“Comportate como un periodista, Chipi”
Nunca me hubiera imaginado presenciar un mundial de fútbol. Mucho menos como periodista. Pero el destino y la suerte quisieron que en la competencia que se disputó en Francia, en 1998, me encontrara en ese lugar, como cronista para un suplemento deportivo que había lanzado el diario Ámbito Financiero para todo el país, con el trabajo coordinado de colegas del diario La Mañana del Sur, también propiedad del empresario Julio Ramos.
Era una obviedad que todo en ese mundial me deslumbraba. El solo hecho de poder realizar entrevistas con jugadores y conocer a destacadas personalidades del ambiente periodístico de todo el mundo era para mí, un cronista del interior, algo impensado.
Nando Sánchez, jefe de la sección de Deportes de Ámbito, era la persona que me acompañaba y me guiaba en aquella aventura fascinante. Con muchos años más que yo, Nando tenía una gran experiencia en coberturas de fútbol internacionales. Desde joven había viajado por todo el mundo cubriendo Copas Américas, Mundiales, Copas Libertadores y todo tipo de torneos donde participa la selección Argentina y los clubes más importantes del país.
Si bien mi rol en aquel Mundial de Francia era escribir historias de color (Ámbito no se caracterizaba por ser un diario que le daba importancia a los deportes) también tuve que trabajar en la trinchera del día a día, con los encuentros de la selección, las apostillas, las entrevistas y todo lo que rodea a un partido de fútbol.
Desde el primer día que pisamos uno de los estadios donde se disputaba el Mundial, Nando me dio una orden que tendría que cumplir a rajatabla: “Nosotros somos periodistas, Chipi. No somos hinchas. Si hay un gol de Argentina lo podemos gritar, pero sin ser tan efusivos”.
Entendí aquel consejo y durante los tres partidos de la primera ronda, me comporté (igual que él) como un verdadero periodista. Argentina hacía un gol, lo gritaba y aplaudía. No mucho más, teniendo en cuenta que en el palco reservado para la prensa había periodistas de distintos países y, en la mayoría de las veces, del equipo que enfrentaría nuestra selección.
El 30 de Junio de 1998, Argentina tuvo su primer gran desafío: enfrentarse con la poderosa Inglaterra. Nando me dijo que ahí comenzaría el verdadero mundial, después de haber pasado sin mayores sobresaltos los encuentros ante Japón, Croacia y Jamaica, por lo que a medida que se acercaba el partido, los nervios iban en aumento.
Llegamos temprano al estadio de Saint Etienne, lugar donde se concentraba la selección Argentina y tomamos la mejor ubicación en los palcos de prensa. La tarde estaba hermosa, y ligeramente cálida, ideal para ver un espectáculo deportivo como el que se llevaría a cabo.
A medida que comenzaban a ingresar los hinchas a las tribunas, noté que justo atrás nuestro, habían llegado tres periodistas ingleses, tan entusiasmados como nosotros para ver a la selección de su país.
“Justo nos tocan estos ingleses atrás”, le dije a Nando en voz baja. El viejo se dio vuelta y los miró sin importancia.
“No te preocupes, Chipi. Vos comportate como un periodista”, me dijo con ese tono paternal que siempre lo caracterizaba.
El partido comenzó y a los 6 minutos tuvimos nuestra primera alegría. Un penal que Gabriel Batistuta se encargó de convertir en gol. Con Nando levantamos los brazos y aplaudimos. Nada más. Había que mantener el respeto por el resto de los colegas.
Pero la ilusión duró poco. Seis minutos después, el árbitro devolvió el favor con un penal para los ingleses y Alan Shearer se encargó del empate.
Para nuestra sorpresa, los periodistas ingleses no respetaron demasiado esa suerte de código que yo creía que era internacional. Gritaron como locos, se abrazaron y lanzaron cantitos que Nando y yo sentimos en la nuca.
Lo miré al viejo como pidiendo una explicación. Él me miró y con un gesto de manos me aconsejó tranquilidad.
