http://media.neuquen.gov.ar/rtn/radio/playlist.m3u8 Relato: Historias de familia, regalos de otros tiempos
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Historias de familia: regalos de otros tiempos

A Mario no le importaban los regalos. Le importaba que llegara Papa Noel. Igual que le importaban los Reyes Magos. Ese convencimiento trataba de transmitírselo a su hermano menor Euro, que siempre en vísperas de las navidades o de Reyes se ilusionaba con los regalos que encontrarían escondidos en las medias gastadas que colgaban de la chimenea.


“Lo que importa es que vengan”, intentaba convencerlo Mario, conociendo cuál sería el final de la historia o, mejor dicho, cuáles serían los presentes tan esperados.

Aquellos no eran buenos tiempos para festejar nada. Macerata, como el resto de Italia, había quedado atrapada en la Primera Guerra Mundial y los inviernos que comenzaban con las festividades de fin de año se hacían más largos y fríos, casi insoportables, tanto por el hambre como por el miedo.


Sin embargo, la llegada de Papa Noel o la de los Reyes era una bendición para cualquier chico, por más que el clima no fuera bueno y que las caras de los adultos reflejaran cada día y a cada instante la desolación y la incertidumbre que traía la guerra.

Siempre existía la esperanza de mirar a través de la ventana y encontrar aquel viejo de barba blanca manejando un carruaje tirado por renos a través de las nubes o de sorprender en medio de la noche a aquellos tres personajes que alguna vez habían celebrado el nacimiento del niño Jesús.

¿Cómo no mantener esa ilusión?

Blandina -la mamá de Mario y de Euro- lo sabía. Por eso trataba de entusiasmarlos y de distraerlos en esas fechas tan especiales, pero sin generarle demasiadas expectativas con los regalos que casi siempre eran los mismos. Lo importante era el testimonio de que esos maravillosos seres se habían acordado de ellos, pese a las urgencias y pese a la guerra. Eso ya tenía que ser un motivo de alegría y celebración.


Mario me lo contó mucho tiempo después de haber vivido aquellas fiestas remotas y difíciles, cuando se convirtió en mi abuelo y yo me convertí en su nieto. Fue en realidad un relato que primero le contó a su hijo –mi papá- y finalmente nos llegó a nosotros, los chicos de la familia, pero sin los detalles más tristes o duros de aquellas épocas de tanta miseria.


En las navidades o fiestas de reyes que pasamos juntos tantas veces en mi infancia, los nietos siempre nos reíamos de él cuando toda la familia corría a buscar los regalos de Navidad o de Reyes. Nosotros desenvolvíamos apurados las cajas para encontrarnos con nuestros juguetes y él se sorprendía y exclamaba al ver cómo en un paquete con su nombre en un rincón del árbol o en una media colgada cerca del pesebre había una papa o una cebolla, los mismos regalos que había recibido de niño en aquellos años de guerra.


En todas las fiestas siempre estaban presentes esos obsequios que mi papá o mis tías le dejaban a propósito para hacerle una broma y que mi abuelo festejaba y disfrutaba al ver nuestra felicidad y escuchar semejante coro de pequeños insolentes y burlones. “¡Te trajeron una cebolla porque te portaste mal!”, le decíamos. Y él nos seguía el juego. Ponía cara triste y hacía que lloraba. ¡Cómo se divertía!


Así lo recuerdo, siempre feliz para las fiestas. Seguramente porque dentro del cuerpo de ese viejobonachón todavía estaba el pequeño Mario, el de Macerata, el que vivió la guerra; el mismo nene que trataba de convencer a su hermanito de que lo importante era que llegaran Papá Noel o los Reyes Magos; el que se conformaba con aquellos regalos, esos pequeños gestos de amor convertidos en una papa o en una cebolla.


M. Cippitelli

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A Hilda la escuchás AQUI

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