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Tres textos para Riquelme

A raíz de la actitud de Román Riquelme, ídolo y actual presidente del Club Boca Juniors, de interceder para que la policía no llegue hasta la hinchada de Boca en el partido que estaba por disputarse por cuartos de finales de la Copa Argentina, #LaYapaWeb ha decidido poner tres textos distintos con reflexiones que fueron generadas por este singular acto en el que Riquelme volvió a demostrar que en su estirpe, es único.


1) El miedo a la cancha, a la camiseta, al garrote, a la pérdida de la razón


Por Hilda López


Cuando era chica mi hermano quería ir a la cancha a ver un partido de su camiseta querida: River. Entonces mi mamá le decía que los chicos chicos como él no iban a la cancha si no era con los mayores: papá, tío, primo, vecino. Recuerdo muy bien a mi hermano llorando porque no encontraba, justo ese dia, quien lo llevara y el dolor se multiplicaba en la mesa familiar donde no se decía una palabra más sobre el particular duelo.


Pasaron los años y fui mamá de dos varones no muy amantes del futbol, lo justo y necesario para divertirse en sus momentos sociales, entre amigos. Confieso que me produjo un alivio importante porque pensaba que de esa manera no se exponían a la violencia que se originaban en bandas contrarias en la mismísima cancha. Si, pensaba agradecida que les gustara otros juegos menos peligrosos. Pero ¿Cómo me entregué así a un pensamiento tan hostil, tan cruel?: no se podía ir a la cancha sin el temor al riesgo de aparecer con un ojo menos, un brazo roto o un tiro en la frente al regresar al hogar. ¿Qué podía hacer yo ante una banda de desenfrenados fanáticos dispuestos a todo?, no podía hacer nada, solo tener miedo y precaución.


Más adulta y menos miedosa, pienso en la cantidad de pibes que se pierden ir a la cancha con sus padres, tíos, primos, vecinos, porque seguramente tienen (como yo) miedo. Miedo a que no haya quien piense antes del primer insulto, la primera trompada, el primer garrote, la primera bala. Miedo a que no haya quien se anime a parar la bronca y abrace al pibe en riesgo y calme al violento. Miedo a que esa violencia sea el fuego que viene de la chispa del odio, de la vergüenza al hambre, a la cotidiana manera de no mirarnos, no registrarnos, no sabernos aún humanos.


Hoy es noticia un dirigente futbolero que intenta parar la bronca. Es noticia un gesto, solo un gesto que ablande la tensión. Es noticia una camiseta enojada detrás de un rostro que tiene, también, miedo. Ese fantasma que aniquila la razón, todo.


2) Él paró a un policía uniformado


Por Hugo "El Hache" Herrera


No lo quieren a Riquelme.


Los que prefieren a la yuta reprimiendo a la gente en nombre del la buena conducta social no lo quieren. Los que se autoperciben dirigentes desde las pantallas y no bajan al barro del barrio no lo quieren.


Los que buscan que la gente se cague a trompadas para excitarse entre sus sábanas no lo quieren.


Los que se dicen empresarios del deporte y buscan quedarse con el "negocio" del futbol y sacarlo de la eleccion de los socios en nombre del "profesionalismo" no lo quieren.


Los garcas de saco y corbata no lo quieren. Le dicen soberbio, cagón, pecho frío, que no entiende nada del futbol, que arregló con la 12 etc etc y él se la banca, como anoche.


La verdad la verdad, para los que la miramos sin la pasión del hincha bostero, no te dejan otra opción, (aunque no seas bostero) que quererlo a Riquelme.



3) Entre lo dicho y lo hecho, el camino es derecho

Por Fernando Barraza



Baja Juan Román Riquelme corriendo por las escaleras de la platea de la cancha de Newells, el club social rosarino que nació hace más de un siglo del amor al futbol que manifestó el sindicalismo anarco socialista y los laburantes de puertos y astilleros. Y Román no baja en 1920, eh, en aquellos años de gesta obrera. No, no, no: baja hoy, en tiempos en los que las ideologías están acusadas de ser de lo peor y todo se mide de manera post moderna y antojadiza.


