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La felicidad de seguir leyendo a Borges

Al cumplirse 122 años del nacimiento de Jorge Luis Borges, el 24 de agosto pasado, Pablo Montanaro entrevistó al docente y ensayista Daniel Bagnat Lascaray, quien revisita la figura y la obra de uno de los grandes autores de la literatura universal.


El especialista en Literatura Hispanoamericana del Siglo XX por la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue sostiene que la gravitación del autor de “El aleph” es fundamental y lo más importante “aunque parezca contradictorio con el imaginario construido en torno de su obra, de enorme representatividad en amplios sectores de la población mundial”.


Bagnat, quien actualmente es coordinador en la Secretaria de Extensión de la Facultad de Humanidades y formador docente en el Instituto de Formación Docente de Centenario, precisa que el gran desafío de un docente, de un comunicador como de un promotor de lectura en relación a la obra de Borges es “ser capaz de transmitir esa esperanza de felicidad posible y el deseo de buscarla en la aventura de recorrer páginas y entrelazar lecturas”.


¿Cuál fue el primer libro de Borges que leíste?

El primer libro de Borges que leí, gracias a una maravillosa tarea de mediación lectora de mi padre, fue Ficciones (y su segunda parte, Artificios), en una de las clásicas ediciones de Emecé. En los primeros contactos, tendría unos 5 años y para mí fueron mundos maravillosos, incluido el juego de ir a la enciclopedia que haría luego para ir aprendiendo, por ejemplo, qué era eso de las “aporías eleáticas”.


¿Qué libro de Borges recomendarías para empezar a leerlo?

Tal vez pueda parecer en un primer momento una elección afectiva, y en buena medida lo es, pero no exclusivamente. Recomendaría, precisamente, Ficciones, porque representa un quiebre fundamental en las transformaciones literarias del Siglo XX, tanto en cuanto a rupturas como a continuidades. Marca ese giro magistral de Borges que fusiona la tradición ensayística, argentina y occidental, con la escritura ficcional, creando lo que en realidad, como señalaría el propio Adolfo Bioy Casares y posteriormente muchos más, sería un nuevo género, al que él denominó “ficciones”, apelando a su juego de deconstruir etimológicamente las palabras (artis fictio, creación artística y a la vez algo de aquel “arte de ingenio” ensalzado por Gracián en el barroco).


Aquel golpe accidental en la cabeza con el batiente de una ventana, en 1936, en cuya afiebrada convalecencia comenzaría a gestarse Pierre Menard, autor de El Quijote, la primera de estas piezas de relojería, desde la cronología de su composición, se transformaría en el golpe maestro, en un quiebre articular no solamente de la literatura, sino del pensamiento del mundo occidental en el Siglo XX, como lo advertirían, en primer lugar, enormes teóricos franceses como Genette, Blanchot, Derrida y el propio Foucault. Luego, por supuesto recomendaría siempre apelar a la mediación de lectura. Pienso que un buen taller introductorio comenzaría por aspectos de esta obra y luego buscaría uno o a lo sumo dos tópicos para encontrarlos distintos lugares a lo largo de los casi setenta años de su obra pública.


¿Qué significa Borges y su obra en la literatura universal?

Su gravitación es fundamental y, lo más importante, aunque parezca contradictorio con el imaginario construido en torno de su obra, de enorme representatividad en amplios sectores de la población mundial, no solamente de los ámbitos académicos. Una experiencia que puedo mencionar al respecto, en cuanto anecdótica, es de cuando tuve la oportunidad de dictar el Seminario “Jorge Luis Borges y las transformaciones literarias y estéticas del Siglo XX” en el año 2002 en la Universidad de Castilla-La Mancha. A las primeras sesiones, además de quienes estaban inscriptos, asistió una buena cantidad de público de la comunidad entre el que, a juzgar por la pertinencia de las intervenciones, y aunque ajenos al medio académico, se encontraban numerosos lectores de la obra de Borges demostrando un alto grado de interés e incluso, a confesión de algunos, con la curiosidad por escuchar hablar de él y citar sus textos con su propio acento.

