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El libro Malvinas, de Pablo Montanaro.


El escritor y periodista Pablo Montanaro, presento su libro sobre las Malvinas. El autor recogió testimonios de quienes vivieron la dolorosa experiencia de una guerra que hoy recordamos valorando la valentía de los soldados argentinos en una contienda desigual en fuerzas armadas, pero de una convicción que muestra el profundo sentir patriótico de los protagonistas.


El abrazo que les faltó


Horacio Haag es uno de los veteranos de la Guerra de Malvinas que vive en Neuquén. El 3 de abril llegó a las Islas donde fue designado como Policía Militar para custodiar la casa de Mario Benjamín Menéndez, el gobernador militar de las Islas Malvinas durante el conflicto bélico. “Esa guerra siempre estará en mi memoria y después de tantos años, en mi caso, es una cicatriz, algo que siempre me doblega. Cuando los soldados llegamos de Malvinas nos faltó un abrazo. Eso hubiera atenuado todo el dolor que teníamos en ese entonces”, explicó Haag en el texto que pertenece a uno de los capítulos del libro “Malvinas. Historias para no olvidar” del escritor y periodista Pablo Montanaro, recientemente publicado por Ediciones Con Doble Zeta.


“Cuando me convocaron no lo dudé ni un segundo, a pesar de mi suegra que me decía que esa guerra era una locura”, dice Horacio Haag sobre aquel 2 de abril de 1982 cuando se despidió de Adriana Harguindeguy con quien se había casado unos meses antes, el 15 de enero de ese año, y de la madre de su esposa.

Ese día del desembarco de las tropas argentinas en las Islas Malvinas, Horacio recibió a su esposa y su suegra Zulema detrás de una barra de hierro en el Comando del V Cuerpo del Ejército de Bahía Blanca donde cumplía con el servicio militar obligatorio en la Compañía Policía Militar 181. “Horacio no vayas, esta guerra es una locura. Vamos a hacer lo que sea para que vos no vayas… Hacete el enfermo”, le rogaba su suegra.

“Cómo me vas a decir una cosa así. Yo tengo que defender la patria, tengo que defender mi bandera. De ninguna manera no voy a ir, estoy orgulloso de ir”, le respondió del otro lado de la barra de hierro el joven de 20 años.



Horacio había nacido en Bahía Blanca y cuando fue sorteado para hacer la conscripción estaba estudiando en la escuela industrial para recibirse como Maestro Mayor de Obras. Por ese motivo pidió la prórroga.


“El 2 de abril a la mañana estábamos en el cuartel en plena instrucción cuando nos informaron que habíamos recuperado las Islas Malvinas. Nos dijeron que teníamos que ir en el próximo vuelo que salía al día siguiente. Fue una sensación de alegría. Algunos conscriptos decían que no querían ir, otros que sí. Cómo no íbamos a ir, si eran nuestras Islas Malvinas, las habíamos recuperado. Quizás en ese momento veíamos esa posibilidad como una aventura, como algo maravilloso”, relata.


El 3 de abril preparó sus pertenencias para el traslado, y el 4 a las 11 de la mañana partió para el sur junto con sus compañeros y jefes militares en un avión Hércules que despegó desde la base de Bahía Blanca.



Ni bien pisaron aquel suelo, con un mar bravo rodeando dos cayos irregulares, el aire frío y húmedo que llegaba del Atlántico, Horacio fue designado como Policía Militar para custodiar la casa de Mario Benjamín Menéndez, el gobernador militar de las Islas Malvinas durante la guerra.


El gobernador de las islas era miembro de una familia de militares que alcanzó notoriedad cuando su tío, el general Benjamín Menéndez, encabezó en 1951 una fallida intentona golpista contra el entonces presidente constitucional Juan Domingo Perón. Como Subjefe del primer Cuerpo de Ejército, Menéndez fue designado gobernador de las islas australes y jefe del comando conjunto de las tropas desplegadas. Era el mismo militar que en 1975 había participado en el Operativo Independencia, ordenado por la entonces presidenta Isabel Martínez de Perón para combatir la guerrilla del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).


Durante ese tiempo el ejército montó el primer centro clandestino de detención en la falda de los cerros tucumanos, como un anticipo de lo que comenzó a ocurrir un año más tarde en todo el territorio nacional a partir del inicio de la dictadura más violenta y sangrienta de la historia argentina.


“Nuestra misión era custodiar la casa del gobernador Menéndez y cuidar que no se generaran incidentes con los isleños”, cuenta Horacio. Describió que el clima en las islas en esos primeros días de recuperación “era una verdadera fiesta, muy divertido y relajado, íbamos y veníamos del pueblo que estaba a dos o tres kilómetros, hacíamos el reparto de víveres”.


Unos días después esa armonía y ese clima de aventura se transformaron en un infierno cuando comenzaron los bombardeos. “Era una tensión permanente, era escuchar las bombas, los estruendos y los aviones en vuelos rasantes durante todo el día y la noche. Vivíamos horas de mucho estrés, nerviosismo, de mucha inseguridad y miedo. Todos los días así, esperando que caiga una bomba sobre tu cabeza o al lado tuyo. Con el correr de los días se volvió algo natural. Era alerta roja y a las trincheras una y otra vez”.