Es en este contexto, y no en otro, que Riquelme rompe los mandatos del dirigente de club de fútbol estándar y -poniendo el cuerpo de maera literal- se interpone entre la policía y un grupo de barras e hinchas de Boca, que están en repliegue tras haber vivido ese desgraciado momento clásico en el que algunos se mandan el moco violento de tirarle cosas a los hinchas rivales y -en medio de una confusión de tensión espiralada- hay que retroceder porque llega la policía, y mientras los mismos hinchas de tu propio equipo intentan calmar el bardo (sin resultado positivo, nunca) para que la espuma baje, todo comienza a irse al carajo.


Entonces miremos con atención la escena del miércoles pasado, porquehay que tomar lectura de todo, eh. Hay que mirar la película completa.


Vamos a hacer un primer ejercicio, bien clásico y básico y, aunque parezca naif, vamos a separar a los barras de los hinchas, porque es un ejercicio elemental que siempre hay que hacer para tratar de encontrar respuestas concretas. No hay vueltas que darle: el hincha quiera cosas que el barra no quiere. Y viceversa.


¿No se llega a comprender del todo el por qué de esta propuesta de separación de tantos? Bueno... larguemos un rato el tik tok y pongámonos a leer un poco de esas pilas y pilas de excelentes artículos y ensayos sobre la cultura del fútbol argentino, que los hay, y son estupendos.


Informémonos, pongamos contexto a las cosas. No tengamos tanta pereza intelectual. Abandonemos más no sea por un rato la comodidad del hablar sin pensar. Ahí vamos a poder seguir avanzando en cualquier análisis. Y sobre todo en un análisis extraordinario como éste, el del caso del Riquelme pacificador.


Y volvamos a los hechos recientes de la cancha de Newells, donde el miércoles pasado vimos esta foto: a media hora de inicio del partido, había en las gradas un pandemonio total, con una barra queriendo sangre de un lado, la policía en el medio pertrechada y dispuesta a actuar, y con la otra barra apostada "para hacer el aguante" del otro lado de la poli. El caos mortal estaba garantizado y la batalla tripartita estaba a punto de comenzar. En medio de esta espiral que dejaría sin aliento e inmóvil a cualquier persona "de bien" o "normal" (elijan ustedes el estereotipo burgués que más les guste) baja corriendo Román Riquelme, se pone en medio de las piñas y los gases lacrimógenos, detiene la guerra y pacifica los ánimos para que no haya heridos ni muertos y el juego se pueda llevar a cabo.


Las cámaras de la televisión y los reporteros gráficos toman en primeros planos a Román y todas esas imágenes entran -a partir de ese preciso instante- en el circo/circuito de la realidad virtual, el recorte y la edición a posteriori. Lo de siempre, bah.


Lo que sobreviene a continuación es lo esperable: los periodistas "especializados" de los canales deportivos, que son dos, uno de Warner Company, el otro de Disney Corporation, hablan con altisonancia de iluminados por la tea de la buena moral. Y allí mismo entra en escena -¡claro, como no!- el tercer actor de influencia mediática masiva en Argentina, que es el ya famoso Grupo Clarín. Dicen lo mismo. Libreto coincidente.

Horas de aire, que se luego se fraccionan en minutos y segundos que poblarán -a través de los teléfonos- las redes sociales personales de millones y millones de argentinas y argentinos.


Lo que se oculta, pero es evidente, es que los tres grupos poseen acciones e intereses fácilmente comprobables en el diseño global del plan de privatización de clubes para su transformación en "sociedades deportivas" (grupos económicos que compran asociaciones civiles deportivas y las convierten en empresas).

Con este compromiso ideológico/económico ¿Qué van diciendo sobre Riquelme y el episodio del viernes?


Y... lo esperable. Para arrancar señalan enfáticamente que Román tiene una connivencia manifiesta con la barra brava, y que esto no pasaría en un club gerenciado de manera privada. ¡Como si el fenómeno barras/hooligans/tifozi/ultras/etc no fuera parte de una cultural global y los dirigentes de todos los clubes del planeta no tuvieran contacto con las barras bravas de sus clubes!


