Quien quiera oír: que oiga
- layaparadiotv
- 27 jul
- 5 Min. de lectura

Por Fernando Barraza
Muchas cosas suelen decir las acciones que suceden en las calles cuando diferentes colectivos del pueblo son protagonistas. Nunca es una sola y única cosa, siempre hay varias lecturas para leer los acontecimientos sociales que implican acciones de los gobiernos y de la sociedad; pero si algo demostró el episodio de violencia sufrido en Neuquén por integrantes de cuatro comunidades mapuche el domingo del Día Internacional de la Amistad, en las puertas mismas de la Casa de Gobierno de la provincia, es que en apenas horas hubo una reacción popular con un mensaje bastante claro: la sociedad neuquina no acepta la violencia.
Que más de diez mil personas salieran a la calle tras el primer atisbo de violencia ejercida por las fuerzas del estado provincial contra un colectivo -en este caso el mapuche- y que solo un puñado de trolls profesionales y vocacionales se animaran a esgrimir los mismos argumentos pueriles y odiosos de siempre en los comentarios de dos o tres medios digitales, muestra a las claras que el modelo de mano dura propuesto con ahínco por el actual gobierno nacional (ese que fomenta que, por ejemplo, cada miércoles se le parta la crisma a jubiladas y jubilados acusándolos de desestabilizadores de la democracia) en Neuquén no prende de raíz, como si lo puede llegar a hacer en otros lares.
La demostración fiel de esto es que -más allá de los antes mencionados entusiastas del racismo y de la violencia que aparecen en foros digitales, que nunca faltaron, faltan y faltarán- quienes estuvieron a cargo de ordenar el desalojo con represión de las familias mapuche que estaban en la vereda de Casa de Gobierno guardaron un notable silencio y solo funcionarios de segunda y tercera línea intentaron justificar el desalojo con heridos (dos de ellos menores de 15 años) esbozando algunas confusas explicaciones sobre la negativa al diálogo por parte de los mapuche, argumentos que fueron cayendo por el propio peso de la inexactitud con el transcurso de los días, cuando comenzaron a difundirse distintas actas de negociación incumplidas mostradas por las comunidades en medios de la región y en redes sociales.
Por el resto no hubo una mega campaña de demonización del colectivo involucrado, solo hubo silencio y en muchos de los medios empresariales (radiales y visuales) en los que hay fuerte pauta oficial del estado provincial ganó una suerte de clima del tipo “no digamos mucho sobre el tema, es más: tratemos de no decir nada” y en los artículos de la prensa escrita de los medios que también congenian a través de los contratos de publicidad con el estado se intentó ir más que por la demonización por lados curiosísimos como decir que una marcha de más de diez cuadras como la del jueves juntó sólo a 1200 personas, que científicamente son las que entran en una sola cuadra en una concentración estándar.

Periféricamente algún que otro legislador provincial aprovechó para destilar xenofobia y racismo en el recinto legislativo el miércoles apelando a la vieja e insensata cantinela que asegura que los mapuche son extranjeros ventajeros que llegaron a Neuquén desde el extranjero... en una provincia que tiene su nombre y la mayoría de la toponimia de sitios, relieves y cursos de agua en idioma mapuche; en una provincia que dentro de su himno consagra a viva voz la raíz mapuche de su constitución; en una provincia en la que en la mayoría de los símbolos oficiales de las instituciones hay iconografía y nomenclatura mapuche; en una provincia donde existe un altísimo porcentaje de personas con nombres en mapuzugun y en una provincia en la que un altísimo porcentaje de propuestas y productos empresariales y comerciales privados tienen nombres e iconografías mapuche que indican que precisamente ESE es el rasgo que nos distingue del resto del país y nos hace neuquinos.
Pero, más allá de esto que se menciona -el odio de manual destilado a gotas y con torpeza eterna- hay que volver a resaltar que no creció una escalada social que acepte ni justifique la violencia y que, por el contrario, la mayor manifestación fue exactamente contraria a la aceptación de la violencia ejercida.
Al día del cierre de este escrito no se sabe con exactitud qué estarán viendo y evaluando en este preciso instante -en función a lo que violencia que ejercieron y como ésta los proyecta a futuro- las autoridades del ejecutivo y el judicial que habilitaron el desalojo por la fuerza de hace una semana. Es bueno remarcar nuevamente que quienes poseen una voz de autoridad, con potencia, poder y llegada, prefirieron el silencio y la pausa antes que la auto-manifestación pública de respaldo a la violencia oficial ejercida.
Quizás este fue un silencio del tipo “pagar para ver”, porque presintieron que la marcha del jueves resultaría lo que en definitiva resultó: una contundente muestra popular intersectorial de rechazo efectuada por un número importantísimo de la sociedad. Reacción real, no virtual.

Es de suponer que los gobernantes actuales de esta provincia conocen a la perfección qué es lo que dice la calle cuando se expresa de la manera en la que se expresó el jueves, sobre todo porque muchos de ellos ya han pasado dos, tres y hasta cuatro veces por estos trances de respuestas populares -pacíficas, sí, pero con carácter claro y campo de manifestación y acción real en las calles- en los últimos cuarenta años. Con todos esos casos en el historial de nuestra provincia uno supondría que aprendieron a leer y comprender correctamente esas expresiones y que -a la luz de casos trágicos de uso de violencia estatal en el pasado- han aprendido que la violencia ejercida desde el estado nunca es una posibilidad válida.
Quién sabe entonces por dónde pasarán los planes de acción inmediata del gobierno de aquí a futuro tras haber dado este primer paso de violencia hace exactamente una semana ¿Será a futuro un método o este fue un caso aislado? El tiempo es el único que contestará tal cosa.
Hay un discurso instalado para intentar hacernos creer -con argumentos básicos, maniqueos y pueriles- que “el mundo está girando hacia la derecha porque la derecha trae orden”, o que “la gente común está cansada y quiere mano dura”, o que “las sociedades ponderan cada vez menos lo colectivo porque lo colectivo nos degrada” (todo con una dosis altísima de odio y miedo inmovilizante), pero el jueves quedó clarísimo que nosotras y nosotros en Neuquén no vamos a permitir que la violencia sea una alternativa de gestión de lo estatal, de lo público, de lo nuestro. Porque nunca lo fue. Porque nunca lo será.
Quien quiera oír: que oiga.