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Lady Day, la melancolía

Advertencia: amo el jazz, y amo las voces femeninas del jazz. Mi predilección es Billie Holiday.

Billie es una figura del jazz, inigualable. Digo “es” aunque hayan pasado exactamente 63 años desde su muerte. Nació en Philadelphia el 7 de abril de 1915 y murió el 17 de julio de 1959.

Estos son datos precisos, luego hay una cantidad de detalles dichos por ella, o construidos por la leyenda, con probabilidad de ser falsos que no agregan ni quitan.

Pero es cierto que su madre se llamaba Sarah y su padre Clarence Holiday. De él el apellido, era guitarrista.


Se sabe que creció en Baltimore, si se puede hablar de crecer mientras se está hundida en la pobreza y sus aledaños. La madre trabajaba como sirvienta doméstica o como prostituta, según el día, nunca se hizo cargo de ella pues apenas podía tener una idea de su propia vida.

Billie anduvo como un barquito de papel entre casa y casa, entre reformatorio y cárcel, entre estupefacientes, drogas y heroína, entre amantes y maridos que la usaron, deslizándose en un continuo despeñadero. Más allá de su vía de desolación es necesario detenerse en su don, su epifanía, por breves que hayan sido.

Su voz tenía cualidades excepcionales, era rasposa y dolorida. No estudió música y mucho menos canto, sin embargo se podía apreciar un fraseo y dicción propios de una cantante profesional, además de intensidad, color vocal e intuición. “No canto nada que no sienta” dijo. Cuando no le quedaba voz, cuando no le quedaba más que un físico maltratado y menguante, ella recurría a registros graves.


Y si no me creen escúchenla en “All or Nothing at all”, o en “I’m a Fool To Want You” y comparen con el “Blue Moon” de sus primeras épocas.

Billie Holiday, cantante de jazz (1915- 1959)
Billie Holiday, cantante de jazz (1915- 1959)

Cantar en el Carnegie Hall también fue posible para ella. Allí en la meca del espectáculo neoyorkino Billie interpretó sus canciones a sala llena, ante la mirada y la devoción de

espectadores ávidos de la sensualidad de su voz. Toda ella resplandece, mientras canta no se mueve. Esa noche hizo seis bises.


Cantaba con una suavidad capaz de domesticar fieras…. Y corazones.

Este párrafo es del gran Wynton Marsalis que cuando tenía 24 años de edad dedicó un año entero a escucharla: “En Billie Holiday encontramos el refinamiento de Louis Armstrong en forma femenina. Lo que ella hace es algo que sólo podría lograr una mujer. Hay en ella una sabiduría que los hombres no tenemos.


Cuando frasea lo hace en grupos de tres notas en vez de dos o cuatro, que es lo usual. Y aun así siempre cuadra en términos de ritmo. […]. Su comprensión de la armonía y de la melodía era extraordinariamente refinada. Es un grave error atribuir su forma de cantar a las penurias de su vida, porque se debe más bien a su sensibilidad lírica y a la substancia poética de su visión. Algo que nadie sabe por qué posee una persona.


[…] Es un don espiritual con el que se nace” El último de sus amantes era un cafishio que también la explotó y la traicionó. Con él terminó su lista de abusadores que no le dejaron nada más que el hueso vivo. Todas sus relaciones de pareja fueron iguales, atracción y sometimiento. Ni el FBI le perdonó su última cama, la del hospital Metropolitano de New York donde murió víctima de una cirrosis, la persiguieron hasta allí, los cancerberos estaban apostados en la puerta de su habitación.


Para entender cómo tenía claras ciertas circunstancias de las cuales ella era huésped y víctima permanente, recordemos una anécdota que circula:

En casa de una amiga suya, Maya Angelou que vivía en Harlem, cantó a capella «Strange Fruit». Contó Angelou que su hijo le preguntó a Billie qué significaba pastoral, y ella respondió más o menos esto: «Es cuando agarran a un negrito como tú, le cortan los huevitos, se los meten por la garganta y lo dejan colgando de un árbol. Eso es una maldita pastoral, querido, y no dejes que nadie te haga creer otra cosa».



Fruto extraño (Strange fruit)

Los árboles del Sur frutos extraños,

sangre en las hojas y sangre en la raíz,

cuerpos negros balanceándose en la brisa del sur,

fruta extraña que cuelga de los álamos.

Escena pastoral del sur galante,

los ojos hinchados y la boca torcida,

aroma de las magnolias, dulce y fresco,

entonces el repentino olor a carne quemada.

Aquí está la fruta para que los cuervos piquen,

para que la lluvia se junte, para que el viento chupe.


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