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Aquellas cuarentenas de la infancia

Durante estos días largos de cuarentena suelo tener extensas conversaciones telefónicas con un amigo a quien aprecio mucho y me ayuda (y yo a él) a digerir el hastío que produce este aislamiento obligatorio, por momentos absurdo e impensado que hace un par de meses sufrimos todos los habitantes del planeta.


Son charlas en las que hablamos de todo un poco. Nos reímos y nos amargamos, pero también nos alentamos. Nos recomendamos lecturas, series de televisión o canciones, para que el confinamiento sea más llevadero. Afortunadamente, en estos tiempos locos hay muchas cosas de nuestro lado, como esto que les digo. Gracias a internet podemos conectarnos con el resto del planeta y abrir una puerta virtual al entretenimiento y a la cultura.

Foto ilustracion

Precisamente, en una de esas charlas con mi amigo salió el tema del aburrimiento en estos días tan largos e iguales, y por eso tratamos de imaginarnos cómo hubiese sido la cuarentena en otros tiempos de nuestras vidas, sin la tecnología de hoy, ni la televisión.

Si bien él tiene algunos años menos, pertenece a la misma generación que yo, la de la infancia simple, sin mayores pretensiones; la de los dibujitos animados en blanco y negro en el único canal que había (al menos en Neuquén). Él, que vivía en Buenos Aires, tenía más ventajas y otras oportunidades, pero no tan diferentes a las mías.


Le recordé que cuando era chico tuvimos algunas cuarentenas, pero no tan prolongadas como la actual. Por lo general, los encierros se producían durante las lluvias fuertes del otoño y del invierno, donde el aislamiento era casi una obligación porque ningún chico salía a la calle. Entonces, no quedaba otra que quedarse en casa, tratando de divertirse con lo que sea, hasta que mejorara el clima. Y el desafío era todavía mayor cuando el mal tiempo amenazaba o terminaba en una catástrofe, como en las históricas inundaciones de 1975, donde la ciudad quedó paralizada durante días por la cantidad de agua que había caído. Nadie podía salir a la calle, pero no porque se lo impidieran; es que era imposible.

Con mi amigo pensamos qué lindo hubiera sido tener internet cuando éramos chicos. O Netflix, o una Play, aunque luego recapacitamos y nos dimos cuenta que si hubiéramos contado con estas maravillas de la tecnología, nos habríamos perdido la posibilidad de leer miles de historietas, competir por ver quién hacía el castillo de naipes más alto, divertirnos durante horas con el Ludo Matic, hornear masitas con la ayuda de la abuela, o jugar a la payana con cinco piedritas juntadas en el baldío. ¿Cuántas formas de entretenimiento tuvimos cuando éramos chicos?

Siempre recuerdo mi casa paterna como un refugio en aquellos otoños e inviernos duros e implacables. Me parece ver a mis padres leyendo un libro o una revista en el sillón, o escuchando música al lado del combinado del living, a mis hermanos jugando sobre la alfombra cerca del calefactor o coloreando un libro de cuentos en la mesa del comedor.


Quienes llevamos contados varios tacos del almanaque conocemos aquellas extrañas maneras de diversión cuando las cuarentenas climáticas nos guardaban de prepo en casa.

Indudablemente somos de la generación que no conocía la ansiedad, que sabía que el aburrimiento no era una opción y que encontraba la forma más simple y tonta para que el tiempo transcurriera de la manera más linda posible.

Si alguna vez pasaron horas en familia jugando al “veo veo” saben de lo que les estoy hablando.


Y si en alguna de esas tardes frías y lluviosas se divirtieron dibujando con el dedo sobre un vidrio empañado es que ustedes también disfrutaron aquellas curiosas cuarentenas. Igual que mi amigo. Igual que yo.

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