paren de odiar esta historia, eh. Luego ¿Audiard dijo algo colonial sobre el idioma español? ¡Pues es un europeo francés de la clase media alta! ¿qué esperaban?, ¿Karla Sofía Gascón es bastante gorila y una boca floja en twitter? ¡Bienvenidos al tren en el que miles de millones de personas hablan mierdas en las redes sociales!


Así que, si están interesadxs en vivir una experiencia cultural de enserio, vayan y miren la película, sean los ojos, hagan suya esta historia con mayor o menor grado de coincidencia y disidencia, y paren de odiar los contextos por el solo hecho de participar una vez más de la boba misa del hate; porque hacia allí nos están empujando masivamente con resultados bastante alentadores para los poderes concentrados del planeta a medida que nos creemos más importantes y centrados en una opinión firme.


Mientras más “jeitiamos”, más se enaltecen las miserias abusivas que nos proponen los que nos expolian y más retroceden nuestras oportunidades de ser verdaderamente libres como seres sociales.


Mire que tan importante va a ser criticar a un francés que narra una ficción como se le ocurre creativamente y a una actriz trans que deja una de las actuaciones más laburadas del cine de género musical... ahhhh...




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