Mientras tanto su mujer, Adriana, sintonizaba Radio Colonia de Uruguay que informaba lo que realmente ocurría en el Atlántico Sur.


En ningún momento la vida de Horacio estuvo en peligro porque el combate con las fuerzas inglesas no llegaron hasta la casa del gobernador Menéndez donde estaban apostados los integrantes de la Policía Militar. Sin embargo, la situación cambió en las horas previas a la rendición. “Los últimos días las cosas se pusieron más tensas, nos ordenaron que teníamos que tomar posición de combate porque el enemigo estaba entrando al pueblo y esperar el combate cuerpo a cuerpo”. Horacio se apostó con su fusil en una de las ventanas de la residencia. Unos minutos después todo era silencio. Un silencio profundo que aún hoy recuerda y lo estremece, lo traslada a aquel 14 de junio en que los británicos ya controlaban los límites de Puerto Argentino, donde se encontraban replegadas las fuerzas nacionales casi sin municiones.


Por la mañana Menéndez consideró que las fuerzas argentinas no tenían más posibilidades y que la continuación de la resistencia solo produciría más bajas. El gobernador de las islas se puso en contacto con la Junta Militar para advertir de la inminente caída de la guarnición argentina, al tiempo que manifestó la devastadora situación de las fuerzas y sugirió que la Argentina obedeciera la Resolución 502.


En la Casa de Gobierno en Buenos Aires, el general Leopoldo Fortunato Galtieri, el almirante Jorge Anaya y el brigadier Juan García, jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea Argentina (en reemplazo de Basilio Lami Dozo que estaba en el sur), se mantuvieron juntos gran parte de la jornada. A las 10.55, el general Héctor Iglesias, Secretario General de la Presidencia y el general Menéndez se comunicaron telefónicamente.


“Esto se acabó. Ya no nos quedan medios. Se combatió duramente hasta las últimas horas. El grupo de artillería ha sido pulverizado. El general (de Brigada Oscar) Jofre ha logrado recomponer una posición precaria. No sé si podrá aguantar en ella y defenderla más allá de esta noche. Las alternativas que quedan son las siguientes: 1) Aceptar la resolución 502 y retirarnos con nuestras banderas; 2) Aceptar la matanza; 3) Aceptar la posibilidad de una desbandada con tropa agotada y con munición que se acaba. Estoy con el general Jofré. Me informa que han afectado nuestro hospital. No tienen consideración por nada. Todo lo que digo es duro pero debo ser franco. Entiendo que debe ser tomada la resolución en breve lapso para salir con honor. Si necesitan tiempo deben considerar que no tenemos mucho por aquí. Me avisan que los ingleses están a 4 ó 5 cuadras de este lugar”, describió el general Iglesias.


Luego el gobernador de las Malvinas se comunica con Galtieri. Esta es una parte del diálogo: “…mi general, la tropa no da más, está peleando a brazo partido en las trincheras, yo lo he visto. Mire mi general, lo que Usted me dice esta tropa no lo puede cumplir. Mí general, a esta tropa ya no se la puede exigir más después de lo que han peleado, ya le había dicho a usted la noche pasada, que el día de hoy iba a ser crucial, estamos en la mayoría del día de hoy y se va a cumplir lo que yo expresé.

No hemos podido mantener las alturas, no tenemos espacio, no tenemos medios, no contamos con los apoyos que corresponden, y creo mi general que tenemos que acceder a la gran responsabilidad para con los soldados que van a morir combatiendo un combate sin posibilidades, por el término de pocas horas más y que va a costar muchas vidas”.


Galtieri le contesta: “voy a reflexionar sobre lo que usted me ha expresado”.


A las 12.45, Galtieri se comunica con el general de división Osvaldo García, jefe del Teatro de Operaciones Malvinas. García le relata su conversación en esa mañana con Menéndez y las condiciones y modalidades que exigen los británicos para la rendición argentina.


La respuesta de Galtieri, para ser transmitida a Menéndez era: “1) que no debía firmarse ningún documento; 2) que no se hablara de rendición ni capitulación sino en términos de evacuación y retiro de tropas, incluyendo las de Howard y Bahía Fox; 3) que debía tratar que cada hombre regrese con su uniforme y armamento individual; y 4) que el eventual compromiso debía ser en términos de compromiso de honor”.


Por la tarde, el general Menéndez convino la rendición con el comandante de las fuerzas terrestres británicas, mayor general Jeremy Moore; y firmaron el documento de la rendición el 14 de junio a las 23:59.

“Yo, el abajo firmante, comandante de todas las fuerzas argentinas de las Islas Falklands me rindo al general Moore como representante del Gobierno de Su Majestad británica. Bajo los términos de esta rendición el personal argentino de las islas debe mantenerse en los puntos que sean designados por el general Moore y deben entregar sus armas, municiones o cualquiera otra arma o equipo según ordene el general Moore. Siguiendo a la rendición, todo el personal de las Fuerzas Argentinas será tratado con honor de acuerdo con las condiciones de la Convención de Ginebra de 1949…”.


