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Una mujer pequeñamente grande ha partido

Como todos saben, ha muerto Henny Trayles. En las crónicas su nombre apareció vinculado con alguna bazofia televisiva, y esas injusticias suelen cometerse en épocas donde arrecia la ignorancia y asola la indiferencia. La mujer que ha muerto fue actriz, preferentemente, aunque no exclusivamente, de comedia.

Y fue parte de un grupo maravilloso, un fenómeno único del siglo 20 en la cultura argentina: el de los cómicos uruguayos que llegaron a este país en la década del ’60, y produjeron una revolución en la forma y el fondo del humor rioplatense.



Henny Trayles había nacido, hace 84 años, en Alemania (en Hamburgo, como Henny Trylesinski). Murió en Merlo, provincia de San Luis. Estaba en esa discreta y antigua localidad por elección propia.

Allí daba clases de improvisación, de stand up, o de comedia rápida. Géneros que manejó a la perfección. Henny, de Alemania, había bajado a Uruguay, y había adoptado esa nacionalidad que siempre honró, respetó y destacó. Fue artista desde los cuatro años: estudió baile clásico, piano, arte dramático y acrobacia. Y se hizo actriz. De las buenas.


A mediados de la década del ’60, llegó a Buenos Aires con Ricardo Espalter, Berugo Carámbula, Enrique Almada, Eduardo D’Angelo, Andrés Redondo, y otra mujer entrañable: Gabriela Acher. Todos protagonizaron un momento extraordinario del humor televisivo, con Telecataplum, Hupumorpo, Hiperhumor… programas con sketch cortos, inspirados, de alto vuelo, sin cabida para lo chabacano. Probaron, entre otras cosas, que se puede ser popular sin necesidad de acudir a la grosería, algo que la televisión que los siguió confundió, tal vez, para siempre.


Ahora, que ha muerto esta pequeña mujer grandemente grande, se la ha recordado en los medios por su participación en Floricienta, en Todos contra Juan, programas de TV de este siglo, más cercanos a la percepción de los aburridos lectores. Pero, Henny Trayles, fue parte enteramente del siglo pasado, y, singularmente, de aquella década impresionante en la que, entre golpes militares y balas sin candidez alguna, en el Río de la Plata floreció la creación en una primavera que todavía asienta sus ecos en este presente desvalido y triste.


Rubén Boggi

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