¿Vamos al este de la ciudad?
Una hilera de patos se detiene ante la mirada del visitante. Navegan en las aguas del río Neuquén y desde el balcón del mirador, los ojos se multiplican sobre el espejo del agua. Es el río que baña las orillas de dos barrios populares del este de la ciudad de Neuquén: Provincias Unidas y Sapere. Hasta ahí fui con un amigo a recorrer el nuevo paseo de la costa.
La renovación de todo el lugar desnuda las casas que daban la espalda al río y todo parece ser más grande. Debajo de la línea de alta tensión, una fila de casas improvisadas hechas con restos de cartón, hierros, chapas y maderas se extiende hasta llegar a pocos metros del puente que las separa de Cipolletti. La calle es muy estrecha, de tierra, barro, piedras. Un joven sale de una de las casillas e intenta cerrar un portón de hierro oxidado con un candado que se resiste, cuelga su mochila sobre la espalda y camina apurado hacia algún lugar. Se escucha una música lejana y el ruido de un caño de escape que vomita desde una moto vieja, pasa a nuestro lado y sigue de largo.
Esas casillas ¿son las mismas?, me pregunto y recuerdo. Hace más de cincuenta años estaban ahí otros niños, otras mujeres, otros hombres. Era el año 1969 cuando presenté un proyecto al municipio de Neuquén: el “Plan de construcción de viviendas por el sistema de ayuda mutua” que proponía erradicar esa villa. El doctor Marcelo Otharán era el intendente de aquel año (1969), se interesó y el plan se puso en marcha con el relevamiento del lugar y de otra villa, la del Barrio Vitale (San Martín al fondo).
El sistema propuesto había sido probado en otros puntos del país, yo me había enterado por publicaciones que llegaron a mis manos como tantas otras. Se trataba de organizar a los habitantes de esos lugares, formando equipos de trabajadores para construir sus viviendas. Los mismos debían rotar por todas las casas en construcción según la mano de obra que se necesitaba en cada etapa de la obra. El terreno y el material eran provistos por el Municipio, según resultados de ese relevamiento de las familias a erradicar de las villas nombradas.
Al poco tiempo de aprobar el proyecto, en 1970, asume como comisionado municipal el doctor Jorge D. Solana y se pone en marcha la obra en sí misma. La nueva locación de las viviendas fue en la chacra 120, ubicada en la esquina de Combate de San Lorenzo y Belgrano, que entonces era un desierto de arena.
El plan era construir setenta viviendas, un ambicioso número que podía solucionar el problema habitacional que se presentaba en la zona con la llegada de familias atraídas por las obras de envergadura proyectadas en la ciudad y la provincia, fundamentalmente la obra de l represa de El Chocón, la llave de lo que se venía para Neuquén.
El plan estaba en la misma frecuencia de esos tiempos, gente de Chile, Paraguay, Uruguay, Chaco, Formosa, Salta conformaban la nueva identidad patagónica, lo que sería en el futuro una provincia con una rica e interesante diversidad cultural.
Después de varias reuniones con los interesados, que se hacían en los patios de sus casillas, se organizaron los grupos de trabajadores por oficio y disponibilidades de tiempo. Se relevó el lugar donde se trasladarían y se comenzó con la tarea. Primero se construyó un obrador de chapas, donde se guardaron los bloques de cemento que se hacían a pala en moldes de metal y se utilizaba el agua que acarreaba el camión municipal, hasta que, para la provisión permanente se solicitó a YPF que realizara una perforación que después de una jornada de tensión expectante, hizo el milagro de que apareciera el agua tan esperada.
La mano de obra, entre todos
Los futuros propietarios trabajaban sábados y domingos y los que podían hacerlo durante los días de semana en horarios no convencionales. Las mujeres ayudaban en las tareas y los niños jugaban entre baldes, bloques, maderas y escaleras. Albañiles, carpinteros, electricistas, ayudantes: un pequeño y conmovedor ejército dedicado afanosamente a levantar paredes y soñar con un techo nuevo, la casa propia.
El plan motorizó una organización social sin precedentes: cada uno con la tarea asignada, controlados por ellos mismos, con reuniones donde se intercambiaban y exponían los problemas de la rutina; la solidaridad al rojo vivo.
Después de un tiempo, Solana decidió seguir la construcción por administración municipal para agilizar los tiempos y las entregas y entonces se abortó el plan como tal, construyéndose alrededor de veinte casas.
Seguí caminando por la costa del Río Neuquén, y vi otra vez casillas rotas, maderas viejas, el silencio del atardecer sobre las aguas, las visitas del nuevo paseo retirándose. Y las casillas ahí, con la música que sigue, esta vez, un poco más lejos, tal vez sea el recuerdo o quizás, un pequeño ejército de gente anunciando un nuevo Plan
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