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Caperucita entre las otras

¿De qué hablamos cuando hablamos de cuentos de hadas?


De un lugar de ensueño, cortado con píos de pajaritos y voces de doncellas blancas, lisas e inocentes, también bosques encantados, dulces. Tienen nombres como Cenicienta, Blanca Nieves, Bella durmiente, Caperucita, todos cuentos que Disney (o cualquier otro) llevó a la pantalla con eficacia deslumbrando las mentes infantiles.

Lugares sin tiempo de reloj donde el mundo blando con finales felices es un vértigo tan ligero que nos creemos todo lo que pasa, simplemente cayendo en ellos.

Cuentos que fueron analizados hasta el infinito por psicoanalistas, por ejemplo. Y, con licencias de todo tipo, reversionados por escritores y guionistas, con diversa fortuna. Notables espacios y tiempos dotados de incierta eternidad y exuberante multiplicidad. No acaban. Sin embargo, la punta de este ovillo agitado, lo más interesante, nunca salió a la luz. Se trata del origen que tienen esos cuentos.


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Como si miráramos un cuadro, a vuelo de satélite, podemos ver que estas historias encuentran su raíz en las tierras francesas del Antiguo Régimen (en francés: Ancien Régime) Es el término que los revolucionarios franceses utilizaban para designar al sistema de gobierno anterior a la Revolución francesa de 1789. La monarquía absoluta de Luis XVI. Quien muriera amablemente guillotinado.


Inrteresantísimo período de la Francia campesina del siglo XVIII. Los principales destinatarios de políticas implacables que los hacían padecer una vida de infinitas privaciones eran, sí, los campesinos. Destacan las guerras, hambrunas y epidemias. El señorío que les quitaba tierras y excedentes de producción. Los hombres trabajaban desde el amanecer hasta el atardecer, no había horarios de oficina y cosechaban con herramientas primitivas. Mientras, las mujeres tenían entre cinco y seis hijos, dos o tres sobrevivían, en estado de desnutrición crónica, ya que comían potajes de pan y agua con algunas legumbres, carne pocas veces al año, toda la familia cobijada por la misma desgracia.


En aquél período la historia permanece inmóvil en las villas lejos de París y Versalles. Para la mayoría campesina la existencia era solamente una lucha por la supervivencia, la línea de pobreza variaba en cada región según la cantidad de tierra necesaria para pago de impuestos, tributos, diezmo y otras bellezas. En tiempos de escasez, las familias pobres debían comprar los alimentos, sufrían como consumidores cuando se disparaban los precios y los campesinos más ricos hacían pingues negocios.


Una serie de malas cosechas llevaban a las familias a la indigencia, los niños sobrevivían con trabajos ocasionales y vagaban por los caminos (cuando no eran vendidos por sus propios padres para aliviar la carga de los hijos). Arruinados, muchos se convertían en mendigos, robaban ropa, gallinas, cortaban colas de caballos (para venderlas) o se hacían contrabandistas, asaltantes de caminos, por lo general morían sobre un montón de heno.


El hombre se casaba de nuevo si perdía a su esposa, siempre necesitaba una mujer que cuidara de sus hijos, por eso las madrastras proliferaban. La infancia no tenía nada especial, los niños que eran huérfanos con madrastra, vivían peor comparados con los que eran hijos de estas. (Blancanieves) En suma, el trabajo era cruel, las emociones brutales, la vida sórdida. El hambre supremo absoluto, regidor de estómagos, ruido de la vida. En las noches heladas junto al fuego corrían estas historias basadas en este contexto de miseria. De aquí que todos los cuentos campesinos franceses originales son pesadillescos. (en el diccionario de la RAE no figura el término). No había nada bueno que contar.


Así la realización de los deseos toman la forma de comida: pan blanco, salchichón, pollo.

El francés Charles Perrault fue el primero en recopilar estos cuentos. Siglo XVIII y sociedad burguesa, allí empezaron a adquirir sus costados más amables, luego, en el siglo XIX los hermanos Grimm hacen su agosto.


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Una de las versiones más antiguas de Caperucita Roja cuenta sobre la niñita que lleva comida para su abuela, el lobo le pregunta por qué camino irá, ella señala uno, el lobo va por otro, y llega antes. Devora a la abuela, la divide en partes y mete su sangre en una botella. Cuando llega la niña la invita a comer y a beber. Ella acepta. El lobo la hace desvestirse y meterse en la cama, luego de las preguntas ya conocidas, se la come. Primero canibalismo, luego streep tease, luego otra vez canibalismo. El lobo nunca muere, Caperucita nunca es rescatada en ninguna de las 35 versiones antiguas conocidas.


Más acá, contemporánea, la escritora Luisa Valenzuela toma el cuento, sus elementos: la caperuza, y los personajes principales: madre-hija-abuela-lobo. Salvemos un dato, la caperuza no existía en la época de los campesinos, no era un elemento con el cual se vistiera una niña, ni un detalle tan encantador. Pero en “SI ESTO ES LA VIDA, YO SOY CAPERUCITA ROJA”, Valenzuela reinventa la fábula, la cuenta como relatando una travesía, la del camino femenino. Y la caperuza es la que se va desgarrando en trozos reflejando las experiencias que dejan memoria.


La niña Caperucita pasa por sombras, peligros, deseos, hasta llegar al otro lado del bosque donde se encuentra con el lobo. También es invitada a meterse en la cama. También hay antropofagia pero metafórica.


….. “una voz en mí habla como si estuviera recitando algo antiquísimo y comenta: Abuelita, qué orejas tan grandes tienes, abuelita, qué ojos tan grandes, qué nariz tan peluda. Y cuando abro la boca para mentar su boca que a su vez se va abriendo, acabo por reconocerla. La reconozco, lo reconozco, me reconozco. Y la boca traga y por fin somos una.”

Los cuatro personajes de amalgaman. Todos tenemos algo de cada uno, inclusive de lobo. Se trata de “comer-nos”.

Es un recorrido largo como se puede ver, sin embargo no está acabado, el mito es la fuente de lo que se renueva, se transforma, se adapta. Su final es agónico pero no termina de cumplirse.



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