Sin lugar a dudas, Borges ha logrado trascender con holgura delimitaciones de disciplina, campo intelectual e incluso área de interés, para ingresar en ese panteón iconográfico en el que su nombre y su figura de adulto mayor, ya ciego y con su clásico bastón, son validados una y otra vez en tanto representativos de un vasto imaginario sobre nuestro país e incluso sobre nuestra región, en danza con otras figuras, tanto históricas como ficcionales, que no provienen precisamente de las letras, como Maradona, la Mafalda de Quino o la propia Evita.


Muchas veces se ha querido encontrar en las tensiones políticas, en las contradicciones y en el “hecho maldito” de cierta morbosidad en su tratamiento (o en su utilización), alimentada de alguna manera por la ironía y agudeza de sus declaraciones, una de las fuentes que han estimulado su trascendencia. No obstante ello, no se puede soslayar, allende las mismas, y como señalan en la propia España y en otros países de Iberoamérica grandes estudiosos de la lengua castellana, que Borges ha logrado generar en ella a través de su literatura una transformación transversal, un hito análogo a la de otros grandes escritores históricos de dicha lengua, como Lope de Vega, Quevedo o el propio Cervantes y, por añadidura, en su caso, desde “el idioma de los argentinos”.


Algo que continúa nutriendo discusiones en congresos y otros encuentros por todo el planeta, inclusive en ámbitos alejados también en lo idiomático. Participando de una de las entrevistas que Antonio Carrizo realizara en 1979, Roy Bartholomew, quien a la sazón fuera traductor de Omar Khayyam, afirma categóricamente: “En Irán, Borges es la Argentina”.


¿Por qué hay que leerlo?

Precisamente en esta serie de entrevistas que acabo de mencionar, editadas en 1982 y 1983 por el Fondo de Cultura Económica bajo el título Borges, el memorioso. Conversaciones de Jorge Luis Borges con Antonio Carrizo, aparece una de las afirmaciones más profusamente citadas y parafraseadas de Borges (sin ir más lejos, por Daniel Pennac al comienzo de su famoso ensayo Como una novela): “El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta el modo imperativo […] La lectura debe ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz”. Quizás, el más grande desafío que afronte un docente, un comunicador, un promotor de lectura, respecto de la obra de Borges o de cualquier otra, es ser capaz de transmitir esa esperanza de felicidad posible y el deseo de buscarla en la aventura de recorrer páginas y entrelazar lecturas, lo cual, como señalaba desde la primera respuesta, en el caso de una obra como la que nos ocupa se torna ineludible.


¿Cuál te parece que ha sido su legado?

Una, la que se desprende de la enorme proliferación de citas, en redes, blogs, publicaciones de diversa índole, atribuidas o atribuibles a un Borges que de suyo ya constituye una figura, una entidad (y un corpus) por completo desligada, en muchos casos, de la del escritor que conocemos. Otra, destacar la centralidad de la lectura en su universo, tanto oral como escriturario. Como señala Roberto Ferro, “El gran legado de Borges es su manera de leer. Al concebir la lectura como una dimensión relevante, habilitó una concepción más abierta de la escritura y, por lo tanto, de la literatura […]


Para Borges la lectura es una instancia de transformación de lo leído, un encuentro incesante entre la mano que ha trazado la escritura y el ojo que se desliza sobre las líneas, siempre otras en cada tentativa de la mirada que se anima a atravesar sus márgenes y adentrarse en los sinuosos senderos de la significación”. O, como diría a su vez Martín Kohan, “Era su idea de la originalidad, una idea fabulosa por cierto: no la de inventar de la nada, sino la de reinventar algo existente. De este modo la lectura fue equiparada con la escritura: un acto de creación”.


Pablo Montanaro

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