La hipocresía en su punto más extremo.


Pero ya sabemos que hay una dinámica en las empresas multinacionales de la comunicación y es ésta: lo que le haremos creer al público es más importante que la verdad. Entonces, damas y caballeros, este relato, el de Riquelme amigo de los barras y pésimo dirigente perdedor, es el que les garpa, por ende es el que venimos escuchando desde hace varios días de manera insistente. Y ese discurso prende, eh. Mucho prende. Sobre todo en un planeta que está completamente viciado por la cultura maniquea del "triunfo o el fracaso", donde alguien como Riquelme (ni nadie que sea dirigente) no tiene tiempo para encontrar un rumbo futbolístico concreto que lo lleve a ganar torneos internacionales a mediano plazo. Todo tiene que ser YAAAAA. En este mundo Román es un" loser".


No importa si el club presentó balances de la gestión Riquelme y se aprobó el periodo 1/7/2022 al 31/6/2023 con un superávit de $1.022 millones, ni que desde diciembre de 2019 (fecha en la que Román empezó a ser dirigente) a junio de 2023 el club registre un aumento del patrimonio neto de un 25,9%. En números: 27 Millones de dólares.

No importa que se haya fortalecido el servicio social en el club, las escuelas que funcionan dentro del club, que la estructura general de las instalaciones se hayan mejorado y que el club abra las puertas a sus socios para que utilicen las instalaciones como nunca.


Y en lo estrictamente deportivo, no importa que la reserva de fútbol (¡el semillero!) durante su gestión haya ganado la Liga Profesional 2021 y 2022, el Trofeo de Campeones 2021 y 2022. Además, la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental 2023.


No importa que tras 17 años Boca sea campeón en la Liga Nacional de Basquet. No importa que el equipo femenino de fútbol haya logrado cinco campeonatos consecutivos.


No importa que las dos ramas del voley vengan creciendo a paso firme en las ligas profesionales. Nada. Nada de eso importa para quienes tienen intereses empresariales concretos y contrarios a la consolidación de las sociedades civiles deportivas. Para todos ellos Riquelme es el demonio, porque reconocen su poder de gestión y la determinación ordenada con la que es capaz de plantear el trabajo a futuro, y eso lo convierte en un enemigo. Pero no te lo van a decir, eh, más bien utilizarán su nítido poder de llegada mediática para convencerte de que es un torpe negro de barrio que es necio, terco, soberbio, y por ende le tendría que dejar las cosas a los que verdaderamente saben, que son los de ojitos claros, mocasines sin medias y camisas caras arremangadas hasta el antebrazo, como Mauricio, o como cualquiera de esos muñecos que construye ellos desde sus oficinas de think tank.


Lo cierto es que a veces (no siempre, ojo, eh) dato mata relato. Y es muy probable que -siendo un hecho tan extraordinario- los cinco minutos en los que Riquelme bajó a la arena movediza el miércoles pasado, se conviertan en poco tiempo en un verdadero cachetazo a cualquier discurso que se intente articular sobre el hecho.


La secuencia fue corta y contundente. El país y el mundo futbolero entero fueron testigos de que entre lo dicho y lo hecho hay que poner el cuerpo para que el camino sea claro y derecho. Pueden editorializar horas y editar microsegundos de imágenes, pero el halo de realidad que quedó tras esa bajada de Román a la tribuna para dividir las aguas y permitir el paso de la tranquilidad, no lo borra nada. Allí quedó para siempre.


Ojalá el acto refleje la fuerza necesaria para que pensemos en profundidad cuántas cosas significan lo que Román hizo el miércoles poniendo el cuerpo, los modelos que muestra esa acción épica y los que contrapone. Ojalá la prisa triunfalista y meritocrática inoculada en las sociedades como un virus de laboratorio no se lleve puesto a uno de los últimos guerreros del llano.


No soy de Boca, pero soy de Riquelme

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