Seis minutos después del empate, Michael Owen volvió a quebrar el arco argentino para poner el 2 a 1 a favor de Inglaterra. Y una vez más (ahora con mayor efusividad) los periodistas ingleses volvieron a festejar a lo loco con abrazos y gritos. Los dos mantuvimos la misma actitud profesional.
El partido siguió en medio de un clima de mucho nerviosismo. A medida que pasaba el tiempo, el resultado parecía difícil de remontar y todo indicaba que Argentina se despediría de Francia.
Pero una oportuna intervención de Zanetti, cuando ya se terminaban los 90 minutos, permitió que la selección igualara de manera agónica aquel partido tan difícil.
Con Nando nos levantamos de las butacas de un salto y gritamos el gol, pero siempre manteniendo nuestra mesura. Después de todo, el encuentro no había terminado porque a partir de ese momento se definiría todo por penales.
Escuchamos que los ingleses maldecían y proferían todo tipo de insultos. Nando me miró de costado con una sonrisa (como diciendo “que sufran por pelotudos”), pero nada más que eso.
La serie de disparos desde los 11 metros fue tan dramática como el mismo partido. Cada penal que metía Inglaterra generaba un festejo desmesurado por parte de los colegas que estaban atrás nuestro. En cada gol, nosotros gritábamos a modo de desahogo, pero manteniendo nuestro “profesionalismo”. Pero la tensión era cada vez más grande.
Cuando llegó el turno del quinto y último penal y ambos equipos estaban empatados, el silencio en el estadio era impresionante. Primero patearía Argentina.
Roberto Ayala tomó carrera y convirtió. Las tribunas estallaron. Ahora le tocaba a Inglaterra. Si ese penal no entraba, nuestra selección clasificaría.
David Batty acomodó la pelota y caminó cuatro o cinco pasos hacia atrás, en medio de un nuevo silencio sepulcral. Esperó unos segundos y disparó con fuerza, pero Carlos Roa se inclinó levemente hacia su derecha y rechazó la pelota. ¡Argentina había clasificado!
Me levanté de la butaca disparado para abrazar a Nando, pero para mi sorpresa vi que el viejo se había dado vuelta para gritarle el gol a los dos periodistas ingleses. “¡¡¡¡¡Gooool la puta que los parió!!!!! ¡¡¡¡Ingleses de mierda!!!!”, vociferaba mientras con una mano se agarraba los genitales.
Alcancé a tomarlo de un brazo y me lo llevé casi a la rastra, teniendo en cuenta que los tres gringos habían comenzado a devolverle los insultos y uno buscaba la forma de saltar hacia nuestro pasillo para vengarse de semejante agresión verbal.
“¡¡¡Nos van a cagar a trompadas, boludo!!!!”, le dije mientras corríamos e intentábamos perdernos entre la gente. Nando se reía a carcajadas.
Llegamos al centro de prensa que estaba conectado al estadio, compramos unos sándwiches a las apuradas y nos fuimos rápidamente hacia el auto que estaba a una cuadra del estadio para dirigirnos a la casa que habíamos alquilado en un pueblito cercano a Saint Etienne, donde teníamos nuestro propio lugar de trabajo. Detrás nuestro llegaron el fotógrafo y otro periodista que el diario había contratado para trabajar con nosotros.
Cerramos las puertas y arrancamos a toda velocidad por una de las avenidas principales de la ciudad que desembocaba en un camino rural rumbo a Saint-Médard-en-Forez, nuestro destino.
En medio de la alegría que teníamos los cuatro, interrumpí los festejos y me dirigí a Nando. “¿¿¿Escuchame, loco de mierda: no era que teníamos que ser profesionales???. ¿¿¿Mirá si nos agarraban???”
Y el viejo me miró, me tomó la mano y con una amplia sonrisa me dijo: “Estas son las cosas que no tenés que hacer, Chipi. Vos seguí comportándote siempre como un verdadero periodista”.
(A la memoria de mi amigo y maestro Nando Sánchez)
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