Este otro Eternauta
- layaparadiotv
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Por Fernando Barraza
La plataforma de la N acaba de estrenar la versión de Bruno Stagnaro de nuestra novela gráfica más querida. Millones de hurras se levantan contra algunas voces críticas. Veamos un poco de qué se trata todo esto...
Y antes de comenzar con ningún tipo de análisis hago mías las palabras del colega Pablo Minini que dijo:
"Lo que debiera preocuparnos no es cuánto se aleja la serie de la historieta, sino cuánto se ha venido abajo nuestro ánimo de pelea colectiva entre 1957 y 2025"
Y ahora sí, veamos...
Mientras millones de personas ya se han devorado seis capítulos de casi una hora en una sola jornada, no está muy claro qué es lo que exactamente le están exigiendo los lectores fanáticos de la historieta a la versión de Stagnaro cada vez que la critican con ahínco. Hemos leído varias cosas detractoras al respecto:
Hay quienes no están muy conformes con el tono “demasiado argentino” de las actuaciones, algo verdaderamente insólito toda vez que proviene de cultores de la novela gráfica más importante de la historia argentina. Pero bueno, puede intentar comprenderse esto tan extraño y contradictorio por el lado de que las personas que leyeron y releyeron la historieta tantas veces y con tanta pasión, nunca tuvieron la necesidad de figurarse con mucha -o ninguna- precisión las voces de Favalli, de Helena o de Salvo, y ahora el cine (llamemos cine a la realización de Stagnaro, por favor) llega y les escupe un racimo de voces y corporalidades. Pasó otras veces, cuando aparecieron Mafalda y Martín Fierro animados, por ejemplo. Hubo aluvión de quejas. Pero este argumento de la “argentinidad extra large” de actores y actrices no es muy potente como crítica válida ¿verdad?
Hay quienes a priori estuvieron disgustados porque Salvo no tiene treinta y algos, como en la historieta, sino sesenta y largos. No se puede detallar la razón de esta decisión porque es spoiler. Pero basta con sentarse a ver la serie para conocer el motivo, y el motivo respeta dos momentos históricos receintes de nuestra propia vida como república, asi que la motivación se torna indispensable para que dentro de la serie los nuevos temas aportados se consoliden y conmuevan. La serie necesita que Salvo tenga sesenta y tantos. Es decir: esta crítica se anula con solo ver la serie. Punto.
Hay quienes dicen que es “demasiado woke” que las mujeres sean protagonistas. Empezando por Helena, y siguiendo por las otras dos personajes femeninas que agregaron en la serie y en la historieta no estaban. Bueno, eso atrasa como mínimo un siglo. Nadie puede tomar enserio a alguien que salga con esta estupidez de lo woke y lo no woke ¿verdad?

Hay quienes critican de manera obse que el arco de consolidación de Juan Salvo como héroe colectivo tarda demasiado en llegar, y que al finalizar esta temporada no se cristaliza tan nítidamente como sí se patentiza casi de inmediato en la historieta. Eso es ofensivo para con los géneros, eso es no comprender demasiado cuando una cosa (novela gráfica) es una cosa, y otra cosa (una miniserie) es otra cosa; es desconocer lenguajes. Ni hablar de perderse el plus de lo potente que resulta como recurso que hoy -en un mundo/actualidad sumamente individualista- si el arco del héroe colectivo tarda en cobrar forma, el resultado narrativo es positivo. Que Salvo sufra peripecias que lo van empujando lentamente a ese sitio en el que debe asumir que lo colectivo es la única salida y no resulte tan natural esa posición de acción comunitaria, es algo más épico aun. Lo refuerza la realidad actual que -por fuera de lo que pueda patear cualquier ficción- no está viviendo demasiado en un mar de colectividades tangibles ¿no?
Bueno y finalmente hay quienes se quejan de y por todo: que Favalli es petiso en la serie y alto en la historieta, que hay un personaje venezolano y eso supuestamente está pésimo (andá a saber por qué...), que los cascarudos son más chiquitos y no hacen ruido, que Helena es médica y debería sera ama de casa, que la vestimenta para la nevada de Darín es demasiado outfit. Bueno, a todos estos personajes despotricantes de todo quizás no haya que prestarles demasiada atención.

Dejando de lado esas críticas en danza, quizás lo primero que habría que hacer para empezar a limpiar el campo excesivamente comparativo sería considerar algo conceptual: que esta versión, la internacional para una fábrica multinacional de ficciones, es realmente buena por sí misma. Muy muy buena para decir más.
La serie -ya lo dijimos más arriba- es cine, y de autor. Eso ya es mucho. Muchísimo. Cumplidos un buen número de requisitos que la N le pide a sus superproducciones, este Eternauta se termina limpiando el traste -olímpicamente- en más de una de las conseciones que hace para a industria y, despegándose de los estándares, cobra alto vuelo con una dirección de arte que te deja la carretilla al piso; una fotografía igual de impactante y bella en un tono lúgubre y azul/pastel alucinante; con actuaciones bien argentas, claro, pero efectivas a más no poder; con un guión que hasta aquí respeta lo más esencial e importante que Oesterheld quiso contar en su obra y actualiza con dos o tres temas “de ahora” que suman mucho y profundo al imaginario social del hoy, tan abofeteado por los individualismos la ahistoricidad y la violencia narciza que sofoca; y con una postproducción de efectos especiales que harán que esta miniserie sea aplaudida con admiración en cualquier lar del planeta en el que se estrene.

Entonces: ¿es perfecta la serie? No, para nada. Algunos hilos y pequeñas costuras pueden vérsele, pero esas imperfecciones le dan el plus de autenticidad que las grandes obras del género fantástico siempre suelen tener; todos esos momentos efímeros en los que nos salimos por dos segundos de la nube ficcional y podemos ver al titiritero manipulando. Admitido esto, resta decir que la gracia de una buena producción artístico-cultural es, precisamente, hacerte volver a la ficción con muchas ganas tras haber visto la costura por un instante. Este Eternauta es así.
Por último: dejen de llorar viejas y viejos de más de 50 años de edad. Esta miniserie es para que las nuevas generaciones vivan el gran ritual de mímesis con el más grande héroe colectivo de todo los tiempos. Y esa premisa está cumplida en la obra de Stagnaro. Con creces, aun habiéndole modificado todas las cosas que le modificó al servicio de una actualización que por eficaz no deja de ser maravillosa y profunda. No juguemos al fan club de un Oesterheld conservador, porque eso nos pone en el lado de las cacatúas chillonas.
Pulgar para arriba para la nueva versión de nuestro querido Juan Salvo. Y... ¡¡¡estrenen ya mismo la temporada dos!!!
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