Cuando le informan a Galtieri de la rendición, el entonces presidente expresa: “Estoy decepcionado con el acuerdo firmado por el general Menéndez donde habla de rendición prácticamente incondicional. Estoy decepcionado como presidente de la Nación y Comandante en Jefe del Ejército, del acuerdo firmado por el general Menéndez como Comandante de las Fuerzas Conjuntas en las Islas Malvinas. No es lo que habíamos conversado desde hoy al mediodía con el general Menéndez, en los términos que debería acordarse un cese del fuego y evacuación o retiro de las fuerzas argentinas de las Islas Malvinas”.


Luego de dejar las armas y los cascos en esa gran montaña que se formó en las calles de Puerto Argentino ante la mirada de los británicos, los soldados argentinos fueron tomados prisioneros. Todos se encontraban en un estado lamentable, agotados, desnutridos, quebrados física y mentalmente producto de los intensos combates. Muchos de ellos fueron alojados en galpones de las Falkland Island Company (FIC).


Pasaron unos días después de la rendición y en su casa de Bahía Blanca, Adriana no tenía noticias del regreso de su esposo: “Horacio no estaba en las listas de sobrevivientes. Fueron momentos de desesperación, angustia, de llanto, de dolor, de mucho miedo. Días después llamó una persona que era el tío de un compañero de Horacio de Bahía Blanca que estaba en Malvinas. Había ido a ver a su sobrino en Campo de Mayo y Horacio le pasó un papelito donde anotó el teléfono de casa. Este hombre nos avisó que Horacio estaba vivo y en Campo de Mayo”.


Cuando Adriana lo vio a Horacio bajar del tren fue como si se le hubiera aparecido un fantasma: “era una sombra de la persona que se había ido a la guerra, estaba delgado, transparente”.

Horacio fue trasladado a Campo de Mayo donde las autoridades militares, según afirma, les hicieron “un lavado de cerebro”. “Tuvimos una conversación con los superiores, donde nos preguntaron todo lo que nos había tocado vivir y después de contarles, nos dijeron ‘Soldado, todo lo que vivió en Malvinas queda para usted, no puede compartir nada, ni decir nada’”.


“Usted luchó y retribuyó todo lo que la Patria le ofreció: el orgullo de ser argentino. Ahora la Patria le requiere otro esfuerzo: de ahora en más usted deberá no proporcionar información sobre su movilización, lugar de presentación, arma a la que pertenece o aptitud adquirida y su experiencia de combate”, decía una 'cartilla de recomendaciones' distribuida entre los soldados argentinos que pudieron regresar al país con vida.


El texto tenía fecha de junio de 1982 y estaba firmado por el subjefe II de Inteligencia del Batallón 601 del Ejército, el coronel Mario Davico. En su escrito, Davico sugiere a los soldados “no ser imprudentes en sus juicios y apreciaciones, no dejarse llevar por rumores ni noticias alarmantes", y les pide "recordar que todos debemos perpetuar la forma heroica como nuestros soldados dieron su vida por la soberanía nacional”.

Después todo fue silencio e indiferencia. Horacio quedó marcado, no podía hablar del tema ni con sus seres queridos.


En el año 2015 hubo una desclasificación de los archivos secretos de las fuerzas armadas sobre la guerra de Malvinas en los que se conocieron los documentos, como el del coronel Davico, sobre cómo silenciaron a los soldados tras perder el combate. La documentación se encontraba en los archivos de las Fuerzas Armadas y fueron difundidas en el marco del decreto 503/15 firmado por la entonces presidenta Cristina Kirchner.


“Esa guerra siempre estará en mi memoria y después de tantos años, en mi caso, es una cicatriz, algo que siempre me doblega. Cuando los soldados llegamos de Malvinas nos faltó un abrazo. Eso hubiera atenuado todo el dolor que teníamos en ese entonces”, explica.

Horacio encontró sólo el abrazo de su mujer, la contención y el acompañamiento respetuoso de ese silencio que lleva. “Adriana es mi compañera incondicional, es una sobreviviente más de Malvinas”, repite una y otra vez. Confiesa que cada vez que escucha el himno, ve flamear la bandera celeste y blanca o le preguntan por Malvinas, no puede contener la emoción. Como tampoco pudo frenar la emoción, más de treinta y cinco años después de la guerra, al hacerse un tatuaje de las islas en el brazo, siguiendo la iniciativa de su hija, el único tatuaje que llevará por el resto de sus días, el de las islas.


El libro MALVINAS. HISTORIAS PARA NO OLVIDAR de Pablo Montanaro se puede adquirir en librerías de Neuquén: Manuscritos Libros, Belgrano 75 y en Libracos, Corrientes 282. También enviando un correo electrónico a: pablomontanaro64@gmail.com


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