Cuando el machismo salvó a las mujeres
- Maria A. Martinez

- 20 sept
- 3 Min. de lectura
Por Maria Aurelia Martínez

En 1914 Europa entraba en la primera guerra mundial, pero la prensa francesa sólo prestaba atención a un asesinato que convulsionaba al país.
El 16 de marzo el director del prestigioso periódico francés, “Le Figaro”, Gaston Calmette, moría asesinado en su despacho a manos de Henriette Caillaux, la esposa del Ministro de Hacienda de la Tercera República Francesa, Joseph Caillaux.
El director Calmette era experto en guiar el interés de los lectores de las clases populares proporcionando notas de sociedad, en lugar de información política. Puso en el candelero a las clases pudientes hegemónicas.
Es importante destacar que, a diferencia de otros países europeos, el índice de alfabetización en Francia era altísimo. Estadísticas de 1913 hablan de un 96% de hombres con plena comprensión lectora.
Calmette había iniciado contra Caillaux una campaña difamatoria. Viene al caso mencionar que este último era “demasiado progresista” y “amante de la paz” para cierta casta dominante. Era un personaje molesto.
No tuvo pruritos en publicar una vieja carta que había escrito el ministro a una amante, durante una relación de años anteriores. El director violó todos los códigos éticos de su oficio.
Antes de que existiera internet. (en 95 días se publicaron 138 artículos difamadores )
La esposa del ministro propinó seis tiros a su víctima, la muerte fue instantánea. Fue detenida por los empleados del periódico e insistió en no ser tocada por esos chupatintas de poca monta. Al llegar las fuerzas del orden pidió trasladarse a la comisaría en su propio vehículo. Claro que no hubo problema alguno. Ella pasó su prisión hasta que terminó el juicio en la prisión de Saint-Lazare. En cuestión de días, los funcionarios de la prisión fueron acusados de otorgar un trato privilegiado a su famosa prisionera. Casi nada: celda privada con calefacción, era atendida por su criada, tenía prerrogativas especiales de visita e incluso cenó con su esposo en las oficinas del director de la prisión.
El juicio de la “dama” como ella misma se nombró, resultó ser un espectáculo público, con cada detalle de los testimonios y las acciones de abogados y testigos relatados con grandes pormenores. El acceso a la sala del tribunal se convirtió en la actividad más solicitada en París.
La famosa Belle Epoque, anterior a la primera guerra, marcó su declive con este crimen que mostró una sociedad pusilánime en lo público y excesiva en lo privado.

La asesina tenía a su favor el hecho de que en aquellos años la mujer no debía asumir responsabilidades, su rol tradicional se basaba en el mantenimiento familiar y la gestión de la casa. Hasta ahí llegaba.
Durante el juicio, el abogado defensor utilizó un argumento insólitamente machista y misógino. Convence al tribunal de que su defendida había cometido el crimen arrebatada por un “oscuro impulso femenino”. Las mujeres serían seres que hacen cosas irracionalmente, sin conciencia. La señora Caillaux se dejó llevar por el deseo incontrolado de defender el honor de su amado esposo. El letrado planteó que “de haber sido cometido por un hombre” ese asesinato debía ser castigado con la pena capital, pero al tratarse de una mujer y en razón de la debilidad emocional de esta, de su incapacidad para razonar sobre las consecuencias de sus actos, no era culpable del acto.
Por eso Henriette Caillaux fue absuelta y Le Figaro sobrevivió al oleaje como un faro indemne.








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